A fines de mayo de 2025, el mercado de capitales chileno fue testigo de un movimiento largamente esperado: el fondo de capital privado Southern Cross vendió la totalidad de su participación del 11,3% en SMU, la matriz de Unimarc, Alvi y Super10. La operación, que recaudó US$124,7 millones y fue sobresuscrita 2,5 veces, se celebró como una señal de confianza en la compañía y en el mercado local. Sin embargo, a más de dos meses del hito, el análisis reposado revela una narrativa mucho más compleja: la historia de un divorcio corporativo que tardó 14 años en concretarse, cuyo resultado fue un fracaso financiero para el socio que se fue, pero que, paradójicamente, dejó al retailer en una posición de control y estabilidad sin precedentes.
La salida de Southern Cross no fue una simple transacción, sino el epílogo de una de las sagas más turbulentas del retail chileno. Para la gestora de fondos, significó el cierre de una inversión que, lejos de generar las ganancias esperadas, se tradujo en una pérdida de valor devastadora para sus aportantes. El valor cuota de su fondo expuesto a SMU se desplomó un 94% entre 2011 y 2025. En contraste, para el grupo controlador, liderado por Álvaro Saieh, la partida de su socio estratégico eliminó el último contrapeso significativo en el directorio, consolidando su poder de manera definitiva.
Para entender el presente, es necesario volver a 2011. En pleno auge de una agresiva estrategia de crecimiento, SMU, controlada por Saieh, se fusionó con Supermercados del Sur (SdS), un conglomerado de cadenas regionales que Southern Cross había construido. La operación convirtió a SMU en el tercer actor del país, pero también fue el origen de todos los conflictos posteriores. SMU absorbió una empresa con una situación financiera crítica, lo que, sumado a sus propias adquisiciones, la sumió en un lustro de pérdidas millonarias que superaron los $783 mil millones entre 2011 y 2015.
Los primeros años de la sociedad fueron marcados por duros enfrentamientos públicos y en el directorio. Las actas de la época revelan acusaciones cruzadas: Saieh culpaba a la mala gestión de SdS por los resultados, mientras que Southern Cross apuntaba a otras decisiones de SMU. El punto de quiebre fue un aumento de capital en 2013 al que el fondo se opuso, activando cláusulas que obligaron a Saieh a compensarlos económicamente.
La crisis forzó un cambio de timón. Hacia 2014, con el nombramiento de un nuevo equipo directivo liderado por Marcelo Gálvez y Arturo Silva, y con Raúl Sotomayor de Southern Cross en la mesa, las disputas cesaron. Se impuso una visión unánime orientada a la eficiencia y la rentabilidad. El plan funcionó: en 2016 la compañía volvió a reportar ganancias y en 2017 se abrió con éxito a la bolsa, un paso clave para reducir su pesado endeudamiento.
Dos meses después de la subasta, el nuevo escenario de poder es nítido:
La historia de SMU ha entrado en una nueva fase. Liberada de las tensiones internas, la compañía enfrenta ahora desafíos puramente operacionales y estratégicos. Su directorio aprobó un ambicioso plan de inversión de US$600 millones a 2029 para abrir 115 nuevas tiendas y remodelar otras 200.
Sin embargo, el camino no está despejado. Los resultados del primer trimestre de 2025 mostraron una caída del 78% en las utilidades, presionadas por el aumento de costos y gastos de reestructuración. Analistas de Itaú BBA y Credicorp Capital coinciden en que el principal desafío será mejorar los márgenes y retomar un crecimiento de ingresos más sólido para diluir los gastos fijos.
A esto se suman los obstáculos en terreno. La reciente judicialización de su proyecto para instalar un Unimarc en Zapallar, donde acusa al municipio de actuar de forma “ilegal y arbitraria”, es un microcosmos de las complejidades regulatorias y comunitarias que enfrentará su plan de expansión.
El capítulo de Southern Cross está cerrado. La pregunta que queda abierta es si la paz en la propiedad se traducirá en una conquista definitiva del mercado.