La mañana del 2 de mayo de 2025, un sismo de magnitud 7.5 en el Mar de Drake activó todos los protocolos de emergencia en la Región de Magallanes. Las sirenas, los mensajes del Sistema de Alerta de Emergencias (SAE) y la movilización de las autoridades funcionaron con la precisión de un reloj. La ciudadanía, en un acto de disciplina cívica calificado como “ejemplar”, evacuó el borde costero de manera ordenada. Horas después, la amenaza de tsunami se disipó. El mar registró apenas una leve variación instrumental. No hubo olas destructivas, no hubo daños. Fue, en términos operativos, un éxito rotundo.
Sin embargo, una vez superada la tensión inmediata, el evento deja de ser una anécdota de prevención para convertirse en una señal crítica sobre el futuro de la gestión de desastres en Chile. El “tsunami que no fue” no es la historia de una catástrofe evitada, sino el prólogo de un debate ineludible sobre la resiliencia de la confianza, el activo más valioso y frágil en la relación entre el Estado, su tecnología y una ciudadanía cada vez más informada y escéptica.
El protocolo chileno, forjado a fuego tras la trágica experiencia del 27F, opera bajo la máxima de “mejor prevenir que lamentar”. Esta doctrina ha salvado vidas y es defendida por expertos y autoridades como un estándar de oro incuestionable. La decisión de SENAPRED y SHOA de evacuar ante la incertidumbre fue técnicamente impecable y moralmente correcta.
No obstante, este episodio proyecta una sombra de duda hacia el futuro, materializada en el concepto de “fatiga de alarma”. Si bien la población de Magallanes respondió con una obediencia admirable, ¿qué ocurrirá si eventos similares se repiten? Un escenario probable es que la ciudadanía comience a desarrollar un umbral de escepticismo. La próxima alerta podría ser recibida con una pausa, una consulta a redes sociales o una espera de confirmación visual, segundos preciosos que en una emergencia real marcan la diferencia. El sistema, diseñado para una respuesta automática, se enfrenta a la variable impredecible del juicio humano, influenciado por la experiencia previa. El Estado se encuentra así en un dilema estratégico: mantener un protocolo de máxima seguridad que arriesga la credibilidad a largo plazo, o modular las alertas, introduciendo matices que podrían ser malinterpretados por la población.
El evento de Magallanes también funcionó como un plebiscito espontáneo sobre el contrato de confianza. La respuesta transversal del espectro político, desde Johannes Kaiser hasta Jeannette Jara, llamando a seguir las instrucciones de la autoridad, refleja un consenso de élite fundamental en momentos de crisis. Pero este consenso no es inmune a las fisuras.
Se abren dos futuros plausibles para este contrato social:
El desafío futuro no es meramente tecnológico en términos de hardware o software, sino de interfaz humano-máquina. El sistema SAE demostró su capacidad para llegar masivamente a la población. La próxima frontera es la calidad y la granularidad de esa comunicación. ¿Es posible evolucionar hacia alertas que comuniquen niveles de probabilidad o rangos de impacto estimado? Un mensaje que diga “Baja probabilidad de tsunami menor (olas de hasta 1 metro)” podría gestionar las expectativas de forma diferente a una orden de evacuación categórica.
Esta evolución, sin embargo, conlleva sus propios riesgos. Una comunicación más compleja podría generar confusión o parálisis por análisis. Lo que parece claro es que el modelo de comunicación unidireccional y opaco, donde la autoridad ordena y el ciudadano obedece sin contexto, tiene un ciclo de vida limitado en el siglo XXI. La demanda por transparencia algorítmica que hoy vemos en debates sobre inteligencia artificial podría extenderse a los sistemas de alerta de desastres.
El tsunami que no llegó a las costas de Magallanes dejó, en su lugar, una ola de preguntas fundamentales. No se trata de cuestionar la decisión tomada, sino de utilizarla como un espejo para mirar hacia adelante. La forma en que Chile procese este “simulacro real” definirá si la cultura de prevención que tanto enorgullece al país está preparada para enfrentar no solo los embates de la naturaleza, sino también las complejidades de una sociedad que exige, además de protección, comprensión.