Lo que estalló a fines de julio no fue una sorpresa, sino la consecuencia inevitable de meses de tensión acumulada. Mientras la candidatura de Evelyn Matthei mostraba signos de estancamiento, con un equipo criticado por su falta de relato y una estructura de vocerías que generaba más ruido que certezas, la figura de José Antonio Kast crecía en las encuestas. La campaña de Chile Vamos se volvía reactiva, respondiendo a la agenda impuesta por Republicanos.
La respuesta de Matthei fue una ofensiva total. Al denunciar una "campaña asquerosa" y calificar a sus impulsores como "un grupo de matones", no solo buscaba defenderse de ataques en redes sociales. Fue un movimiento estratégico para romper el marco, trazar una línea moral y forzar a su sector a elegir un bando. La amenaza de judicializar el conflicto, con una denuncia detallada contra cuentas de X, fue el punto más alto de esta apuesta. Matthei intentó cambiar las reglas del juego: la contienda ya no era solo electoral, sino una lucha por el alma de la derecha y sus métodos. Comparó la situación con la pasividad de la Concertación ante el avance del Frente Amplio, un mensaje claro a su coalición: si no peleamos ahora, seremos desplazados.
La estrategia de guerra total duró menos de 72 horas. La resistencia no vino del adversario, sino de sus propias filas. En Chile Vamos, la idea de llevar la disputa a tribunales fue vista como un suicidio político. Dirigentes de la UDI y RN, con la vista puesta en un eventual balotaje y en la necesidad de pactos parlamentarios, presionaron para detener la escalada. La ofensiva judicial, que nunca tuvo un respaldo unánime, se desmoronó antes de empezar.
El repliegue de Matthei, comunicando la "suspensión" de la denuncia, fue una tregua forzada. No fue un acuerdo de paz, sino un alto al fuego dictado por el pragmatismo. Kast, por su parte, jugó sus cartas con habilidad. Mantuvo un silencio calculado durante el ataque y, tras el cese de hostilidades, emergió con un llamado a la "unidad", redirigiendo el foco hacia la izquierda. Con este movimiento, se posicionó como el actor sereno y enfocado en el objetivo mayor, mientras Matthei quedaba expuesta como la figura que abrió una guerra civil que no pudo ganar. La tregua no resolvió la fractura; solo la cubrió con un velo de conveniencia electoral.
La paz actual es precaria. El conflicto de fondo sobre qué tipo de derecha debe liderar el país sigue latente. Las elecciones de noviembre no serán el fin de esta historia, sino el comienzo de un nuevo capítulo cuya trama dependerá del resultado. Se perfilan tres grandes escenarios futuros.
Escenario 1: El Gobierno de Coalición Forzada (Matthei gana, pero Kast es clave)
Matthei llega a La Moneda, pero con un Congreso donde el Partido Republicano es una fuerza indispensable. La gobernabilidad se convertiría en una negociación permanente con el mismo sector que la trató como "enemiga". Cada ley, cada nombramiento, estaría sujeto al visto bueno de un socio que puede transformarse en un poderoso veto interno. Kast y su bancada podrían empujar la agenda hacia la derecha dura, creando una tensión constante entre el programa de gobierno de Chile Vamos y las exigencias de su principal aliado. La pregunta clave para el futuro es: ¿puede un gobierno funcionar cuando su principal socio es también su mayor amenaza interna?
Escenario 2: La Hegemonía Republicana (Kast gana la presidencia)
Si Kast logra la victoria, Chile Vamos enfrentaría un dilema existencial. Podrían integrarse a un gobierno en un rol secundario, arriesgándose a ser absorbidos y perder su identidad, o podrían optar por ser una "oposición leal", una posición incómoda y difícil de sostener. Para Kast, gobernar sin la experiencia institucional y las redes de la derecha tradicional sería un desafío mayúsculo, arriesgando un aislamiento político y un bloqueo legislativo. Para Chile Vamos, el riesgo es la irrelevancia. La pregunta que definirá su futuro es: ¿puede la derecha tradicional sobrevivir como un actor secundario sin ser fagocitada?
Escenario 3: La Oposición Fracturada (Gana la izquierda)
Si ninguna de las dos derechas llega al poder, la tregua se rompería de inmediato. El día después de la elección comenzaría una brutal guerra de recriminaciones. ¿Quién tuvo la culpa? ¿La agresividad de Matthei o la intransigencia de Kast? El sector entraría en un profundo proceso de catarsis y redefinición. Esta lucha interna podría atomizar a la derecha por años o, por el contrario, terminar con la victoria definitiva de una de las dos facciones, que se erigiría como la única fuerza capaz de liderar la oposición y reconstruir el sector. La pregunta dominante sería: ¿quién logrará capitalizar la derrota para refundar el proyecto de la derecha chilena?