Dos meses después de su estreno, Mundos Opuestos domina las conversaciones en redes sociales. El foco principal es el incipiente romance entre el exfutbolista Luis “Mago” Jiménez y la influencer Disley Ramos. Sus encuentros, filtrados semanas antes de salir al aire, alimentan programas de farándula y generan un flujo constante de contenido. Escenas de intimidad en el jacuzzi, discusiones con otros participantes como Marlen Olivari por “faltar a la moral”, y las confesiones de Jiménez sobre el amor que aún siente por su exesposa, Coté López, construyen una trama adictiva. El reality es un éxito. Sin embargo, para que esta historia pudiera contarse, otra, mucho más sombría, tuvo que ser borrada del guion.
El 3 de mayo de 2025, antes de que las cámaras comenzaran a grabar, la producción se vistió de luto. Miguel Ángel Fernández Lizonde, trabajador de una empresa contratista, falleció tras sufrir una descarga eléctrica durante el montaje de una actividad en Lima, Perú. Canal 13 emitió un comunicado oficial: “Compartimos nuestro pesar con su familia, amigos y cercanos y manifestamos nuestras más sinceras condolencias”.
El duelo, sin embargo, fue breve en el espacio público. La maquinaria del entretenimiento no se detuvo. Apenas dos días después del anuncio, la conversación mediática giró hacia la confirmación de nuevos participantes, como el exfutbolista Daúd Gazale. La promesa de nostalgia, conflicto y celebridades en situaciones extremas —la fórmula que hizo exitoso al formato original— comenzó a superponerse a la tragedia. La pregunta sobre la ética de continuar con el programa se disolvió ante el inminente inicio del espectáculo.
Con un desfase de varias semanas entre la grabación y la emisión, la narrativa del programa se construyó primero fuera de la pantalla. El romance entre Jiménez y Ramos no fue una sorpresa para los televidentes; fue una historia anticipada y amplificada por programas satélite y portales de noticias. Panelistas como Gisella Gallardo en “¡Hay que decirlo!”, del mismo canal, “revelaron” que Jiménez estaba “creando lazos más íntimos e intensos” y que incluso había extendido su contrato inicial de dos semanas, una información corroborada por otros participantes.
Esta estrategia de filtración controlada logró dos objetivos: primero, desviar por completo el foco de la muerte de Fernández Lizonde, y segundo, instalar una nueva trama central antes de que el público pudiera verla. Cuando las imágenes del romance finalmente se emitieron, la audiencia ya estaba preparada para consumirlas como el evento principal.
La narrativa no se limitó al reality. Figuras externas fueron incorporadas al relato, voluntaria o involuntariamente. La reacción de Coté López, exesposa de Jiménez, fue buscada y difundida. “Me da lo mismo, ojalá que esté bien”, declaró, agregando una capa de drama post-relación que el público consume con avidez. Su opinión se convirtió en parte del espectáculo, validando el romance como el tema de interés primordial.
Este ecosistema mediático, que incluye programas de farándula, portales digitales y las propias redes sociales de los involucrados, funcionó en perfecta sincronía para asegurar que la conversación pública se mantuviera en el terreno del espectáculo y las relaciones personales, un espacio seguro y comercialmente rentable.
Hoy, Mundos Opuestos sigue su curso. La trama avanza, se crean nuevos conflictos y se fortalecen alianzas. La muerte de Miguel Ángel Fernández Lizonde es, en el mejor de los casos, una nota al pie en la historia del programa; un dato trágico que pocos recuerdan.
El caso expone un contrato implícito en la industria del entretenimiento: la capacidad del espectáculo para resignificar y, finalmente, borrar la realidad. La audiencia, por su parte, participa activamente en este pacto, eligiendo el drama guionado sobre la tragedia incómoda. El show continuó, no a pesar de la tragedia, sino sobre ella, demostrando que en la televisión de realidad, la única narrativa que importa es la que se puede vender.