Más que muñecos en un paradero: Cómo la violencia simbólica del 1 de Mayo reconfiguró el debate público

Más que muñecos en un paradero: Cómo la violencia simbólica del 1 de Mayo reconfiguró el debate público
2025-07-30
  • Un acto de violencia simbólica durante la marcha del Día del Trabajador se convirtió en el epicentro de un debate nacional sobre los límites de la expresión.
  • La controversia expuso la responsabilidad política de los partidos, especialmente del Partido Comunista, y la fragilidad de los consensos contra la violencia.
  • Meses después, el incidente sigue resonando como un síntoma de la profunda polarización y la normalización de un discurso confrontacional en Chile.

La imagen que no se borró

Han pasado más de dos meses desde el Día del Trabajador, pero una imagen de esa jornada persiste en la memoria colectiva con más fuerza que los discursos y las demandas laborales: dos muñecos con los rostros de los candidatos presidenciales José Antonio Kast y Johannes Kaiser, colgados de cabeza en un paradero de la Alameda, frente al Palacio de La Moneda. Adornados con esvásticas, su exhibición fue un acto breve, pero su impacto ha sido duradero, obligando al sistema político a mirarse en un espejo que le devolvió el reflejo de su propia fractura.

El episodio, lejos de ser una anécdota de la crónica roja o una simple nota al margen de la manifestación convocada por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), se transformó en un catalizador. Lo que comenzó como una "performance" de protesta, rápidamente escaló a un debate nacional sobre los límites de la libertad de expresión, la responsabilidad de los partidos políticos y la peligrosa normalización de la violencia como lenguaje.

Crónica de una controversia: del acto a la reacción en cadena

El 1 de mayo de 2025 transcurría entre las tradicionales demandas de la CUT, liderada por David Acuña, y los disturbios aislados que suelen acompañar estas convocatorias, con un saldo de una decena de detenidos y un vehículo incendiado. Sin embargo, el foco noticioso cambió drásticamente cuando comenzó a circular una fotografía publicada como "historia" en la cuenta de Instagram de las Juventudes Comunistas (JJ.CC.) de Santiago. En ella se veían los muñecos colgando, emulando la ejecución pública del dictador fascista Benito Mussolini y sus seguidores en Milán en 1945. La publicación, musicalizada con el "Himno del F.P.M.R.", fue eliminada, pero ya era tarde.

La reacción fue inmediata y abarcó todo el espectro político, revelando las distintas sensibilidades y estrategias frente a la violencia simbólica:

  • La derecha y la acusación directa: La candidata de Chile Vamos, Evelyn Matthei, fue una de las primeras en reaccionar, calificando el hecho como "la imagen más nítida de la violencia política que día a día ejerce la izquierda en Chile por intermedio del PC". Su emplazamiento no fue solo una condena, sino una imputación directa al Partido Comunista, miembro de la coalición de gobierno. José Antonio Kast habló de "odio y la violencia", mientras que Johannes Kaiser optó por una contorsión histórica, acusando a los comunistas de haber pactado con los nazis en 1939, desviando el foco de la amenaza simbólica hacia una disputa por el pasado.
  • El centro y la defensa de los principios: Desde el oficialismo, las voces de condena buscaron establecer un estándar democrático. La candidata Carolina Tohá (PPD) fue enfática: "Quienes condenamos los abusos de la dictadura debemos ser los primeros en alejarnos de toda práctica que promueva la brutalidad y el odio. Ninguna diferencia lo justifica". Su declaración apuntaba a la coherencia como un pilar fundamental para la convivencia democrática.
  • La izquierda y el dilema de la responsabilidad: El Partido Comunista quedó en una posición incómoda. Mientras el ministro de Justicia, Jaime Gajardo (PC), condenaba cualquier "atisbo de violencia política", la candidata presidencial del partido, Jeannette Jara, enfrentó emplazamientos directos de otros candidatos, como Jaime Mulet (FRVS), para que se pronunciara. Finalmente, Jara declaró: "Quiero ser clara en que rechazo esta publicación. Todos saben que pienso muy distinto de Kast y de Kaiser, y quiero derrotarlos en las urnas, no a través de una publicación que no corresponde". Su respuesta, aunque contundente, llegó tras una presión visible que evidenció las tensiones internas y la dificultad de gestionar las acciones de sus bases más radicalizadas.

¿Sátira o amenaza? El debate de fondo

El episodio de los muñecos forzó una pregunta incómoda: ¿dónde termina la sátira política y dónde comienza la incitación a la violencia? Algunos, como el candidato Jaime Mulet, sugirieron que podía entenderse en un "ambiente de jocosidad", aunque lo condenó de igual forma. Sin embargo, la referencia histórica a Mussolini eliminaba cualquier lectura ingenua. No se trataba de una simple piñata, sino de la representación de un ajusticiamiento, un acto que invoca la eliminación física del adversario.

Este acto simbólico no surgió en el vacío. Se inscribe en un clima de polarización que se ha intensificado en Chile desde 2019, donde el lenguaje bélico y la deshumanización del oponente se han vuelto recurrentes en los discursos de los extremos. El incidente del 1 de Mayo funcionó como un síntoma agudo de esta enfermedad, demostrando que la violencia, incluso en su forma simbólica, ya no es un tabú.

Un debate abierto que sigue evolucionando

El tema no está cerrado. Los muñecos fueron descolgados, pero la discusión que provocaron sigue vigente. El incidente dejó un saldo de preguntas sin respuesta definitiva sobre la autorregulación de los partidos políticos y la formación de sus juventudes. ¿Son las directivas responsables de cada acto de sus militantes? ¿Cómo se construye un discurso crítico que no derive en la aniquilación simbólica del otro?

Más de 60 días después, el "cadalso simbólico" de la Alameda se ha convertido en un caso de estudio sobre la fragilidad de la convivencia democrática en Chile. Demostró que el consenso en contra de la violencia política es más débil de lo que se pensaba y que su lenguaje, una vez liberado, es difícil de contener. La verdadera pregunta que dejó colgada no es quién fue el culpable, sino si la sociedad chilena será capaz de reconstruir un lenguaje común que permita el disenso sin invocar a los fantasmas de la violencia.

El evento, inicialmente una manifestación social, escaló a un debate nacional sobre los límites de la libertad de expresión, la violencia simbólica y la creciente polarización política. La historia permite analizar cómo un acto específico se convierte en un catalizador de tensiones subyacentes, revelando las fracturas ideológicas de una sociedad y la evolución del discurso público hacia la confrontación. Ofrece una narrativa completa con un detonante claro, reacciones diversas y consecuencias duraderas en el clima político.