El Contrato del Sabor Soberano: Cómo la Guerra del Azúcar entre Trump y Coca-Cola Proyecta los Futuros del Populismo Corporativo y el Capitalismo Nostálgico

El Contrato del Sabor Soberano: Cómo la Guerra del Azúcar entre Trump y Coca-Cola Proyecta los Futuros del Populismo Corporativo y el Capitalismo Nostálgico
2025-07-27

- La alianza entre Trump y Coca-Cola señala un futuro donde el populismo político moldea directamente los productos de consumo, convirtiéndolos en símbolos ideológicos.

- El regreso al azúcar de caña es un ejemplo de "capitalismo nostálgico": una estrategia que instrumentaliza el pasado para construir lealtad política y de marca, desdibujando la frontera entre consumo e identidad.

- El debate sobre el tipo de azúcar, y no su cantidad, revela cómo la salud pública puede convertirse en un daño colateral de las guerras culturales que se libran en los pasillos del supermercado.

El Anuncio: Más que un Cambio de Receta

A mediados de julio de 2025, un anuncio aparentemente trivial sacudió la intersección entre política y consumo: Donald Trump proclamó que, por su intervención directa, Coca-Cola volvería a usar “azúcar de caña REAL” en Estados Unidos, abandonando el jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF). Días después, la corporación confirmó el lanzamiento de una nueva línea de productos que cumplía con esta premisa. Este evento, más que una simple anécdota sobre la bebida más icónica del mundo, es una señal potente sobre la reconfiguración de las relaciones de poder entre el ejecutivo, las corporaciones y los ciudadanos. Proyecta un futuro donde la nostalgia se convierte en una herramienta de gobernanza y los productos de consumo masivo, en el nuevo campo de batalla de las guerras culturales.

La decisión no fue un cambio radical en la fórmula principal, sino una jugada estratégica: la creación de una nueva oferta. Coca-Cola no arriesgó su cadena de suministro existente, dominada por el lobby del maíz, sino que abrió una línea de negocio premium, capitalizando un nicho de mercado que ya pagaba más por la “Coca-Cola Mexicana”. La empresa apaciguó al poder político, se alineó con una narrativa de autenticidad y salud —impulsada por la campaña “Make America Healthy Again” de la administración Trump— y transformó la presión presidencial en una oportunidad de marketing. Este es el nacimiento del populismo corporativo: una simbiosis donde el poder político ofrece legitimidad simbólica y la empresa responde con productos que materializan una ideología.

Escenario 1: El Supermercado como Campo de Batalla Político

Si esta tendencia se consolida, podríamos estar entrando en la era del “supermercado politizado”. A mediano plazo, es plausible imaginar a líderes políticos interviniendo en otros sectores de consumo. Las batallas no serán solo sobre ingredientes como el azúcar, sino sobre la carne de laboratorio frente a la ganadería tradicional, los alimentos modificados genéticamente frente a los orgánicos, o los productos de origen local frente a los importados. Cada elección de compra podría interpretarse como una declaración de lealtad política.

Las empresas, a su vez, se verían forzadas a desarrollar una “sensibilidad política” en sus departamentos de I+D. Las decisiones de producto ya no dependerían únicamente de la rentabilidad, la logística o las tendencias de consumo, sino del clima político. Podríamos ver el lanzamiento de productos explícitamente alineados con una facción: el “Café Patriota”, la “Cerveza de la Resistencia” o los “Cereales de la Familia Tradicional”. El riesgo es una fragmentación extrema del mercado, donde las marcas abandonan la aspiración de universalidad para convertirse en emblemas de tribus ideológicas, profundizando la polarización social desde un ámbito tan cotidiano como la lista de la compra.

Escenario 2: El Auge del Capitalismo Nostálgico

El caso Coca-Cola es un arquetipo del capitalismo nostálgico, una fuerza económica y cultural que vende un pasado idealizado como solución a las ansiedades del presente. La promesa de volver al “sabor real” apela a una memoria colectiva, real o imaginada, de una época más simple y auténtica. Esta estrategia trasciende el marketing retro; es una herramienta de poder.

A largo plazo, este modelo podría escalar. Las corporaciones podrían convertirse en curadoras de narrativas históricas selectivas. La tecnología, como la inteligencia artificial generativa, podría usarse para crear campañas publicitarias que recreen mundos pasados con una fidelidad abrumadora, no para vender un producto, sino un universo de valores asociado a él. El temor es que este capitalismo nostálgico no solo venda productos, sino que también reescriba la memoria colectiva, borrando las complejidades y conflictos del pasado para ofrecer una versión sanitizada y comercializable que refuerce una agenda política específica. La salud pública es la primera víctima de este teatro: el debate se desvió hábilmente de la reducción del consumo de azúcar en general —el verdadero problema de salud— a una disputa simbólica entre dos tipos de edulcorantes, ambos calóricos.

La Autonomía Corporativa en Jaque y los Futuros Plausibles

La dinámica entre Trump y Coca-Cola redefine los límites de la autonomía corporativa. ¿Hasta qué punto una empresa puede resistir la presión de un poder ejecutivo que utiliza su plataforma para recompensar o castigar? El patrón de presión de Trump, visible también en sus críticas a la Reserva Federal por los costos de su remodelación, sugiere una voluntad de intervenir en instituciones y empresas que considera fuera de su control.

Esto plantea tres futuros plausibles para el mundo corporativo:

  1. El Futuro de la Aquiescencia Estratégica: Las empresas se adaptan y aprenden a jugar el juego político. Los CEOs se convierten en diplomáticos que negocian con el poder de turno, intercambiando concesiones simbólicas (como una línea de productos) por estabilidad regulatoria y buena voluntad política. El riesgo es la pérdida de una identidad de marca coherente y la sumisión a los caprichos del ciclo político.
  2. El Futuro de la Resistencia y la Polarización: Algunas empresas optan por resistir, convirtiéndose en símbolos de oposición. Esto las haría blanco de ataques presidenciales, boicots y campañas de desprestigio, pero también podría granjearles la lealtad incondicional de un segmento del mercado. El resultado sería una economía aún más dividida, donde las corporaciones toman partido abiertamente en la arena política.
  3. El Futuro de la Regulación Preventiva: Ante la creciente intervención política, surgen nuevos marcos regulatorios o pactos industriales para proteger la autonomía corporativa y establecer límites claros a la influencia del ejecutivo en decisiones de mercado que no afecten a la seguridad nacional o a la libre competencia. Un escenario menos probable, pero que podría surgir como respuesta a una crisis mayor.

La “guerra del azúcar” es, en definitiva, una advertencia. Lo que hoy es una lata de refresco, mañana podría ser la tecnología que usamos, la energía que consumimos o la información que recibimos. La cuestión fundamental que se proyecta hacia el futuro no es si preferimos el azúcar de caña o el jarabe de maíz, sino en qué tipo de sociedad queremos vivir: una donde nuestras elecciones de consumo son una extensión de nuestra libertad individual, o una donde son un acto de conformidad política.

La historia revela una confluencia inesperada y de alto impacto entre el poder político, la estrategia corporativa y la cultura de consumo. Permite analizar cómo la nostalgia puede ser utilizada como una poderosa herramienta política y económica, redefiniendo las fronteras entre el Estado y el mercado. Sus consecuencias, ya visibles en el lanzamiento de nuevos productos y en los resultados financieros, abren un debate profundo sobre la soberanía del consumidor, la autonomía empresarial y las futuras formas de la guerra cultural.