La muerte de Brian Wilson no es el final de una canción. Es el silencio que obliga a escuchar lo que queda: un catálogo musical de valor incalculable, una historia personal que es un mapa de las fallas de la industria y un mito que ahora entra en su fase de construcción definitiva. El adiós del líder de The Beach Boys activa tres escenarios futuros que se desarrollarán en paralelo, redefiniendo no solo su figura, sino también las reglas del juego para los creadores que vendrán.
El futuro inmediato del legado de Wilson será una negociación. Su música, desde los éxitos tempranos hasta las cintas perdidas de Smile, es ahora un activo financiero y cultural. La pregunta clave es quién lo gestionará y con qué propósito. La tendencia dominante apunta a una administración corporativa del patrimonio, similar a las que gestionan los legados de Michael Jackson o Elvis Presley.
Esto proyecta un futuro de productos cuidadosamente curados: ediciones de lujo, documentales definitivos que refuercen una narrativa oficial y, posiblemente, el uso de inteligencia artificial para "completar" o "remasterizar" grabaciones inéditas. El riesgo es evidente: la simplificación. La complejidad de Wilson —el productor obsesivo, el arreglista que fusionaba pop con vanguardia, el hombre atormentado por demonios internos y externos— podría ser aplanada en la figura del "genio triste de la playa". El éxito comercial de esta estrategia dependerá de vender una versión accesible de su historia, aunque sacrifique la verdad incómoda que revela su obra más profunda.
La tensión definitoria será entre los herederos que busquen preservar la integridad artística y los socios comerciales que apunten a maximizar la rentabilidad. El resultado determinará si las futuras generaciones conocerán al Wilson de Pet Sounds en toda su gloriosa melancolía o a una caricatura de él.
La vida de Brian Wilson es una de las crónicas más documentadas sobre el costo del estrellato. Su colapso durante las sesiones de Smile no fue un simple bache, fue el resultado de la presión de la discográfica, las dinámicas familiares tóxicas y un sistema que no tenía el lenguaje ni las herramientas para lidiar con la salud mental. Su muerte convierte esta historia personal en un precedente.
En el futuro a mediano plazo, la narrativa de Wilson será utilizada por artistas y abogados para exigir mejores condiciones contractuales. Veremos un aumento en las cláusulas de "bienestar del artista", que contemplen pausas obligatorias, acceso a terapia y mayor autonomía creativa para mitigar el agotamiento. Para la industria, esto no es filantropía, es gestión de riesgos. El costo reputacional y legal de un colapso público es hoy mucho mayor que en 1967.
Sin embargo, el punto de inflexión crítico será si estos cambios son estructurales o cosméticos. Un escenario optimista ve una industria que invierte genuinamente en la sostenibilidad de su "capital humano". Un escenario más probable es la creación de protocolos de bienestar superficiales, diseñados más para la imagen pública que para un cambio real. La historia de Wilson será el barómetro con el que se mida la sinceridad de estos esfuerzos.
El legado de un artista no solo reside en su obra, sino en el mito que la envuelve. El de Wilson se bifurcará, generando dos corrientes de influencia distintas. Por un lado, estará el Wilson técnico, el productor que, como señalan músicos chilenos desde Álvaro Henríquez a Francis Durán, usó el estudio como un instrumento y creó texturas sonoras que siguen siendo un campo de estudio. Esta influencia alimentará a nichos de músicos experimentales y productores que buscan expandir los límites del pop.
Por otro lado, se consolidará el mito del genio torturado. Esta narrativa, aunque poderosa, es peligrosa. Puede romantizar el sufrimiento como un prerrequisito para la gran creación artística, una idea que el propio Wilson combatió durante su vida. La forma en que se cuente su historia —en biopics, libros y artículos— influirá en la percepción cultural sobre la relación entre creatividad y enfermedad mental.
El futuro de su influencia no es estático. Dependerá de qué relato prevalezca. Si domina la visión del innovador, inspirará a artistas a ser audaces y a proteger su visión. Si se impone la del mártir, podría perpetuar un ciclo destructivo. La muerte de Brian Wilson no cierra su sinfonía; apenas termina el primer movimiento. Los que quedan ahora deben decidir cómo se escribe el resto.