A más de un mes del fallecimiento del Papa Francisco, la conmoción global ha dado paso a una compleja y silenciosa lucha por el futuro de la Iglesia Católica. El Vaticano, epicentro del duelo, es ahora el escenario de una pugna de poder que definirá el rumbo de la institución por las próximas décadas. El cónclave que se avecina no es solo la elección de un nuevo pontífice; es un referéndum sobre el legado de un Papa que desafió las estructuras y cuya herencia pende de un hilo.
Los días que siguieron a la muerte de Jorge Mario Bergoglio, el 21 de abril, fueron un mosaico de contrastes. Mientras miles de fieles hacían fila en la Plaza de San Pedro para un último adiós —en una escena que mezcló la devoción genuina con la modernidad de las polémicas 'selfies' junto al féretro—, la maquinaria de la sucesión ya estaba en marcha. El foco se desplazó rápidamente del hombre, aquel pontífice que nunca regresó a su natal Argentina para no ser instrumentalizado por su polarización política, a la institución que dejaba atrás.
La dimensión global del pontificado quedó de manifiesto en su funeral, con la presencia de líderes mundiales como el expresidente estadounidense Joe Biden, un católico devoto que mantenía una estrecha relación con Francisco, y el actual mandatario, Donald Trump. Su asistencia simultánea simbolizó las tensiones que el propio Papa navegó: la fe personal, la política global y las crecientes divisiones ideológicas de Occidente.
El núcleo del conflicto es teológico e ideológico. ¿Continuará la Iglesia por la senda de un "hospital de campaña", enfocado en la misericordia, la justicia social y la acogida a las periferias, como predicaba Francisco? ¿O buscarán los cardenales un retorno a la certeza doctrinal y la tradición?
Esta disyuntiva se personifica en dos visiones que chocan en las congregaciones generales previas al cónclave. Por un lado, pervive el recuerdo de los gestos de Francisco, como su amistad con la monja Geneviève Jeanningros, quien trabaja con mujeres transexuales en Roma, representando un espíritu de inclusión radical. Por otro, emerge la desafiante figura del cardenal peruano Juan Luis Cipriani. Sancionado por el propio Francisco en 2019 por acusaciones de encubrimiento de abusos, su presencia en Roma, vistiendo las insignias cardenalicias que se le había prohibido usar, es una declaración de fuerza del ala ultraconservadora. Su participación, calificada por la Red de Sobrevivientes de Abusos de Perú como una "revictimización", envía un mensaje preocupante: la vieja guardia ve una oportunidad para restaurar su influencia y marginar la crisis de los abusos, una herida que el pontificado de Francisco no logró cerrar del todo.
La elección papal ha trascendido los muros del Vaticano para convertirse en una pieza del ajedrez geopolítico. En un acto sin precedentes, el presidente Donald Trump respaldó públicamente al cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, un conservador con quien mantiene una relación cordial. Este gesto, amplificado por las irónicas publicaciones de Trump en redes sociales donde bromeaba con su deseo de ser Papa, ha sido interpretado como un intento de presionar por un líder eclesiástico más afín a los intereses políticos y económicos de Occidente.
Esta interferencia externa añade una capa de complejidad al cónclave, enfrentando una posible visión eurocéntrica y norteamericana con la de una Iglesia volcada al Sur Global, uno de los pilares del pontificado de Francisco. En medio de este torbellino, cardenales como el chileno Fernando Chomali, Arzobispo de Santiago, deben navegar un proceso donde las lealtades teológicas se cruzan con presiones políticas cada vez más explícitas.
El fin del pontificado de Francisco deja a la Iglesia en una encrucijada más profunda que en transiciones anteriores. Su papado no fue de continuidad, sino de disrupción. Abrió debates sobre la inclusión de personas LGBTQ+, la moral económica y el clericalismo, diálogos que el sector más conservador ahora desea clausurar. La crisis actual no es una anomalía, sino la consecuencia directa de un liderazgo que priorizó la pastoral sobre la doctrina.
Mientras los 133 cardenales electores se preparan para ingresar a la Capilla Sixtina, la pregunta que resuena es si la "era Francisco" fue un breve paréntesis o el prólogo de un nuevo capítulo para los 1.300 millones de católicos en el mundo. No elegirán solo un nombre, sino el alma misma de la Iglesia para el siglo XXI.