La emoción de Yunerki Ortega al recibir la nacionalidad chilena fue genuina. “Lo que siento es más grande que un oro olímpico”, declaró el para-atleta de origen cubano. Su historia, desde la deserción en los Juegos Panamericanos de 2023 hasta la ciudadanía por gracia aprobada por el Congreso, es más que una anécdota de superación. Es una señal potente que proyecta dos futuros paralelos y potencialmente conflictivos para el concepto de identidad nacional en Chile.
Por un lado, se consolida un modelo de nacionalidad como contrato afectivo y de mérito. Ortega, al igual que otros deportistas como Santiago Ford o Yasmani Acosta, no se convierte en chileno por un trámite burocrático, sino a través de un intercambio simbólico. Él ofrece la promesa de medallas, orgullo y una narrativa de éxito que fortalece el poder blando del país. A cambio, Chile le ofrece refugio, un futuro y la plataforma para competir. Es una transacción donde el pasaporte es el sello de una alianza estratégica. Este camino sugiere un futuro donde Chile podría volverse más selectivo y pragmático, utilizando la nacionalidad como una herramienta para atraer talento global en deportes, ciencias o artes, creando una vía rápida para aquellos considerados un “aporte a la nación”.
Sin embargo, este modelo opera en un contexto social mucho más complejo. Mientras el Congreso celebraba a Ortega, en sus mismos pasillos se debatía con aspereza sobre el voto obligatorio para extranjeros. La discusión sobre si multar o no a los residentes que no sufraguen revela la otra cara de la moneda: la nacionalidad como un contrato cívico con deberes universales. Esta perspectiva no se enfoca en el mérito excepcional, sino en las obligaciones comunes. Plantea preguntas fundamentales sobre la integración de la población migrante en su conjunto: ¿qué deberes se les exige? ¿Qué derechos se les garantiza? ¿Son parte del cuerpo electoral con las mismas reglas que los nacidos en Chile?
Aquí es donde los futuros divergen y la tensión se hace visible.
Escenario 1: La Vía del Mérito Estratégico
Si la lógica del caso Ortega se expande, Chile podría desarrollar una política de ciudadanía más utilitaria. El Estado podría crear programas para identificar y nacionalizar a individuos con talentos específicos que alineen con los intereses nacionales. El riesgo es evidente: se crearía una jerarquía de migrantes. Por un lado, los “talentos” con acceso privilegiado a la ciudadanía. Por otro, la gran mayoría de migrantes que deben navegar un sistema migratorio lento y cuyas contribuciones, aunque vitales para la economía, no son tan visibles como una medalla olímpica. Esto podría generar resentimiento y fragmentar aún más la cohesión social.
Escenario 2: El Refuerzo del Contrato Cívico
Si las preocupaciones sobre la asimilación y los deberes cívicos ganan terreno, el futuro podría ser más restrictivo. La conversación pública se alejaría de las historias de éxito individuales para centrarse en estadísticas, control y la homogeneización de las obligaciones. Las políticas podrían endurecerse, exigiendo mayores pruebas de integración cultural o lealtad cívica antes de otorgar derechos plenos. Este camino busca la cohesión a través de la uniformidad, pero arriesga alienar a las comunidades migrantes y perder los beneficios del dinamismo y la diversidad que aportan.
Síntesis: Una Identidad en Negociación Permanente
Lo más probable es que Chile no elija un solo camino, sino que avance en una tensión constante entre ambos modelos. Los casos como el de Yunerki Ortega serán utilizados políticamente como símbolos de un país abierto y meritocrático, mientras que, de forma paralela, las políticas migratorias para la mayoría seguirán siendo un campo de batalla ideológico.
El punto de inflexión no será una ley o un decreto, sino la percepción pública. ¿Verán los chilenos esta dualidad como un equilibrio pragmático o como una profunda hipocresía? La historia de Ortega no cierra un capítulo; lo abre. Obliga a Chile a mirarse al espejo y preguntarse qué tipo de contrato social ofrece a quienes eligen este país como su hogar. Si la chilenidad es un sentimiento que se gana con esfuerzo y lealtad, o un estatus legal que se cumple con deberes y obligaciones. El futuro de la identidad nacional se está negociando ahora mismo, entre el aplauso por una medalla y el debate por una multa.