Hace más de dos meses, el 25 de junio de 2025, nació Violeta Boric Carrasco. El evento, que en otro tiempo habría sido una discreta nota en las páginas sociales, se convirtió en un hito que desbordó la esfera privada. Hoy, con la distancia del ciclo noticioso inmediato, es posible analizar cómo el nacimiento de la hija del Presidente Gabriel Boric no solo humanizó la figura presidencial, sino que también forzó una conversación nacional sobre la paternidad, el ejercicio del poder y los límites, cada vez más difusos, entre lo público y lo privado en el Chile del siglo XXI.
La historia comenzó a tejerse públicamente durante la última Cuenta Pública, el 1 de junio, con la expectación mediática centrada en el avanzado embarazo de la pareja del Mandatario, la química ambiental y deportista Paula Carrasco. La narrativa culminó con el nacimiento en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, una decisión cargada de simbolismo político. A este gesto le siguieron otros que marcaron la pauta: el Presidente tomando sus cinco días de postnatal legal, inscribiendo a su hija en una oficina del Registro Civil de Independencia —“hicimos la fila como corresponde”, declaró— y utilizando su propia experiencia para abogar por un cambio cultural y legislativo.
“Uno no puede ser dos personas a la vez, uno no es Presidente un rato y padre otro”, afirmó Boric a la salida del hospital. Esta frase encapsula el núcleo del debate que se generó. Para sus adherentes, sus acciones representaron una coherencia entre el discurso y la práctica: un líder que no solo promueve el fortalecimiento de los servicios públicos y la corresponsabilidad parental, sino que los ejerce visiblemente.
Sin embargo, el gesto también generó disonancia. Sectores de la oposición, si bien felicitaron el acontecimiento familiar, cuestionaron implícitamente la viabilidad de que un jefe de Estado se “desconecte” de sus funciones, incluso por el breve período legal. La discusión escaló cuando, tras inscribir a Violeta, el Presidente declaró que “se requiere un postnatal masculino mayor, de más tiempo, que sea obligatorio”. Esta afirmación transformó un evento personal en una propuesta política concreta, abriendo un flanco de debate inmediato sobre su financiamiento, obligatoriedad y pertinencia en el contexto económico del país.
La controversia no neutralizó las posturas, sino que las expuso con claridad. Mientras desde el oficialismo se aplaudía la iniciativa como un paso necesario hacia la igualdad de género, desde la vereda opuesta se argumentaba sobre las prioridades del gobierno y el impacto en el mercado laboral. El nacimiento de Violeta, por tanto, actuó como un test de Rorschach de las distintas visiones sobre el rol del Estado y la familia.
La paternidad presidencial no es un hecho inédito en la historia de Chile, pero su significado ha mutado radicalmente. Como documentó la prensa, mandatarios como Manuel Bulnes en el siglo XIX y Carlos Ibáñez del Campo en 1928 y 1930 también fueron padres durante su mandato. En esos casos, los nacimientos fueron registrados como eventos sociales de la élite gobernante, confinados a breves notas de prensa que reforzaban el estatus patriarcal de la figura presidencial.
Casi un siglo después, el contexto es otro. El nacimiento de Violeta Boric se desarrolló en la era de las redes sociales, la comunicación instantánea y una ciudadanía que exige nuevos estándares de transparencia y humanidad a sus líderes. La primera fotografía familiar, compartida en la cuenta de Instagram del Presidente con el mensaje “Te recibimos juntos, enamorados”, o la posterior imagen de él durmiendo junto a su hija, no son solo retratos íntimos, sino actos de comunicación política deliberados. Estos gestos construyen una imagen de liderazgo cercano y moderno, en sintonía con las aspiraciones de una generación que valora la horizontalidad y la vida personal tanto como la función pública.
Pasados los saludos protocolares —que incluyeron, según se reveló, una carta del fallecido Papa Francisco— y la atención mediática inicial, el tema ha decantado. El nacimiento de Violeta Boric ya no es noticia de portada, pero la conversación que inauguró sigue activa. El debate sobre la ampliación del postnatal masculino ha sido formalmente instalado por el Ejecutivo y se discute en comisiones legislativas, demostrando que el evento tuvo consecuencias políticas tangibles.
El hito, por tanto, está lejos de ser una anécdota. Marcó un punto de inflexión en la forma en que la sociedad chilena percibe el poder, desafiando el arquetipo del líder infalible y distante. Abrió una ventana para discutir si la vulnerabilidad, la emoción y el ejercicio de los cuidados pueden ser, también, atributos de un jefe de Estado. La historia de la cuna en La Moneda no ha terminado; simplemente ha evolucionado de un acontecimiento biográfico a un capítulo en la continua redefinición del contrato social y político de Chile.