Lo que ocurrió el 13 de junio de 2025 no fue una escaramuza más en la larga guerra en la sombra entre Irán e Israel. Fue la ruptura de un pacto no escrito que ha regido las relaciones internacionales durante décadas. La "Operación León Ascendente" de Israel, seguida días después por el "Martillo de Medianoche" de Estados Unidos, no fue un ataque contra un proxy, sino un golpe directo al corazón del programa nuclear y la cúpula militar de la República Islámica. El contrato de la paz atómica, basado en la disuasión y la ambigüedad estratégica, fue reemplazado por la lógica de la acción preventiva.
Este umbral, una vez cruzado, cambia el cálculo para cualquier nación que aspire a unirse al club nuclear. La lección es brutalmente clara: el estado más peligroso no es tener la bomba, sino estar a punto de tenerla. Los ataques, que eliminaron a figuras clave como el general Hossein Salami, no solo buscaron retrasar el programa iraní, sino decapitar su capacidad de respuesta y demostrar una superioridad tecnológica y de inteligencia abrumadora. El mensaje fue enviado no solo a Teherán, sino a todo el mundo.
El "alto al fuego total" anunciado por Donald Trump el 23 de junio no fue producto de una negociación simétrica, sino la consecuencia de una demostración de fuerza. Tras los ataques iraníes a bases estadounidenses en Catar e Irak —una represalia predecible y contenida—, Washington impuso el fin de las hostilidades. Trump, actuando simultáneamente como pirómano y bombero, consolidó un nuevo paradigma: la paz como un acto de imposición, no de consenso.
Este episodio reveló la "soledad estratégica" de Irán. El silencio de Rusia, preocupada por sus propios frentes y sus complejas relaciones con Israel y Estados Unidos, junto a la calculada neutralidad de China, dejaron a Teherán sin un respaldo efectivo de una gran potencia. Las alianzas ideológicas han dado paso a relaciones puramente transaccionales. Nadie estaba dispuesto a arriesgarse por un régimen que, a ojos de muchos, había calculado mal su posición.
El concepto mismo de soberanía ha sido alterado. La intervención directa de Estados Unidos para destruir la instalación subterránea de Fordow establece un precedente: el derecho de una nación a desarrollar tecnología estratégica puede ser anulado unilateralmente por otra si lo considera una amenaza existencial. Las reglas del orden internacional no se reescribieron; simplemente se demostró que pueden ser ignoradas por quien tiene el poder para hacerlo.
El silencio de los misiles no significa paz. El conflicto ha mutado hacia una guerra fría híbrida que se librará en múltiples frentes, lejos del campo de batalla convencional. Se perfilan dos escenarios futuros dominantes.
El más probable es una intensificación de la guerra económica y de proxies 2.0. Incapaz de una respuesta militar directa, Irán recurrirá a sus fortalezas asimétricas. La reanudación de los ataques hutíes en el Mar Rojo el 13 de julio es la primera señal. El objetivo será perturbar las cadenas de suministro globales y mantener los precios de la energía en un estado de volatilidad permanente. A esto se sumarán ciberataques contra infraestructuras críticas en Israel y Occidente, y un esfuerzo por reconstruir sus redes de influencia regional, aunque estas se encuentren debilitadas tras las ofensivas en Gaza y Líbano.
Un segundo escenario, más latente pero de mayor riesgo, es la aceleración de una carrera nuclear clandestina. Los ataques no eliminaron el conocimiento científico iraní; por el contrario, reforzaron la convicción en los sectores más duros del régimen de que solo la posesión efectiva de un arma nuclear garantiza la supervivencia. El próximo programa será más profundo, más secreto y más descentralizado, creando una pesadilla de proliferación a largo plazo para la comunidad internacional.
En este nuevo tablero, la figura de Donald Trump es el principal factor de incertidumbre. Su diplomacia transaccional, evidenciada en su oferta de 30 mil millones de dólares para un programa nuclear civil iraní, hace que la "paz" sea tan frágil como un tuit. El conflicto ha dejado claro que el poder ya no reside en las instituciones multilaterales, sino en la capacidad militar, la superioridad tecnológica y la voluntad política de actuar de forma unilateral. El mundo ha entrado en una era más impredecible y peligrosa, donde la única regla parece ser que no hay reglas.