A más de un mes de la Junta Nacional que partió en dos a la Democracia Cristiana, la alianza con la candidata presidencial del Partido Comunista, Jeannette Jara, es un hecho. Sin embargo, la atmósfera no es de celebración, sino de una tensa tregua. El nuevo presidente de la falange, Francisco Huenchumilla, quien asumió tras la renuncia de Alberto Undurraga, ya ha marcado los límites del acuerdo. “Si hubiera un tema de esa naturaleza (aborto libre), nosotros vamos a hacer reserva”, declaró a fines de julio, apenas 72 horas después de la votación. La DC no firmó un cheque en blanco; firmó un pacto de supervivencia electoral, y cada día se encarga de recordárselo a sus nuevos socios.
El acuerdo, que para muchos militantes históricos es una capitulación, y para otros un acto de realismo político, no resolvió la crisis del partido. Solo la ha trasladado desde el debate interno a la negociación pública, exponiendo las profundas grietas de una colectividad que lucha por no volverse irrelevante.
Todo se precipitó el 29 de junio, cuando las primarias del oficialismo dieron por ganadora a Jeannette Jara. La victoria de la carta comunista sobre Carolina Tohá (PPD), a quien la DC había apoyado tácitamente, materializó el peor escenario para el partido. De pronto, la falange, que se define como un partido de centro y con una histórica raigambre anticomunista, se vio obligada a decidir entre dos caminos: pactar con un sector que le es ideológicamente ajeno o arriesgar su existencia misma en la próxima elección parlamentaria.
El dilema expuso las dos almas que cohabitan en la DC:
El debate no ocurrió en un vacío. Desde el oficialismo, la presión fue intensa. La presidenta del Partido Socialista, Paulina Vodanovic, lanzó una advertencia que fue calificada de “chantaje” por dirigentes DC: “El no apoyo a Jeannette Jara es un apoyo a José Antonio Kast”. Esta dicotomía, aunque resistida por la falange, enmarcó la decisión en una lógica de mal menor y polarización. Al mismo tiempo, desde la derecha, Renovación Nacional hacía guiños a los democratacristianos descontentos, tentando a un sector del partido a cruzar el Rubicón hacia la otra vereda.
El 26 de julio, la Junta Nacional selló el destino del partido. Por 167 votos contra 97, se aprobó respaldar a Jeannette Jara. La balanza se inclinó, en gran medida, por un factor clave expuesto durante el cónclave: una supuesta oferta del oficialismo de “en promedio, 22 cupos” parlamentarios en una lista única. La promesa de viabilidad electoral pesó más que la doctrina. Tal como lo advirtió, Alberto Undurraga renunció a la presidencia esa misma noche.
La resaca de la decisión fue inmediata y amarga. Apenas 48 horas después, dirigentes del oficialismo salieron a “relativizar” la oferta de cupos. La presidenta del PS, Paulina Vodanovic, afirmó que la DC “no tiene nada garantizado en esta negociación”. Lo que en la junta se presentó como una oferta casi cerrada, se reveló como una “simulación preliminar” y un “ejercicio ficticio”.
La Democracia Cristiana había pagado el precio más alto —una fractura interna, la renuncia de su timonel y la indignación de su base histórica— por un acuerdo cuyos términos más cruciales no estaban asegurados. Jeannette Jara agradeció el apoyo, afirmando que “el camino recién comienza”, pero para la DC, ese camino se perfila como un campo minado.
El partido ha logrado, por ahora, una butaca en la mesa de negociación parlamentaria. Pero la pregunta que resuena en sus pasillos es si, en el esfuerzo por salvar su cuerpo electoral, ha terminado por sacrificar su alma. La crisis de la Democracia Cristiana no ha terminado; solo ha cambiado de escenario.
2025-07-13