A más de dos meses del fallecimiento del Papa Francisco, el estruendo mediático ha dado paso a una decantación necesaria. La conmoción inicial, que unió a fieles, líderes mundiales y observadores en un duelo global, se ha transformado en un espacio para el análisis profundo. La partida de Jorge Mario Bergoglio el pasado 21 de abril no solo cerró un capítulo, sino que activó una serie de procesos —rituales, políticos y espirituales— cuyo verdadero alcance recién comienza a vislumbrarse. La Iglesia Católica ha elegido a su nuevo líder, pero la pregunta que resuena es si el Cónclave resolvió la encrucijada que el pontificado de Francisco dejó al descubierto o si, por el contrario, solo la ha puesto en pausa.
La despedida de Francisco fue, en sí misma, su último acto de gobierno y su testamento pastoral. Siguiendo sus explícitas instrucciones, el ritual fúnebre se despojó de la pompa imperial que caracterizó a sus predecesores. No hubo catafalco, ni tres ataúdes concéntricos, ni títulos grandilocuentes. En su lugar, un féretro único de madera y una ceremonia que buscaba resaltar la figura del "pastor" por sobre la del "monarca", como lo explicó el maestro de ceremonias del Vaticano. Esta austeridad no fue un mero detalle, sino la culminación de un pontificado que luchó por devolver a la Iglesia a una sencillez evangélica.
Su decisión más disruptiva fue, quizás, la de ser sepultado fuera de las grutas vaticanas, en la Basílica de Santa María la Mayor. Esta elección, cargada de simbolismo, lo conectaba con su profunda devoción mariana, sus raíces como jesuita —Ignacio de Loyola celebró allí su primera misa— y su identidad como "obispo de Roma" antes que como soberano universal. Al romper con una tradición de más de un siglo, Francisco reafirmó hasta el final su rol de reformador, un hombre que se sintió siempre en la "periferia" del poder vaticano, incluso ocupando su centro.
El funeral trascendió lo religioso para convertirse en un termómetro de la geopolítica. La presencia de líderes como Donald Trump y Volodimir Zelenski en un mismo espacio, en medio de la tensa relación entre Estados Unidos y Ucrania, evidenció cómo la figura del Papa actuaba como un polo de convergencia global. La delegación chilena, encabezada por el presidente del Senado, Manuel José Ossandón, junto a representantes de todo el espectro político y social, como Javier Milei de Argentina y Lula da Silva de Brasil, reflejó la capacidad de Francisco para interpelar a un mundo fragmentado. Sin embargo, este encuentro también sirvió para que líderes como Trump adelantaran agendas diplomáticas, demostrando que ni siquiera el duelo sagrado escapa a los cálculos del poder terrenal.
Con la Sede Vacante, las tensiones contenidas durante el pontificado de Francisco emergieron con fuerza. El Cónclave no fue solo la elección de un nombre, sino una batalla de visiones sobre el futuro de la Iglesia. Por un lado, el ala "francisquista" buscaba un sucesor que profundizara el camino de la sinodalidad, la apertura pastoral y el foco en las periferias geográficas y existenciales. Nombres como el del filipino Luis Antonio Tagle o el italiano Matteo Zuppi representaban esta línea de continuidad.
En el polo opuesto, un influyente sector conservador abogaba por una "restauración". Para ellos, el pontificado de Francisco había generado confusión doctrinal y debilitado la autoridad moral de la Iglesia. Buscaban una figura que reafirmara la tradición, como el cardenal guineano Robert Sarah, y que pusiera fin a lo que consideraban ambigüedades en temas como la bendición a parejas del mismo sexo o la comunión para los divorciados vueltos a casar. Entre ambos extremos, candidatos de perfil más institucional, como el Secretario de Estado Pietro Parolin, se presentaban como una opción de síntesis y gestión para estabilizar una Curia en constante reforma.
El pontificado de Francisco no puede entenderse sin la renuncia de Benedicto XVI, un acto que desmitificó la figura papal y abrió la puerta a una nueva era. Bergoglio intentó llevar a su máxima expresión el espíritu del Concilio Vaticano II, concibiendo una Iglesia "en salida", dialogante y misericordiosa. Sin embargo, su estilo personalista y sus reformas encontraron una resistencia formidable, no solo en la Curia, sino en sectores del catolicismo global que anhelaban certezas en un mundo cambiante.
La elección del nuevo Pontífice ha marcado una dirección. Sus primeros gestos y nombramientos son analizados con lupa para descifrar si la Iglesia optará por consolidar el legado de Francisco, corregirlo o iniciar un camino completamente nuevo. La partida del Papa argentino ha cerrado una era de innegable impacto, pero ha dejado una institución enfrentada a sus propias contradicciones. La pregunta fundamental sigue abierta: ¿fue Francisco una excepción histórica o el verdadero comienzo de una transformación irreversible en la Iglesia Católica del siglo XXI?