El asesinato de José Reyes Ossa, el "Rey de Meiggs", no fue una simple noticia policial. Fue la manifestación pública de un sistema de poder que opera al margen del Estado. El pago de 30 millones de pesos por su vida, presuntamente ordenado por su socio y amigo Wilson Verdugo, no es solo el móvil de un crimen. Es una partida contable en la economía de un territorio con sus propias reglas, donde la violencia es una herramienta de gestión y el sicariato, un mecanismo para resolver disputas comerciales.
Este evento expone una fractura profunda: la aparente soberanía del Estado chileno no es homogénea. En barrios como Meiggs, décadas de comercio informal, abandono institucional y disputas por el control del espacio público crearon un ecosistema de gobernanza paralela. Reyes Ossa era una figura de autoridad en ese sistema. Su ejecución, por tanto, no fue un acto de caos, sino una reconfiguración del orden. Un poder fue eliminado para que otro, quizás más violento y organizado, ocupara su lugar.
La respuesta del Estado fue contundente y mediática. Por un lado, la detención del presunto autor intelectual. Por otro, el masivo operativo para desalojar los "toldos azules" del barrio, una acción directa para recuperar el control físico del territorio. Sin embargo, esta demostración de fuerza es solo el primer acto. El ataque con bombas molotov a la zona recién despejada, horas después del operativo, es la respuesta del poder informal. Un mensaje claro: el territorio no se cederá fácilmente.
El futuro inmediato está lleno de incertidumbre y depende de factores críticos. ¿Será la presencia policial una medida permanente o se desvanecerá con el tiempo, permitiendo que las redes se reorganicen? ¿Se desmantelará toda la estructura criminal detrás del asesinato, incluyendo a los intermediarios y financistas, o solo se castigará a los eslabones visibles? Y la pregunta clave: ¿Existe un plan para ofrecer alternativas económicas formales a quienes operan en Meiggs, o la estrategia se limitará a la represión?
La evolución de Meiggs y otros territorios similares podría seguir tres caminos distintos a mediano y largo plazo. Estos escenarios no son predicciones, sino proyecciones basadas en las tensiones actuales.
Escenario 1: La Corporación Criminal.
Si el Estado retrocede tras la intervención inicial, las redes informales que hoy operan en Meiggs podrían sofisticarse. Aprenderían de la crisis y se volverían más discretas y eficientes. Podrían consolidar su control sobre el comercio, la extorsión y la "seguridad" privada, operando como una corporación de facto. En este futuro, Meiggs se convertiría en un territorio con un gobierno paralelo, donde el Estado chileno solo administra los bordes. La violencia no desaparecería, pero se volvería más selectiva, un instrumento de gestión interna y no un desafío abierto a la autoridad.
Escenario 2: La Reconquista Formal.
Si la presión política y ciudadana se mantiene, el Estado podría implementar una estrategia integral y sostenida. Esto implicaría una presencia policial permanente, inteligencia financiera para desmantelar las redes de lavado de dinero y un plan robusto de formalización económica y urbana. Sería un proceso largo, costoso y con conflictos, que podría desplazar el problema a otros barrios. Su éxito dependería de la capacidad del Estado para ofrecer un "contrato social" más seguro y próspero que el ofrecido por el poder informal.
Escenario 3: El Archipiélago de Control.
Este es el futuro más probable a corto plazo. Un equilibrio inestable. El Estado logra mantener el control de las avenidas principales y los espacios más visibles, creando "islas" de orden y legalidad. Sin embargo, en las calles secundarias, las galerías y las redes subterráneas, el poder informal persiste y se adapta. Se vive en un "archipiélago" urbano, donde zonas de control estatal coexisten con un mar de informalidad y criminalidad contenida. Las disputas se vuelven más discretas, pero el sistema de gobernanza paralela sobrevive, esperando una nueva oportunidad para expandirse.
El asesinato del "Rey de Meiggs" fue la crónica de una soberanía disputada. El caso obligó a Santiago a preguntarse quién gobierna realmente en cada uno de sus rincones. La respuesta no está escrita. Depende de si el Estado decide competir en serio por el control de su territorio, ofreciendo algo más que fuerza esporádica.