La aprobación de la "Big Beautiful Bill" a principios de julio no fue solo una noticia económica para Estados Unidos. Fue la señal definitiva de que el orden global basado en la libre circulación de capitales y mercancías ha terminado. Más que una reforma fiscal, la ley es un instrumento de poder geopolítico que obliga a naciones como Chile a tomar una decisión que definirá su prosperidad y soberanía durante las próximas décadas. El tiempo de navegar con éxito entre las aguas de Washington y Beijing, sin elegir un bando, se está acabando.
El núcleo de la amenaza para Chile y otros países con economías abiertas reside en una cláusula poco discutida pero poderosa: la Sección 899. Esta disposición permite al gobierno de EE.UU. imponer impuestos punitivos a inversiones provenientes de países que considere con políticas fiscales "injustas". Para Wall Street, esto encendió todas las alarmas. Greg Peters, de PGIM Fixed Income, lo calificó como una "herida autoinfligida" en un momento en que EE.UU. necesita desesperadamente capital extranjero para financiar su deuda.
Para Chile, la amenaza es directa. El convenio de doble tributación, recién implementado, podría quedar sin efecto si EE.UU. decide incluir a Chile en esa lista. Como advirtió Felipe Espina de EY Chile, esto podría significar un aumento progresivo en la retención de impuestos a pagos desde EE.UU., afectando a dividendos, intereses y regalías. Es el "garrote" con el que la nueva doctrina estadounidense busca disciplinar a sus socios comerciales, forzándolos a alinear sus políticas con los intereses de Washington.
La estrategia chilena de las últimas tres décadas, basada en una apertura comercial pragmática y diversificada, enfrenta su mayor prueba. La ley de Trump presenta dos caminos divergentes y mutuamente excluyentes.
Escenario 1: La órbita americana. Chile podría optar por un alineamiento estratégico total con Estados Unidos. Esto implicaría negociar un acuerdo bilateral profundo que garantice un acceso preferencial al mercado estadounidense, blindándose de futuros aranceles. El país podría posicionarse como un destino seguro para el "nearshoring", atrayendo a empresas estadounidenses que buscan relocalizar sus cadenas de suministro fuera de Asia. El costo, sin embargo, sería alto: una dependencia económica y política de los ciclos de Washington, una probable represalia comercial por parte de China y una pérdida significativa de autonomía estratégica. La soberanía se convertiría en una moneda de cambio.
Escenario 2: El equilibrio riesgoso. La alternativa es intentar mantener la política de diversificación, fortaleciendo lazos con Europa, Asia y América Latina, y resistiendo la presión de elegir un bando. Esta ruta busca preservar la autonomía y evitar la dependencia de un solo poder. Pero el riesgo es enorme. En un mundo de bloques, la neutralidad puede ser castigada por todos. Chile podría ser objeto de aranceles estadounidenses bajo la Sección 899 y, al mismo tiempo, ser visto con desconfianza por China, que también exige lealtad de sus socios. Este camino corre el peligro de dejar a Chile aislado, sin los beneficios plenos de pertenecer a ningún bloque económico.
La ironía de la nueva política estadounidense no pasa desapercibida en América Latina. Como señaló un análisis de la BBC, el discurso de Trump sobre "independencia económica" y protección industrial es un eco directo del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) que aplicaron líderes como Perón y Vargas en el siglo XX. Ese modelo, que buscaba desarrollar la industria local a través de altas barreras arancelarias, es recordado en la región como un "sonoro fracaso" que generó ineficiencia, inflación y estancamiento.
Que la principal economía del mundo adopte ahora una versión de estas políticas es una señal preocupante. Demuestra que la lógica del proteccionismo ha vuelto, pero esta vez a una escala global. Para Chile, que construyó su éxito económico sobre la base de la apertura, este giro representa un desafío existencial a su modelo de desarrollo.
La "Big Beautiful Bill" ha dejado claro que el tablero geopolítico se ha partido en dos. La decisión para Chile ya no es si elegir un camino, sino cuál y cuándo. La mayor amenaza no es optar por la órbita estadounidense o por la diversificación arriesgada, sino quedar paralizado por la indecisión. Seguir actuando como si el mundo de 2010 aún existiera es la ruta más segura hacia la irrelevancia y la vulnerabilidad. La próxima década exigirá una claridad estratégica y un consenso político interno que Chile no ha necesitado en mucho tiempo. La elección que se tome, o que se evite tomar, determinará el lugar del país en el nuevo orden mundial que está naciendo.