El caso de Martín de los Santos no es la crónica de una agresión y una fuga. Es el guion de un fenómeno emergente: la transformación del proceso judicial en contenido mediático y del fugitivo en un "influencer" de su propia causa. La brutal golpiza a un conserje de 70 años fue solo el punto de partida. Lo que siguió fue una calculada performance de desafío y victimización que puso a prueba las fronteras de la justicia, la impunidad y el espectáculo en la era digital.
Tras la agresión, la estrategia de De los Santos no fue la del fugitivo tradicional que busca el anonimato. Fue todo lo contrario. Se expuso. Su participación telemática en la audiencia judicial, tomando mate y fumando, no fue un descuido, sino una declaración. Su interpelación directa a la jueza, acusándola de montar un “show mediático”, fue una inversión de roles: el acusado se posicionaba como fiscal de un sistema que consideraba ilegítimo.
Este comportamiento, amplificado por sus propias redes sociales, buscaba construir una narrativa de impunidad activa. No se trataba de simplemente escapar de la ley, sino de demostrar públicamente que podía operar por encima de ella. Su escape a Brasil no fue un repliegue, sino la internacionalización de su escenario. Cada publicación, cada mensaje insinuando su ubicación, era un acto calculado para mantener el control del relato y convertir su fuga en un reality show seguido por miles.
La performance de De los Santos chocó con la maquinaria del Estado. Aunque inicialmente lenta, la respuesta institucional se adaptó al desafío. La renuncia de su primer abogado por “diferencias irreconciliables” fue la primera grieta en su fachada de control. La negativa del tribunal a permitirle designar una nueva defensa a distancia fue un mensaje claro: las reglas del sistema no se negocian por Zoom.
La activación de la alerta roja de Interpol y la cooperación con la policía brasileña marcaron el fin del espectáculo digital y el comienzo de la realidad procesal. Su captura en Cuiabá demostró que, si bien un individuo puede dominar el ciclo noticioso por un tiempo, la cooperación entre Estados es una fuerza tangible y efectiva. El sistema judicial, a su propio ritmo, demostró tener la capacidad de cruzar fronteras físicas y digitales para hacer cumplir sus mandatos. La caza transnacional no fue solo una operación policial, sino la reafirmación de la autoridad estatal frente al desafío individualista.
El arresto de De los Santos no cierra el caso; abre la puerta a tres escenarios futuros que definirán la relación entre justicia, medios y privilegio en Chile.
En síntesis, el caso De los Santos es un punto de inflexión. Expone la persistencia de la desigualdad de clase ante la ley, pero también inaugura una nueva era donde la batalla judicial se libra tanto en los tribunales como en las pantallas. El futuro de la justicia dependerá de su capacidad para adaptarse a un mundo donde cada acusado puede intentar ser el director de su propia película.