Hace unos meses, la aparición de dos sillas de plástico frente al Estadio Nacional confirmó la noticia: Bad Bunny regresa a Chile en febrero de 2026. La reacción inmediata fue la euforia por la venta de entradas. Sin embargo, pasadas las semanas, el evento decanta en una pregunta más profunda: ¿qué es exactamente lo que llega a Chile? La respuesta se encuentra a miles de kilómetros, en la residencia de 30 conciertos que el artista puertorriqueño realizó en su isla natal. Este evento no fue solo una gira, sino un laboratorio en tiempo real sobre cómo una figura cultural puede operar como un actor geopolítico y económico, redefiniendo el concepto de soberanía.
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¿Estamos hablando solo de música o de un motor económico?
Estamos hablando de una operación económica a gran escala. Bautizada como "No me quiero ir de aquí", la residencia de Bad Bunny en el Coliseo de Puerto Rico fue diseñada para inyectar capital y visibilidad a la isla. Según análisis de medios como la BBC, basados en datos de la organización Discover Puerto Rico, el impacto económico directo e indirecto se proyectó en más de 200 millones de dólares.
Este fenómeno, que podría llamarse la "Economía Benito", se construyó sobre varias bases:
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¿Cómo un concierto se transforma en un acto de soberanía cultural?
Aquí es donde el análisis trasciende las cifras. La residencia fue una meticulosa declaración política. Como documentó el diario El País, el espectáculo era un manifiesto de identidad puertorriqueña frente a las presiones del colonialismo, la gentrificación y el desplazamiento forzado de locales por inversores extranjeros.
El escenario no era neutro: recreaba un campo puertorriqueño con un platanal, un flamboyán y una casa típica de barrio con su "marquesina" para las fiestas. La música era un recorrido por las raíces de la isla, desde la bomba y la plena —géneros afrocaribeños de resistencia— hasta la salsa y el reguetón de la vieja escuela. El propio título, "No me quiero ir de aquí", es un lema contra el éxodo de puertorriqueños.
Bad Bunny no solo cantó; ejerció una forma de diplomacia cultural. Al restringir la primera venta de entradas a residentes de la isla y obligar a una compra presencial, priorizó a su gente. Al mismo tiempo, invitó al mundo a visitar Puerto Rico no como un simple paraíso turístico, sino como una nación con una cultura compleja y en lucha. Este es el núcleo del "PIB emocional": un indicador no monetario del orgullo, la cohesión y la resiliencia de un pueblo, fortalecido por un embajador no estatal.
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¿Qué significa esto para Chile y el resto del mundo?
El caso de Bad Bunny en Puerto Rico consolida un nuevo paradigma: el del artista como un actor de poder blando (soft power) que puede ser más influyente que muchos diplomáticos. Puerto Rico, al ser un territorio no incorporado de Estados Unidos, carece de soberanía política plena. Sin embargo, a través de Bad Bunny, proyecta su identidad y sus dilemas al mundo con una eficacia inusitada.
La campaña de marketing global de las sillas de plástico, que se vieron en Santiago, Buenos Aires y Madrid, no anunciaba solo una gira. Delimitaba un territorio de influencia cultural que no depende de fronteras políticas.
Para un país como Chile, la llegada de este espectáculo en 2026 obliga a una reflexión:
El tema, por tanto, ya no es si Bad Bunny llenará el Estadio Nacional. Eso es un hecho. La discusión pendiente es comprender la magnitud de la fuerza cultural, económica y simbólica que representa, un debate que apenas comienza y que sigue en plena evolución.