A fines de julio de 2025, el tablero del comercio mundial ya no se rige por las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), sino por una serie de acuerdos bilaterales dictados desde Washington. La doctrina del presidente Donald Trump, resumida en aranceles “recíprocos” y negociaciones de alta presión, se ha consolidado como la nueva realidad. En menos de 60 días, el sistema que definió la globalización durante décadas fue desmantelado y reemplazado por un modelo transaccional, donde cada país debe negociar su propio destino.
La Unión Europea y Japón, tras semanas de tensión, aceptaron acuerdos que implicaban un arancel general del 15% a sus exportaciones, evitando así tasas que amenazaban con llegar al 50%. Estos pactos, aunque criticados internamente en Europa como una “humillación”, sentaron el precedente: para comerciar con la principal economía del mundo, ahora es necesario sentarse a la mesa y ceder. Para Chile, una economía abierta y dependiente de sus exportaciones, este nuevo escenario pasó de ser una amenaza existencial a una lección acelerada de pragmatismo diplomático.
Todo comenzó a principios de junio, cuando la administración Trump duplicó los aranceles al acero y aluminio al 50%, argumentando la necesidad de proteger la industria local. Esta medida, que afectó a la mayoría de los socios comerciales, fue solo el primer movimiento. Poco después, la Casa Blanca anunció su intención de imponer aranceles “recíprocos” a cualquier país con el que mantuviera un déficit comercial, estableciendo plazos de negociación perentorios.
La estrategia se desplegó con una velocidad calculada:
Las consecuencias de esta reconfiguración no tardaron en manifestarse en los balances de las grandes multinacionales. La industria automotriz fue una de las más golpeadas. Stellantis (fabricante de Fiat, Jeep y Peugeot) proyectó una pérdida de casi 2.700 millones de dólares para el primer semestre, atribuyendo 350 millones directamente al impacto de los aranceles. Por su parte, General Motors (GM) admitió un impacto de 1.100 millones de dólares en sus resultados, reconociendo no tener un plan a corto plazo para revertir la situación. Incluso Tesla, a pesar de su posicionamiento en el mercado de vehículos eléctricos, reportó un costo de 300 millones de dólares en solo tres meses debido a las nuevas tarifas.
El sector de las materias primas también sintió el golpe. La minera Rio Tinto vio sus ganancias caer a un mínimo de cinco años, citando la incertidumbre comercial como un factor clave que deprimía los precios de metales como el aluminio y el cobre. En respuesta a este panorama, el Fondo Monetario Internacional (FMI) mejoró levemente sus previsiones de crecimiento mundial, pero advirtió que la recuperación era “frágil” y que los aranceles, aunque parcialmente mitigados por acuerdos, seguían en niveles históricamente altos. La Reserva Federal de EE.UU., por su parte, mantuvo las tasas de interés, reflejando la incertidumbre y generando una visible tensión con la Casa Blanca, que presionaba por un recorte.
Para Chile, la ofensiva arancelaria representó un desafío mayúsculo. La amenaza de un arancel del 50% a las importaciones de cobre generó alarma en el gobierno y el sector privado. Sin embargo, el 30 de julio llegó la noticia que todos esperaban: la Casa Blanca anunció que el arancel no incluiría al cobre refinado, que constituye el 99,9% de las exportaciones chilenas de cobre a Estados Unidos. De esta forma, el principal producto de exportación del país quedaba con arancel cero.
La decisión fue celebrada transversalmente en el espectro político chileno, aunque las interpretaciones variaron. El gobierno, a través del canciller Alberto van Klaveren y el ministro de Hacienda Mario Marcel, atribuyó el resultado a un trabajo diplomático y técnico “serio y sistemático”. Desde la oposición, el senador Rojo Edwards (PSC) valoró el logro, pero advirtió al Presidente Gabriel Boric “no seguir picaneando al león”, argumentando que Trump había demostrado vincular las decisiones comerciales con la política.
Este episodio forzó a Chile a un ejercicio de pragmatismo extremo, demostrando que en el nuevo orden mundial, las relaciones diplomáticas y la capacidad de negociación directa son tan cruciales como los acuerdos de libre comercio preexistentes. La discusión sobre un posible acercamiento al bloque de los BRICS, que ganaba fuerza en círculos académicos y políticos, se enmarca en esta misma búsqueda de diversificación y autonomía estratégica en un mundo donde las alianzas tradicionales ya no garantizan la estabilidad comercial.
Dos meses después del inicio de la ofensiva, el panorama global ha cambiado irreversiblemente. El sistema multilateral basado en reglas ha dado paso a un “mundo en negociación permanente”, donde la predictibilidad ha sido reemplazada por la volatilidad y la diplomacia transaccional. Para países como Chile, la lección es clara: la era de dar por sentado el libre comercio ha terminado. La supervivencia y prosperidad económica ahora dependen de una política exterior ágil, pragmática y capaz de navegar en aguas turbulentas, negociando caso por caso, sin garantías a largo plazo. El debate sobre cómo posicionarse frente a las potencias mundiales y bloques emergentes no ha hecho más que empezar.