Hace apenas unos meses, era un elemento común en las billeteras de millones de chilenos. Hoy, la tarjeta de coordenadas es una reliquia en vías de extinción. Los bancos han anunciado su eliminación progresiva, reemplazándola por aplicaciones móviles y dispositivos de clave dinámica (tokens). Lo que parece una simple actualización tecnológica es, en realidad, el capítulo final de una historia que comenzó con una ley diseñada para proteger a los consumidores, pero cuyas consecuencias han redefinido la relación de los chilenos con su dinero, dejando a los más vulnerables en el centro del ajuste.
Todo se remonta a la promulgación de la Ley N° 21.234, conocida como la "Ley de Fraudes". Su objetivo era claro: proteger a los usuarios de transacciones no autorizadas, estableciendo que las entidades financieras debían restituir los fondos en un plazo breve, asumiendo ellas el costo de la vulnerabilidad de sus sistemas.
Esta normativa, si bien celebrada por los consumidores, generó un poderoso incentivo para la industria: reducir el fraude a toda costa. La tarjeta de coordenadas, un sistema basado en una matriz de números impresos y estáticos, se convirtió en el eslabón más débil. Su naturaleza física la hacía susceptible a robos, copias y técnicas de engaño como el phishing, donde los delincuentes podían solicitar varias claves para luego vaciar una cuenta.
El golpe de gracia llegó desde el regulador. La Comisión para el Mercado Financiero (CMF), en su esfuerzo por modernizar y robustecer la seguridad del sistema, publicó una nueva normativa sobre gestión de la seguridad de la información y ciberseguridad. En ella, se estableció la obligatoriedad de implementar una Autenticación Reforzada de Clientes (ARC) para operaciones críticas, como transferencias de fondos o modificación de datos personales.
La ARC exige el uso de al menos dos factores de autenticación de categorías distintas: algo que el usuario sabe (una clave), algo que posee (un teléfono o token) y/o algo que es (su huella o rostro). La tarjeta de coordenadas, al ser un conjunto de datos impresos, no cumplía con los criterios de dinamismo e independencia requeridos. Su destino quedó sellado: era tecnológicamente obsoleta bajo el nuevo estándar.
La transición ha puesto de manifiesto una profunda disonancia entre los objetivos de los distintos actores:
La eliminación de la tarjeta de coordenadas es un hecho consumado. El debate técnico sobre su seguridad está cerrado. Sin embargo, ha abierto una discusión social mucho más profunda sobre el modelo de digitalización que Chile está adoptando.
La historia de cómo una ley bien intencionada aceleró el fin de una tecnología ilustra las complejas interacciones entre regulación, estrategia corporativa y derechos del consumidor. El sistema financiero es hoy, en teoría, más seguro. La pregunta que queda abierta es si también es más justo y accesible para todos. El desafío ya no es tecnológico, sino de inclusión: cómo garantizar que la modernización no deje a nadie atrás en un país donde el acceso digital aún no es universal.