Nvidia ya no es una empresa: Es un Estado sin territorio que define las reglas del futuro

Nvidia ya no es una empresa: Es un Estado sin territorio que define las reglas del futuro
2025-07-30
  • La capitalización de Nvidia, superior al PIB de casi todos los países, la ha convertido en un actor geopolítico con poder para influir en naciones.
  • Su monopolio en los chips para IA genera una nueva dependencia global, obligando a países como Chile a un delicado equilibrio entre soberanía y acceso tecnológico.
  • La compañía no solo vende hardware; financia y moldea el futuro ecosistema de la IA, actuando como un "rey Midas" que elige a los ganadores de la próxima revolución industrial.

La República del Silicio

Hace tres meses, Nvidia cruzó el umbral de los cuatro billones (millones de millones) de dólares en valor de mercado, una cifra que excede el Producto Interno Bruto de Alemania o el Reino Unido. Este hito, reportado en julio como un logro financiero, ha madurado para revelar una verdad más profunda: Nvidia ha trascendido su condición de empresa. Hoy opera como una entidad con una influencia comparable a la de un Estado-nación, pero sin fronteras, parlamento ni ciudadanos. Su territorio es intangible pero estratégico: el control de más del 90% de los semiconductores que impulsan la inteligencia artificial (IA), el recurso más disputado del siglo XXI.

El ascenso de esta compañía no es solo una historia de éxito empresarial, como la de Microsoft con el software o Apple con el diseño móvil. Es, como sugería un análisis de El País a fines de julio, un reflejo de las obsesiones y estructuras de poder de nuestra era. Nvidia no solo fabrica un producto; provee la infraestructura fundamental sobre la que se construye el futuro, desde la investigación científica y la defensa hasta la economía digital.

El Campo de Batalla Geopolítico

La consolidación de Nvidia como un poder fáctico se evidencia en su rol central en la disputa tecnológica entre Estados Unidos y China. Durante meses, Washington utilizó los controles de exportación sobre los chips más avanzados de Nvidia como un arma para frenar el desarrollo chino. Sin embargo, la dinámica cambió. A mediados de julio, el CEO de la compañía, Jensen Huang, realizó una visita de alto perfil a Beijing, elogiando los avances de la IA china y de empresas como DeepSeek. Poco después, se filtró la noticia de que Washington consideraba aprobar licencias para la exportación de chips H20, una versión adaptada para el mercado chino.

Este vaivén demuestra la compleja posición de Nvidia: es, a la vez, un instrumento de la política exterior estadounidense y una corporación transnacional con sus propios intereses. Su capacidad para negociar y operar en este tenso escenario la sitúa como un actor diplomático de facto, cuyas decisiones impactan directamente en la balanza de poder global. La dependencia de China de sus chips es tan crítica como la necesidad de Nvidia de acceder a un mercado que, a su vez, controla insumos clave como las tierras raras.

El Rey Midas de la Nueva Economía

El poder de Nvidia no reside únicamente en su hardware. La compañía se ha convertido en un agresivo inversor, un "kingmaker" que moldea activamente el ecosistema de la IA. Según reportes de El País, desde 2023 ha participado en más de 90 rondas de financiación de startups, inyectando capital en gigantes emergentes como OpenAI, xAI de Elon Musk, y la francesa Mistral AI.

Esta estrategia es doblemente brillante. Por un lado, genera retornos financieros astronómicos. Por otro, y más importante, crea un ecosistema de innovación cautivo, donde las empresas más prometedoras del mundo desarrollan sus tecnologías sobre plataformas Nvidia, consolidando un ciclo de dependencia y reforzando su monopolio. No está simplemente vendiendo las palas y los picos de la fiebre del oro de la IA; está financiando las minas y decidiendo quién se hace rico.

La Encrucijada de Chile: ¿Soberanía o Subordinación Digital?

Para países como Chile, esta nueva configuración del poder global presenta un dilema existencial. A principios de julio, Marcio Aguiar, director de Nvidia para América Latina, fue directo en una entrevista con el Diario Financiero: la inversión de Chile en supercómputo, afirmó, “es muy poca”. Su declaración, aunque enmarcada en una lógica de negocios, resuena como una advertencia geopolítica.

Chile, que lidera el Índice Latinoamericano de IA, ha apostado por la iniciativa “Sovereign AI” (Soberanía en IA) en colaboración con Nvidia, y participa en el proyecto Latam-GPT para desarrollar modelos de lenguaje propios. México anunció un plan similar a fines de julio, también con el apoyo tecnológico de la compañía.

Aquí emerge la disonancia cognitiva: ¿Es posible alcanzar una soberanía digital real cuando la infraestructura crítica, el talento especializado y la hoja de ruta tecnológica dependen de una única corporación extranjera, cuyos intereses están intrínsecamente ligados a los de otra potencia mundial?

La situación actual no es una simple transacción comercial. Es la adhesión a una esfera de influencia tecnológica. Las decisiones que se tomen hoy —invertir masivamente para crear capacidades propias o aceptar un rol de socio dependiente en el ecosistema de Nvidia— definirán el grado de autonomía y competitividad de Chile y la región para las próximas décadas. El debate ya no es sobre si adoptar la IA, sino sobre bajo qué condiciones y a qué costo soberano. El tema, lejos de estar cerrado, apenas comienza a revelar sus verdaderas dimensiones.

La historia documenta la consolidación de una empresa tecnológica no solo como un gigante económico, sino como un actor geopolítico con la capacidad de influir en estrategias nacionales y relaciones internacionales. Ilustra el desplazamiento del poder desde los actores estatales tradicionales hacia corporaciones que controlan la infraestructura crítica del futuro, generando un profundo debate sobre soberanía, dependencia y el nuevo orden global.