El contundente triunfo de Jeannette Jara en las primarias del oficialismo, ocurrido hace ya más de un mes, fue mucho más que la selección de una abanderada presidencial. Fue un sismo político cuyas réplicas continúan reconfigurando el terreno de la izquierda y el centro en Chile. La victoria de la candidata comunista, lejos de consolidar un frente unido, ha expuesto las fallas tectónicas que atraviesan a la coalición de gobierno, rompiendo el pacto implícito de unidad y proyectando un futuro incierto. Las señales actuales —la derrota existencial del Socialismo Democrático, el repliegue forzado del Frente Amplio y la rebelión de una Democracia Cristiana en riesgo de extinción— no son meras anécdotas post-electorales; son los cimientos sobre los cuales se construirán los próximos ciclos políticos del progresismo chileno.
El fenómeno a proyectar no es si Jeannette Jara puede ganar, sino qué tipo de izquierda sobrevivirá a su candidatura. La elección de noviembre es solo el primer hito. Lo que está en juego es la hegemonía ideológica del sector, la viabilidad de los pactos y la capacidad de convocar a un electorado moderado que hoy se siente huérfano y observa con desconfianza los realineamientos en curso.
El futuro más optimista para el oficialismo se basa en una premisa simple: el miedo a una victoria de la derecha consolidada puede más que las diferencias ideológicas. En este escenario, Jeannette Jara logra ejecutar con éxito una estrategia de moderación. La incorporación de figuras como el exministro Nicolás Eyzaguirre, proveniente del corazón del Socialismo Democrático, es una señal inequívoca de este camino. La campaña se centraría en la gobernabilidad, la experiencia de Jara como ministra de Estado y un programa económico que calme a los mercados, dejando en segundo plano las tesis más refundacionales del Partido Comunista.
En esta narrativa, el Socialismo Democrático, aunque herido, se cuadra disciplinadamente tras la candidata para salvar su influencia y asegurar un pacto parlamentario favorable. La Democracia Cristiana, enfrentada a la cruda realidad de su posible desaparición legal por bajo umbral de votación, se ve forzada a negociar. Su directiva, liderada por Alberto Undurraga, podría ceder ante las presiones de figuras como Francisco Huenchumilla, aceptando un pacto de supervivencia parlamentaria a cambio de una neutralidad presidencial pactada. El éxito de este escenario depende de la habilidad de Jara para proyectar una imagen más cercana a la socialdemocracia europea que al marxismo-leninismo, y de que la amenaza de la derecha sea lo suficientemente potente para disciplinar a los díscolos. El punto de inflexión será la capacidad de la candidata para traducir estos gestos en una narrativa creíble para el votante de centro.
Una posibilidad alternativa, y de alto riesgo, es que la fractura sea irreparable. Las declaraciones de figuras como Óscar Landerretche, quien anunció su voto nulo por considerar el proyecto del PC incompatible con la democracia liberal y el crecimiento económico, podrían ser el catalizador de un éxodo silencioso pero masivo. En este futuro, el intento de Jara por atraer al centro es percibido como un disfraz, una táctica electoral que no altera el ADN de su partido.
Aquí, la Democracia Cristiana no solo rechaza el apoyo, sino que logra articular o respaldar una tercera opción presidencial que aglutine al centro político descontento. Este nuevo polo no buscaría ganar, sino marcar una identidad y negociar en una eventual segunda vuelta desde una posición de fuerza. El efecto inmediato sería la división del voto anti-derecha en primera vuelta, entregando una ventaja casi insuperable a candidatos como José Antonio Kast. Para el oficialismo, esto significaría una derrota electoral, pero a largo plazo implicaría una purga ideológica: la izquierda se consolidaría en torno al eje PC-Frente Amplio, más cohesionada internamente pero con un techo electoral mucho más bajo. Este escenario transforma a la elección en un referéndum sobre los límites del progresismo, donde el voto moderado, al sentirse sin representación, se abstiene, anula o migra, demostrando que su soberanía es la clave final del poder.
Independientemente del resultado de noviembre, la primaria ya ha sentenciado un veredicto histórico: el fin del ciclo de la Concertación. La derrota de Carolina Tohá no fue solo la caída de una candidata; fue el fracaso del último intento serio por revivir el espíritu de los 30 años. Como apuntan analistas, el centrismo de la transición fue una respuesta a circunstancias excepcionales, no una identidad política permanente. Sin la amenaza de una dictadura, su pragmatismo se percibe como tibieza.
Este escenario proyecta una transformación estructural a mediano y largo plazo. El Frente Amplio, golpeado por la derrota de Gonzalo Winter y el desgaste del gobierno de Gabriel Boric, entra en un período de introspección forzada. Su identidad como la "nueva izquierda" ha sido eclipsada por la disciplina y la maquinaria histórica del Partido Comunista, que se posiciona como la fuerza hegemónica del sector. El futuro de la izquierda chilena se definirá por la dinámica de poder entre estas dos fuerzas. El Socialismo Democrático, por su parte, enfrenta una disyuntiva existencial: o se disuelve, con sus cuadros migrando hacia un nuevo centro o integrándose a la nueva izquierda, o se refunda sobre bases completamente nuevas, abandonando la nostalgia concertacionista.
Las tendencias dominantes apuntan hacia una fragmentación creciente del progresismo. El riesgo mayor es que esta división interna se traduzca en una irrelevancia electoral frente a una derecha más ordenada. Sin embargo, en esta crisis yace una oportunidad latente: la de construir un proyecto de izquierda post-Concertación, con una identidad ideológica más clara y honesta, aunque eso implique un costoso paso por la oposición.
El contrato de unidad que debía sellar la primaria se ha roto. La victoria de Jeannette Jara ha abierto una caja de Pandora de lealtades rotas, desconfianzas estratégicas y futuros divergentes. La pregunta que queda abierta, y que solo los próximos meses responderán, es si los actores de la izquierda y el centro serán capaces de redactar un nuevo acuerdo, o si se resignarán a que sea el electorado, con su voto o su ausencia, quien escriba el capítulo final de esta historia.