A poco más de dos meses de que los titulares confirmaran la venta de Empresas Iansa, el eco de la noticia se ha disipado para dar paso a una realidad estructural: el cambio no es solo de propiedad, sino de identidad. La histórica compañía, nacida en 1952 al alero de la CORFO para garantizar el autoabastecimiento de azúcar, ha completado su metamorfosis. Hoy, bajo el control de Hartree Partners —un gigante global del comercio de materias primas—, Iansa se consolida menos como un productor agrícola y más como una sofisticada plataforma logística y de trading, un movimiento que plantea preguntas incómodas sobre la soberanía alimentaria y el modelo de desarrollo del país.
Para entender la venta, es necesario mirar hacia atrás. Iansa fue durante décadas un pilar del desarrollo regional en el Maule y Biobío, creando un ecosistema en torno al cultivo de la remolacha que dio sustento a miles de agricultores, los "remolacheros". Sin embargo, este modelo, protegido por el Estado, comenzó a mostrar fisuras con la apertura económica. La producción de azúcar a partir de remolacha es estructuralmente más cara que la de caña, dominada por gigantes como Brasil.
La presión competitiva se hizo insostenible. En los últimos años, bajo el control de la británica ED&F Man, Iansa ya había iniciado un doloroso ajuste: el cierre de sus plantas en Linares (2018) y Los Ángeles (2020) fue el preludio de un cambio inevitable. La compañía se diversificó, fortaleciendo sus negocios de pulpa de tomate y nutrición animal, mientras el azúcar de producción nacional perdía progresivamente protagonismo en su portafolio. La venta a Hartree Partners, gatillada por una reestructuración de deuda de su antiguo controlador, no fue una ruptura abrupta, sino el último y definitivo paso de un largo proceso de adaptación.
Hartree Partners, cuyo controlador final es el fondo Oaktree Capital Management (dueño, entre otros activos, del club de fútbol Inter de Milán), no es un actor industrial tradicional. Su expertise no radica en la siembra o la cosecha, sino en la optimización de cadenas de suministro globales y la gestión de riesgo en los mercados de commodities.
Desde esta perspectiva, los activos más valiosos de Iansa ya no son sus plantas procesadoras, sino su marca reconocida, su red de distribución capilar y su capacidad logística, recientemente potenciada con un nuevo centro de distribución en Pudahuel. La estrategia más probable, según analistas del sector, será reducir aún más la dependencia de la remolacha local para enfocarse en la importación y comercialización de azúcar de caña, más barata y rentable. Iansa se convierte así en un trader con una fuerte marca de consumo, un modelo de negocio que prioriza la eficiencia financiera por sobre el origen de la producción.
La historia de Iansa podría leerse como el ocaso de la industria agrícola nacional frente a la globalización. Sin embargo, una mirada al resto del sector revela un panorama más complejo y divergente. Mientras Iansa se desindustrializa, su competidora directa, Carozzi, sigue un camino opuesto.
Casi en paralelo a la venta de Iansa, Carozzi anunció una inversión de 50 millones de dólares para ampliar su planta agroindustrial en Teno, fortaleciendo su capacidad de procesamiento de frutas y vegetales para el mercado local y de exportación. Esta apuesta por la producción nacional, la innovación en productos con valor agregado y la integración vertical dibuja un modelo de negocio alternativo.
Se configuran así dos visiones para el futuro de la agroindustria chilena:
La venta de Iansa deja de ser una simple transacción comercial para convertirse en un caso de estudio. El concepto de soberanía alimentaria se pone en tensión. Para algunos, la pérdida de la capacidad de producir un bien básico como el azúcar es una vulnerabilidad estratégica que deja al país expuesto a la volatilidad de los precios internacionales y a posibles crisis de suministro. Es, además, el fin de una cultura productiva y un golpe para las economías locales que aún dependían de la remolacha.
Para otros, esta es una reasignación lógica de recursos. Sostener una producción no competitiva con subsidios implícitos o barreras comerciales sería un lastre para la economía. En esta visión, la soberanía radicaría en la capacidad de asegurar el acceso a alimentos a precios competitivos para la población, sin importar su origen.
El capítulo de la venta está cerrado, pero la historia de sus consecuencias recién comienza. La nueva Iansa, más ágil y financieramente eficiente, se enfrentará en el mercado a una Carozzi más anclada en la producción nacional. El resultado de esta competencia no solo definirá el futuro de ambas compañías, sino que ofrecerá pistas clave sobre qué tipo de potencia alimentaria quiere y puede ser Chile.