El cierre definitivo de las 51 tiendas de Corona el pasado 10 de julio no es solo la crónica de una quiebra empresarial. Es el colapso de un símbolo. Durante medio siglo, la multitienda fue uno de los pilares sobre los que se construyó el imaginario de la clase media chilena: un espacio donde el acceso al crédito se traducía en estatus, modernidad y pertenencia. El maniquí, antes vestido con las aspiraciones de miles, hoy está vacío. Su silencio resuena como el fin de un contrato social y de consumo que definió una era. La caída de Corona, lejos de ser un evento aislado, es una señal potente que nos permite proyectar las profundas transformaciones que ya están redefiniendo el retail, el trabajo y la identidad del consumidor en Chile.
La agonía de la compañía, que culminó tras un fallido plan de reorganización y la imposibilidad de asegurar un financiamiento crucial de $22.000 millones, revela la fragilidad de un modelo de negocio basado en el volumen, el crédito masivo y una oferta generalista. Mientras Corona se desmoronaba, el comercio electrónico celebraba un Cyber Day con proyecciones de ventas por sobre los 500 millones de dólares, evidenciando un trasvase de capital y atención que es irreversible. Este no es el fin del comercio, sino el fin de una cierta idea del comercio.
El modelo de la gran tienda ancla, que por décadas fue el corazón de los malls y las principales arterias comerciales del país, enfrenta una crisis existencial. Los miles de metros cuadrados que deja vacantes Corona son un problema inmediato, pero también un catalizador para una reinvención forzosa. ¿Qué ocupará estos espacios?
Un primer escenario, ya en marcha, es la reorientación del capital inmobiliario. Actores como Grupo Patio están reestructurando sus carteras, desinvirtiendo en formatos de gran escala y apostando por centros comerciales vecinales y strip centers. Estos formatos responden a una nueva lógica de consumo: proximidad, conveniencia y servicios. El futuro del espacio físico comercial no parece estar en la acumulación de productos bajo un mismo techo, sino en la creación de ecosistemas de servicios que complementen la vida diaria: farmacias, supermercados, gastronomía y servicios básicos. El gran mall, para sobrevivir, deberá dejar de ser solo un centro de compras para convertirse en un hub comunitario de uso mixto, integrando oficinas, salud, educación y entretenimiento.
Un segundo escenario es el ascenso de los actores de nicho. Empresas como Casaideas prosperan con una propuesta de valor radicalmente distinta: no venden de todo para todos, sino que ofrecen una curaduría de productos con un fuerte componente de diseño, propósito y sostenibilidad. Su éxito demuestra que el nuevo contrato con el consumidor se basa en la identidad de marca y la conexión emocional, no solo en el precio o la disponibilidad. El futuro del retail físico parece pertenecer a quienes ofrezcan especialización y una experiencia de compra que el clic no puede replicar del todo.
La caída de Corona también es el reflejo de un cambio en el consumidor. La clase media que nació y creció con la promesa del crédito fácil hoy es más cautelosa, está más endeudada y, sobre todo, más informada. La soberanía del consumidor se ha desplazado desde la capacidad de endeudamiento hacia la capacidad de elección, potenciada por el acceso ilimitado a la información y a mercados globales a través del e-commerce.
Este nuevo consumidor valora la transparencia y la circularidad. El modelo de Casaideas, que audita a sus proveedores y transforma sus propios residuos en nuevos productos, resuena con una audiencia que se pregunta por el origen de lo que compra. La sostenibilidad deja de ser un discurso de marketing para convertirse en un pilar estratégico y una ventaja competitiva. Este cambio sugiere que el futuro no será de las empresas que más venden, sino de aquellas que logren construir confianza y comunidad en torno a sus valores.
La lealtad ya no se compra con puntos o descuentos exclusivos; se gana con una propuesta auténtica. El remate final de Corona, con todo a $5.000, fue el último y desesperado intento de convertir inventario en caja, pero también la metáfora de un modelo que, al final, tuvo que liquidar su valor a precio de saldo.
La pérdida de casi 1.800 puestos de trabajo directos es la consecuencia más inmediata y dolorosa, pero es solo la punta del iceberg. La transformación del retail implica una reconversión laboral masiva. Los perfiles de vendedor de piso, cajero o reponedor, centrales en el modelo antiguo, pierden relevancia frente a nuevas necesidades: especialistas en logística de última milla, analistas de datos para personalizar la oferta online, gestores de comunidades digitales y expertos en experiencia de usuario (UX).
Un escenario pesimista nos muestra una creciente precarización, con un aumento del trabajo temporal y de bajos salarios en el sector logístico, mientras los antiguos trabajadores del retail luchan por reciclar sus habilidades. Un escenario más optimista, pero que requiere una acción coordinada entre el sector público y privado, implica la creación de programas de reconversión a gran escala para preparar a la fuerza laboral para la economía digital del comercio.
Al mismo tiempo, la vacancia de locales comerciales en los centros de las ciudades, como los que ocupaba Corona, plantea un desafío urbanístico. Si no se gestiona activamente, podría acelerar la decadencia de zonas comerciales tradicionales. La oportunidad, sin embargo, es inmensa: estos espacios podrían reconvertirse en viviendas, centros culturales, espacios de co-working o servicios públicos, contribuyendo a la densificación y diversificación de los centros urbanos.
El fin de Corona no es una anomalía, sino la confirmación de una tendencia global que llega a Chile con fuerza. El futuro del consumo no será monolítico. Se moverá en un espectro que va desde la eficiencia implacable del comercio electrónico internacional hasta la calidez curada de la tienda de barrio especializada. Los grandes perdedores serán aquellos que, como Corona, queden atrapados en un modelo intermedio, sin la escala y tecnología de los gigantes digitales ni la agilidad y el propósito de los nuevos actores de nicho.
La pregunta que queda abierta es cómo la sociedad chilena gestionará esta transición. ¿Veremos una reinvención creativa de nuestros espacios comerciales y una reconversión justa de nuestra fuerza laboral? ¿O asistiremos a una dolorosa fractura, con ciudades más segregadas y un mercado laboral más precario? La respuesta no está escrita. Dependerá de las decisiones estratégicas que tomen hoy las empresas, los inversionistas, los gobiernos locales y, en última instancia, los propios ciudadanos al ejercer su nuevo poder como consumidores.