Han pasado más de dos meses desde que la fumata blanca anunció al mundo la elección del cardenal estadounidense Robert Francis Prevost como el Papa León XIV. En Roma, la liturgia y la tradición cerraron un capítulo. Pero en el universo digital, la conversación apenas comenzaba. Lo que debió ser un solemne periodo de duelo, transición y esperanza, se convirtió en un inesperado laboratorio cultural: un torbellino de imágenes generadas por inteligencia artificial, memes virales y debates paralelos que desafiaron los contornos del ritual católico más sagrado. Hoy, con la perspectiva del tiempo, la verdadera noticia no es quién ocupa el trono de Pedro, sino cómo la tecnología se apoderó de la narrativa, transformando el luto en un fenómeno cultural tan irreverente como participativo.
La cobertura mediática inicial siguió el guion establecido por siglos. Tras el fallecimiento del Papa Francisco, los medios tradicionales, como La Tercera y Cambio21, se volcaron a analizar las congregaciones generales, la lista de "papables" y las tensiones entre las alas conservadora y progresista. Nombres como el del chileno Fernando Chomali, el italiano Pietro Parolin o el filipino Luis Antonio Tagle llenaron columnas y noticieros, en una especulación que buscaba descifrar el futuro de los 1.400 millones de católicos. El clímax llegó con el inicio del cónclave, un evento seguido minuto a minuto por medios como Cooperativa.cl, con su aura de secreto y expectación centrada en la chimenea de la Capilla Sixtina.
Sin embargo, mientras los cardenales juraban secreto bajo los frescos de Miguel Ángel, en el exterior se gestaba una narrativa completamente distinta, sin reglas ni jerarquías. La inteligencia artificial generativa, una tecnología que apenas unos meses antes era una curiosidad, se convirtió en una herramienta masiva para visualizar lo invisible. Proliferaron imágenes que imaginaban a los "papables" en situaciones cotidianas, sátiras visuales del cónclave e incluso representaciones artísticas del propio Papa Francisco en escenarios fantásticos. La tecnología permitió al público no solo consumir la noticia, sino crearla, reinterpretarla y distribuirla a una velocidad que ninguna agencia de noticias podía igualar.
El punto de inflexión ocurrió con la elección de León XIV. Como documentó el Heraldo de León, la elección del nombre desató en la provincia española homónima una ola de humor y orgullo localista. Los memes que celebraban a un Papa "leonés" y avivaban la rivalidad con Castilla inundaron las redes. Este fenómeno, aparentemente trivial, encapsuló la dinámica mayor: un evento global fue inmediatamente fragmentado, localizado y resignificado a través del humor. Como señala un análisis de RTVE sobre la evolución del humor, el chiste elaborado ha sido reemplazado por el meme visual, absurdo y fugaz, un lenguaje que se apropia de la actualidad para convertirla en un lienzo de creatividad colectiva.
Este choque cultural no fue una casualidad. Responde a una tensión fundamental que define nuestra época. Por un lado, la Iglesia Católica, consciente de su pérdida de influencia en la esfera pública tradicional, ha intentado activamente colonizar el espacio digital. La organización del primer "Jubileo para influencers católicos", reportado por El País, es la prueba más clara de esta estrategia: un intento de "samaritanear" las redes, adoptando su lenguaje para evangelizar.
Pero la Iglesia se encontró con una realidad ineludible: en internet, nadie controla el mensaje. La red no es un púlpito, es una plaza pública caótica donde la solemnidad compite con la sátira, y la autoridad institucional se disuelve en un mar de opiniones individuales. El Vaticano quería hablarle al mundo a través de sus "influencers", pero el mundo le respondió con sus propios creadores de contenido: millones de usuarios armados con herramientas de IA.
Este fenómeno se enmarca en lo que la analista Claudia Bobadilla, en Diario Financiero, denomina la "etapa agéntica" de la inteligencia artificial. La IA ya no es una herramienta pasiva para buscar información, sino un agente activo que crea, analiza y decide. La sucesión papal demostró que esta capacidad ya no está reservada a las corporaciones; está en manos del público. Los ciudadanos utilizaron la IA para procesar colectivamente un evento complejo, generando un volumen de contenido que desbordó y, en muchos sentidos, eclipsó la narrativa oficial.
La pregunta que queda abierta es si esta explosión digital fue un acto de irreverencia o la manifestación de un nuevo tipo de ritual. Para muchos fieles, la banalización de un momento sagrado fue sin duda dolorosa. Sin embargo, para una generación que se relaciona con el mundo a través de pantallas, crear un meme o compartir una imagen generada por IA es una forma de participación, una manera de procesar el duelo y la incertidumbre, de hacer propio un evento distante y jerárquico.
Lo ocurrido no fue simplemente una burla, sino una disonancia cognitiva constructiva a escala global. Obligó a confrontar la rigidez de las tradiciones milenarias con la fluidez de la cultura digital. El Vaticano se prepara para un futuro de evangelización online, pero la lección del cónclave de 2025 es que no puede esperar ser el único predicador. El poder ya no reside solo en quien emite el mensaje, sino en quien tiene la capacidad de remezclarlo.
El tema, por tanto, sigue abierto. La elección de León XIV está resuelta, pero el impacto de su elección en la relación entre fe, poder y tecnología apenas comienza a entenderse. El humo blanco de la chimenea de la Sixtina ha dado paso a la luz azul de millones de pantallas, cada una proyectando su propia verdad, su propia sátira, su propio Papa. La Iglesia ya no solo debe preguntarse cómo hablarle al mundo digital, sino cómo escuchar lo que este, a través de sus algoritmos y memes, le está gritando de vuelta.