A más de dos meses de que la ofensiva para modificar la Ley N°20.249, conocida como Ley Lafkenche, cobrara fuerza en el Congreso, el debate ha trascendido la técnica legislativa. Lo que se discute hoy en Chile no es solo el perfeccionamiento de una norma, sino la colisión de dos visiones de mundo que se disputan el borde costero. Por un lado, la concepción del mar como un espacio de soberanía ancestral, cultural y de subsistencia para los pueblos originarios. Por otro, su entendimiento como un motor de desarrollo económico que requiere reglas claras y estables para la inversión. La discusión, lejos de enfriarse, ha madurado para revelar sus verdaderas dimensiones: una encrucijada sobre el modelo de desarrollo, la plurinacionalidad de facto y la capacidad del Estado para arbitrar un conflicto que marcará el futuro del sur del país.
La presión para reformar la ley se consolidó a mediados de junio, cuando SalmonChile, el principal gremio de la industria salmonera, declaró públicamente la necesidad de cambios. Arturo Clément, su presidente, afirmó que la ley, aunque bien intencionada en su origen, "se ha desvirtuado completamente". El argumento central del sector productivo, replicado por la Comisión de Pueblos Indígenas de la SOFOFA, es que los Espacios Costeros Marinos de Pueblos Originarios (ECMPO) han sido instrumentalizados. Sostienen que, en lugar de proteger usos consuetudinarios y culturales en áreas acotadas, se han convertido en una herramienta para solicitar "superficies demenciales" que, en la práctica, generan un "cerrojo" sobre el borde costero.
Las críticas apuntan a dos consecuencias directas:
Esta visión encontró eco en el Senado, donde una moción impulsada por parlamentarios del Partido Socialista, la UDI y RN comenzó a avanzar, buscando "perfeccionar" la ley para, entre otras cosas, acotar las superficies y agilizar los procesos.
Frente a la arremetida gremial, una perspectiva radicalmente opuesta emergió con fuerza desde el mundo indígena y académico. En una columna publicada en CIPER a fines de julio, el abogado Christian Paredes Letelier calificó la modificación legislativa como un "acto de discriminación racial". Esta postura se fundamenta en varios puntos clave:
El conflicto ha expuesto la compleja posición del Estado. Mientras el gobierno ha mantenido una postura cauta, el debate parlamentario se ha teñido del clima preelectoral. Las críticas a la ley por parte de figuras de la derecha se entrelazan con sus posturas frente a la Comisión para la Paz y el Entendimiento, mostrando un patrón de escepticismo hacia las demandas territoriales mapuche. Por otro lado, el impulso a la reforma por parte de senadores de centro-izquierda revela las fisuras y tensiones dentro del propio oficialismo sobre cómo equilibrar modelos de desarrollo y derechos indígenas.
La pasividad del Ejecutivo ante el avance de una reforma cuestionada por su legitimidad de origen (la falta de consulta) es vista por las comunidades lafkenche y sus defensores como una señal alarmante, una posible complicidad en lo que consideran un grave retroceso en materia de derechos humanos.
La pugna por la Ley Lafkenche sigue en una etapa crítica en el Congreso. No es un tema cerrado ni resuelto. Su desenlace no solo definirá las reglas de uso de miles de kilómetros de costa, sino que sentará un precedente sobre la capacidad de Chile para construir una sociedad verdaderamente intercultural. La pregunta que subyace a toda la discusión sigue abierta y más vigente que nunca: ¿Es posible compatibilizar el desarrollo económico extractivista con la protección de derechos ancestrales y ecosistemas frágiles, o está el país condenado a que una visión se imponga sobre la otra?