La política exterior se convierte en campo de batalla presidencial: Cómo la condena de Boric al ataque en Irán redefinió las alianzas y fracturó el debate en Chile

La política exterior se convierte en campo de batalla presidencial: Cómo la condena de Boric al ataque en Irán redefinió las alianzas y fracturó el debate en Chile
2025-07-30
  • La condena del Presidente Boric al ataque de EE.UU. a Irán transformó la diplomacia de un asunto de Estado a una herramienta electoral.
  • El episodio reveló una triple fractura: dentro del oficialismo, entre gobierno y oposición, y sobre la definición de “interés nacional”.
  • El debate ya no es sobre el conflicto global, sino sobre el alineamiento estratégico de Chile, cuestionando la tradicional relación con EE.UU. frente a una política exterior basada en principios.

El eco de una guerra lejana en la contienda local

Han pasado más de 30 días desde que la llamada “Guerra de los Doce Días” entre Estados Unidos e Irán mantuvo en vilo al mundo. El conflicto militar ha cesado, pero sus réplicas políticas continúan sacudiendo el panorama presidencial chileno. Lo que comenzó como un tuit del Presidente Gabriel Boric condenando el bombardeo estadounidense a instalaciones nucleares iraníes, se convirtió en un catalizador que expuso las profundas grietas ideológicas del país y transformó la política exterior en un arma de campaña.

La noche del 21 de junio, el Mandatario publicó en la red social X: “Atacar centrales nucleares está prohibido por el derecho internacional. Chile condena este ataque de EEUU (...) Tener poder no autoriza a utilizarlo vulnerando las reglas que como humanidad nos hemos dado”. La declaración no fue un hecho aislado; se inscribió en una línea de política exterior que ya había generado tensiones internas durante el debate sobre el conflicto palestino-israelí, donde la convicción presidencial chocó con la tradicional cautela diplomática.

La reacción fue inmediata y visceral, partiendo en dos el tablero político y obligando a cada sector a definir su postura no sobre el ataque en sí, sino sobre el rol de Chile en el mundo.

La primera fractura: Un oficialismo con dos almas

La condena de Boric consolidó una división latente dentro de su propia coalición, revelando dos visiones distintas sobre cómo ejercer la diplomacia.

Por un lado, el ala principista, compuesta por el Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista (PC), cerró filas de manera incondicional. Líderes como Lautaro Carmona (PC) y Constanza Martínez (FA) respaldaron la postura como una defensa coherente del derecho internacional y una posición “antiimperialista”. El candidato presidencial del FA, Gonzalo Winter, afirmó que “Chile debe ser coherente con su historia y condenar con claridad estos ataques”. Para este sector, la consistencia en la defensa de los derechos humanos, sin importar el país infractor, es un pilar irrenunciable de la política exterior.

Por otro lado, el ala pragmática de Socialismo Democrático (PS, PPD, PR) mostró un apoyo más matizado. Si bien coincidieron en el fondo —el respeto a las normas internacionales—, expresaron preocupación por las formas y las consecuencias. El senador y presidente del PPD, Jaime Quintana, advirtió sobre el riesgo de posicionar a Chile en un “eje” específico, mientras que el excanciller José Miguel Insulza (PS), aunque defendió la legalidad de la postura de Boric, alertó sobre el peligro de una “nueva era de polarización” que podría traer un gobierno de extremos.

La candidata presidencial Carolina Tohá (PPD) ejemplificó esta dualidad al condenar la ofensiva, pero remarcando que su rechazo “no implica una defensa del régimen iraní”, al que calificó de “dictatorial y teocrático”. Esta tensión interna demostró que, incluso en el poder, no existe un consenso sobre si la política exterior debe ser un instrumento de principios o una herramienta de cálculo estratégico.

La segunda fractura: La ofensiva de la oposición

Para la oposición, la declaración del Presidente fue una oportunidad para marcar un contraste nítido en plena carrera presidencial. Sus críticas se articularon en dos frentes.

El primero, liderado por Chile Vamos (UDI, RN), se centró en la supuesta “imprudencia” y el daño a las relaciones estratégicas. Figuras como el diputado Diego Schalper (RN) calificaron los dichos de “precipitados” y “carentes de información suficiente”, advirtiendo sobre el peligro para la relación con Estados Unidos, un socio clave. La amenaza de perder beneficios como el programa Visa Waiver se convirtió en un argumento recurrente, planteando un dilema entre la defensa de principios y la mantención de ventajas concretas para los ciudadanos.

El segundo frente, encabezado por el Partido Republicano y sectores libertarios, llevó la crítica al plano ideológico. José Antonio Kast y Johannes Kaiser acusaron al gobierno de impulsar una política exterior “bananera” y “activista”, que sacrifica el prestigio y los intereses de Chile en el altar de la ideología. Para este sector, la neutralidad y el enfoque en los intereses nacionales deben primar sobre cualquier otra consideración. “Al Presidente se le arrancaron las cabras para el monte”, sentenció Kaiser, resumiendo la percepción de una derecha que ve en la gestión de Boric un quiebre con la tradición diplomática chilena.

El debate de fondo: ¿Cuál es el interés de Chile?

Más allá de las acusaciones cruzadas, el episodio forzó una discusión fundamental que ahora define a las candidaturas: ¿qué se entiende por “interés nacional”?

Para el gobierno y sus adherentes más firmes, el interés de Chile reside en fortalecer un orden mundial basado en reglas, donde la soberanía y los derechos humanos son universales. Desde esta óptica, la credibilidad internacional del país se construye defendiendo estos principios de manera consistente, lo que a largo plazo genera un capital político más valioso que las alianzas coyunturales.

Para la oposición, el interés nacional es más tangible y pragmático. Se define por la fortaleza de las alianzas económicas y de seguridad, principalmente con potencias como Estados Unidos. En esta visión, una condena vehemente a un socio estratégico, por justificada que parezca en principio, es un lujo que un país como Chile no puede permitirse, pues arriesga beneficios directos para su desarrollo y su gente.

El conflicto en Medio Oriente ha terminado, pero la batalla que desató en Chile está lejos de concluir. La política exterior ha dejado de ser un tema exclusivo de expertos para convertirse en un campo de diferenciación electoral clave, donde los candidatos deberán responder a una pregunta fundamental: ¿qué lugar debe ocupar Chile en un mundo cada vez más complejo y polarizado?

El tema permite analizar cómo un evento geopolítico de alta tensión es reinterpretado y utilizado como herramienta en la contienda política interna, revelando fracturas ideológicas subyacentes y la instrumentalización de la política exterior para fines domésticos. La historia ha madurado, permitiendo observar el ciclo completo: el detonante internacional, la reacción local, la polarización y las consecuencias a largo plazo en el discurso público y las relaciones diplomáticas del país.

Fuentes