Hace poco más de dos meses, la noticia se confirmó en voz baja, lejos de los aplausos y los premios internacionales que marcaron su historia. Algramo, el emprendimiento chileno que se convirtió en un emblema global de la economía circular, iniciaba su proceso de cierre. Fundada hace 15 años por José Manuel Moller, la empresa que prometía eliminar el “impuesto a la pobreza” y los plásticos de un solo uso, se quedaba sin combustible. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, su colapso no es solo la crónica de un fracaso empresarial; es un espejo que obliga a Chile a confrontar la frágil viabilidad del llamado “capitalismo consciente”.
La historia de Algramo es la del arquetipo del héroe moderno. Nació de una observación social aguda en La Granja: las familias de menores ingresos pagan más por productos de primera necesidad al comprarlos en formatos pequeños. La solución fue tan simple como revolucionaria: dispensadores de productos a granel en almacenes de barrio y envases reutilizables. El modelo funcionó, creció y fue aclamado mundialmente. Moller fue reconocido como Emprendedor Social del Año y hasta “Campeón de la Tierra” por la ONU. Algramo parecía la prueba de que se podía hacer el bien y, a la vez, hacer un buen negocio.
El punto de inflexión fue su ambición por escalar. En 2019, Algramo se transformó en una startup tecnológica, desarrollando packaging inteligente para que grandes corporaciones como Unilever y Walmart ofrecieran sus productos en formato de recarga. Levantaron más de 9 millones de dólares en capital de riesgo y Moller se mudó a Londres para liderar la expansión. Parecía el siguiente paso lógico, pero fue el comienzo del fin.
“Yo quedo totalmente offside del tamaño del equipo en lo que estaba haciendo”, confesó Moller a Diario Financiero, al relatar cómo sus grandes socios corporativos —Unilever y Walmart— congelaron o cancelaron los proyectos de expansión que sustentaban su modelo de negocio. La guerra en Ucrania, la inflación y un cambio global en las prioridades corporativas, donde la sostenibilidad pasó de ser un pilar estratégico a un “trabajo extra”, dejaron a Algramo sobredimensionado y sin el flujo de caja proyectado.
Este fenómeno no es aislado. Mientras Algramo intentaba convencer a los consumidores de reutilizar, el país veía proyectos para la construcción de ocho nuevos malls, una inversión de más de 600 millones de dólares que reafirma la cultura del consumo tradicional. La caída de Algramo expone una disonancia fundamental: la brecha entre el discurso pro-sostenibilidad y las decisiones de inversión reales, tanto de las empresas como de los consumidores.
El cierre de Algramo se puede analizar desde tres perspectivas críticas que definen los desafíos del emprendimiento de impacto en Chile:
El cierre de Algramo no es el fin de la economía circular en Chile, sino el fin de una primera hipótesis sobre cómo implementarla a gran escala. El propio Moller ya trabaja en una nueva consultora global para ayudar a otras empresas a implementar sistemas de reutilización, capitalizando la lección más dura: no se puede empujar a quienes no están convencidos. El futuro de la sostenibilidad no dependerá de héroes solitarios, por más aclamados que sean, sino de un alineamiento genuino entre el mercado, los consumidores y, fundamentalmente, un Estado que cree las condiciones para que los envases no terminen vacíos de propósito.
2025-05-31
2025-06-25