Mientras en los salones de la política las distancias ideológicas entre Santiago y Buenos Aires parecen insalvables, en los pasillos de los centros comerciales chilenos se vive una realidad distinta. A más de un año y medio de la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada, la relación bilateral se ha reconfigurado en dos planos paralelos que rara vez se tocan: uno, marcado por la retórica confrontacional y las diferencias políticas; otro, impulsado por una arrolladora fuerza económica y social que desdibuja las fronteras.
El fenómeno más visible es el turismo de compras. Según datos de Mallplaza, las visitas de argentinos a sus centros comerciales se han disparado. En recintos como el de La Serena, el aumento alcanzó un 278% entre enero y mayo de 2025 en comparación con el año anterior, mientras que en el Mallplaza Trébol de Concepción la cifra fue del 269%. Santiago no se queda atrás, con alzas de hasta un 99% en Mallplaza Oeste. La Cámara de Comercio de Santiago proyecta que solo en julio de este año, los visitantes trasandinos gastarían unos 70 millones de dólares en el país.
Este auge no es casual. Responde a un tipo de cambio que favorece ampliamente a los argentinos y a las políticas de ajuste del gobierno de Milei, que, si bien han logrado una drástica baja de la inflación, han impactado el poder adquisitivo local. El resultado es una masiva peregrinación para adquirir desde zapatillas y tecnología hasta productos de supermercado. La tendencia es tan marcada que ya genera consecuencias estructurales, como la construcción de nuevos polos comerciales, como el Patio Outlet en La Calera, estratégicamente ubicado cerca del paso a Mendoza.
El pragmatismo económico no se limita al consumo. Tras años de negociaciones, en julio se concretó la apertura del mercado chileno para los limones frescos argentinos, un hito celebrado por la Federación Argentina del Citrus como una “buena noticia comercial para ambos países” que equilibra la balanza y responde a necesidades estacionales mutuas.
Este flujo económico contrasta fuertemente con el clima político. La llegada de Milei, un líder de ultraderecha con un discurso abiertamente anti-izquierdista, generó una tensión inmediata con el gobierno de Gabriel Boric. Esta distancia se ha agudizado en el contexto de la carrera presidencial chilena.
Jeannette Jara, candidata de la centroizquierda y militante del Partido Comunista, respondió directamente a la retórica del mandatario argentino: “Milei tendrá que hablar con esta ‘zurda de mierda’, si él quiere a su país como yo quiero al mío”. Esta declaración, replicada en diversos medios, encapsula el abismo ideológico que separa a los actuales y potenciales liderazgos de ambos países.
El propio Milei ha alimentado esta polarización. Sus constantes ataques a la prensa, a la que califica de “ensobrada”; sus conflictos diplomáticos, como el que desató con el presidente español Pedro Sánchez; y las profundas crisis internas, como su enfrentamiento público con su vicepresidenta, Victoria Villarruel, a quien ha llegado a tildar de “traidora”, dibujan un estilo de gobierno que prioriza la “batalla cultural” por sobre la diplomacia tradicional.
La historia reciente demuestra que la interdependencia entre Chile y Argentina a menudo ha trascendido los colores políticos de sus gobiernos. Lo que se observa hoy es una versión acelerada de esa dinámica. Mientras el discurso se polariza, las acciones de ambos lados de la cordillera revelan un pragmatismo forzado por las circunstancias.
El gobierno de Milei, a pesar de su alineamiento con Estados Unidos e Israel y su retórica anticomunista, ha tomado decisiones que responden a la lógica de los intereses nacionales. Un ejemplo es la reciente medida que permite el ingreso sin visa a ciudadanos de China que ya posean visados de Estados Unidos o la Unión Europea, un gesto que busca fomentar el turismo y el comercio con el gigante asiático. De igual forma, el inicio de conversaciones con Washington para que los argentinos puedan ingresar a EE.UU. sin visado muestra una agenda exterior enfocada en beneficios prácticos para sus ciudadanos.
En Chile, la respuesta ha sido similar. Pese a las críticas, no ha habido acciones para frenar el flujo comercial o turístico, reconociendo implícitamente su beneficio para la economía nacional, especialmente para el sector del retail, que ha visto un impulso en sus ventas.
La relación bilateral ha entrado en una nueva fase, caracterizada por una disonancia constructiva. Para los ciudadanos reflexivos, esta situación plantea preguntas complejas: ¿Cómo se reconcilia el beneficio económico derivado del modelo del país vecino con el rechazo a su proyecto político? Para los argentinos, ¿qué significa que la búsqueda de una mejor calidad de vida los lleve a fortalecer la economía de un país gobernado por la ideología que su presidente denosta?
El tema no está cerrado. La relación entre Chile y la Argentina de Milei es una narrativa en plena evolución. Las próximas elecciones en ambos países serán determinantes, pero los lazos económicos y sociales que se han fortalecido en este período han creado una nueva realidad. La cordillera, más que una barrera, se ha convertido en el escenario de un complejo equilibrio donde la ideología propone, pero el bolsillo, finalmente, dispone.