Han pasado más de dos meses desde que el presidente francés, Emmanuel Macron, anunció el 24 de julio que su país reconocería al Estado de Palestina. Lo que en su momento fue un sismo diplomático, hoy es una grieta consolidada en el mapa geopolítico. La decisión, lejos de ser un gesto impulsivo, fue una jugada calculada para romper el estancamiento de décadas en el conflicto palestino-israelí, catalizada por una crisis humanitaria en Gaza que el mundo ya no podía ignorar.
El anuncio, presentado como un "compromiso histórico con la paz", se programó para ser oficializado durante la Asamblea General de la ONU en septiembre. No fue una iniciativa solitaria; respondió a una misiva del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, y buscaba reabrir la discusión sobre la solución de dos Estados, una vía que parecía diplomáticamente muerta.
La reacción de los aliados históricos de Francia fue inmediata y visceral. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, calificó la medida como un "premio al terrorismo", argumentando que validaba los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023. Esta postura fue unánime en el espectro político israelí, desde el presidente Isaac Herzog hasta el líder opositor Yair Lapid, quienes la tildaron de "error moral".
Al otro lado del Atlántico, la administración estadounidense de Donald Trump se alineó con Israel. El secretario de Estado, Marco Rubio, la describió como una "bofetada en la cara de las víctimas" y una decisión "irresponsable" que servía a la propaganda de Hamás. Washington llegó a calificar la conferencia internacional sobre la paz, copresidida por Francia y Arabia Saudita en la ONU, como un "truco publicitario", dejando en evidencia una profunda fractura con sus socios europeos.
La jugada de Macron no quedó aislada. Creó un efecto dominó que reconfiguró el debate en Occidente. Días después del anuncio francés, el 29 de julio, el primer ministro británico, Keir Starmer, declaró que el Reino Unido también planeaba reconocer a Palestina. Sin embargo, lo hizo con una salvedad estratégica: el reconocimiento se produciría a menos que Israel tomara medidas concretas, como un alto al fuego, el fin de la anexión en Cisjordania y un compromiso real con el proceso de paz.
Esta postura, junto a la de otros países como España, que ya había avanzado en esa línea, demostró que el eje de la discusión en Europa había cambiado. Ya no se debatía si reconocer a Palestina, sino cuándo y bajo qué condiciones. La tradicional unidad occidental frente al conflicto se había roto, dejando a la postura de Estados Unidos e Israel cada vez más aislada.
Es imposible analizar este giro diplomático sin entender el contexto humanitario que lo precipitó. Durante julio, los informes sobre la situación en Gaza eran devastadores. Organizaciones internacionales y medios de comunicación documentaron una hambruna deliberada, con tierras agrícolas destruidas, ayuda humanitaria bloqueada y niños muriendo de desnutrición. Las "pausas tácticas" anunciadas por Israel a fines de julio fueron vistas como una concesión mínima ante una presión internacional insostenible.
El punto de inflexión moral llegó el 28 de julio, cuando la prestigiosa ONG de derechos humanos israelí, B"Tselem, publicó un informe titulado "Nuestro Genocidio". Por primera vez, una organización israelí acusaba a su propio país del crimen más grave bajo el derecho internacional. Esta denuncia, nacida desde dentro de la sociedad israelí, otorgó un peso ineludible a los argumentos de quienes exigían una intervención internacional más decidida.
Hoy, el escenario es incierto pero irreversiblemente distinto. La iniciativa francesa logró su objetivo inicial: forzar el regreso de la cuestión palestina al centro de la agenda global. Sin embargo, también ha profundizado la polarización.
La Asamblea General de la ONU se ha convertido en el próximo campo de batalla diplomático. La pregunta clave es si la creciente presión europea, sumada al peso de la catástrofe humanitaria, logrará forzar a Israel y Estados Unidos a reevaluar su postura y comprometerse con una solución negociada. O si, por el contrario, la férrea oposición consolidará un mundo dividido en dos bloques, con un camino hacia la paz más fragmentado que nunca. El tablero geopolítico ha sido sacudido, pero las jugadas decisivas aún están por verse.
2025-07-27