A más de dos meses de su fallecimiento el pasado 27 de junio, la figura de Roberto Fantuzzi se ha decantado más allá del obituario apresurado. Su partida a los 82 años no solo cerró la biografía de un líder gremial histórico, fundador de la Asociación de Exportadores de Manufacturas (Asexma), sino que también abrió una ventana para analizar con distancia una profunda transformación en la forma en que el poder económico se comunica, se representa y se relaciona con la sociedad chilena.
Fantuzzi fue, durante décadas, el arquetipo del empresario-personaje: un provocador que utilizaba el humor, la irreverencia y una calculada informalidad para posicionar las demandas de las pymes en el debate público. Su estilo, que él mismo definía como “si tú me dices blanco, yo te digo negro”, le aseguró un espacio mediático que otros líderes, más formales y estructurados, no conseguían. Fue un defensor incansable de la industria nacional, un "líder visionario" según su propio gremio, y una figura que cultivó relaciones transversales, desde elogiar reformas de Michelle Bachelet hasta calificar a Sebastián Piñera como un hombre "inteligente" pero "amargo".
Sin embargo, el capital simbólico de Fantuzzi se fracturó de manera irreparable en 2016. El regalo de una muñeca inflable al entonces Ministro de Economía, Luis Felipe Céspedes, para "estimular la economía", dejó de ser una de sus habituales "bromas" para convertirse en un escándalo nacional. La imagen del ministro y otros candidatos presidenciales sonriendo en el escenario junto al objeto desató una ola de repudio que llegó hasta La Moneda. "Lo ocurrido en la cena de Asexma no se puede tolerar", sentenció la Presidenta Bachelet en un tuit que marcó un antes y un después.
Con la perspectiva del tiempo, el episodio trasciende la anécdota. Fue la colisión visible entre dos Chiles: uno representado por una élite empresarial masculina que aún consideraba aceptable ese tipo de humor sexista, y otro que, impulsado por movimientos feministas y una mayor conciencia social, ya no estaba dispuesto a tolerarlo. El propio Fantuzzi admitió que fue "una gran lección". Para Asexma, el costo fue la pérdida de su influencia mediática y política. Para el país, fue la constatación de que las reglas del discurso público habían cambiado para siempre.
El vacío dejado por el estilo Fantuzzi ha sido llenado por liderazgos empresariales con estrategias marcadamente distintas, reflejando una adaptación a un escenario político y social más complejo y polarizado.
Por un lado, emerge una figura como Juan Sutil, expresidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC). Su estilo no es el del showman, sino el del combatiente ideológico. Recientemente, al comparar a la candidata presidencial Jeannette Jara con Hugo Chávez, Sutil no buscó la simpatía mediática, sino trazar una línea de confrontación política directa. Su discurso es una intervención explícita en la arena electoral, defendiendo un modelo sin los rodeos o las metáforas del pasado.
En otra vereda se sitúan figuras como Raúl Alcaíno o la actual presidenta de la CPC, Susana Jiménez. Su enfoque es el de la articulación de consensos y la influencia técnica. Alcaíno, por ejemplo, fue gestor de cartas públicas firmadas por más de 160 empresarios llamando a la unidad de la derecha. No es una provocación, sino una operación política estratégica que busca incidir en las decisiones de los partidos. Jiménez, por su parte, mantiene un perfil técnico, como se vio en sus declaraciones sobre los aranceles al cobre, donde su preocupación se centró en la "incertidumbre" para las exportaciones, un lenguaje de gestión y no de performance.
Estas nuevas caras demuestran que el empresariado no ha renunciado a influir, pero ha cambiado sus herramientas. La controversia personal ha sido reemplazada por la declaración política directa o la negociación tras bambalinas.
El legado de Roberto Fantuzzi es, por tanto, contradictorio. Sus amigos y cercanos, como recuerdan sus excompañeros del Saint George"s College, lo describen como un hombre generoso y leal. Políticos de diversos sectores, como los senadores Manuel José Ossandón y Ximena Rincón, destacaron tras su muerte su "sentido social" y su "lucha por la disminución de la pobreza".
Sin embargo, su figura pública quedará inevitablemente asociada a un estilo de comunicación que hoy resulta anacrónico e inaceptable para gran parte de la sociedad. Su ocaso no fue solo biológico; fue también cultural. La muerte de Fantuzzi no cierra el debate sobre el rol del empresariado en Chile, sino que lo actualiza. La pregunta ya no es si los líderes empresariales deben o no participar en el debate público, sino cómo lo hacen en una democracia que exige nuevos lenguajes, mayor responsabilidad y un respeto que ya no se puede eludir con una sonrisa y una provocación.