A fines de julio de 2025, el embajador de Israel en Chile, Gil Artzyeli, concluyó su misión. Su despedida, difundida en redes sociales, no fue un mero formalismo. Con un tono que oscilaba entre el agradecimiento y el desafío —"Llegó el momento que algunos esperaban", escribió—, Artzyeli encapsuló la naturaleza de su gestión: intensa, polémica y un reflejo constante de las tensiones entre la política exterior del gobierno de Gabriel Boric y la de Benjamín Netanyahu. Su partida no cierra el debate; por el contrario, abre una pausa reflexiva sobre cómo un solo diplomático puede encarnar las complejas fracturas de la geopolítica global en el escenario local.
Dos meses después, la ausencia de Artzyeli y la llegada de su sucesor, Peleg Lewi, permiten analizar con distancia un período donde la relación bilateral alcanzó su punto más bajo. La controversia no fue un hecho aislado, sino la manifestación local de un reordenamiento global que está obligando a las naciones a redefinir sus alianzas y principios.
La gestión de Artzyeli estuvo marcada por una serie de desencuentros con el gobierno chileno, cuya postura crítica frente a la ofensiva militar en Gaza se intensificó con el tiempo. Desde la negativa inicial del Presidente Boric a recibir sus cartas credenciales hasta las acusaciones de "genocidio y limpieza étnica" en la Cuenta Pública, la diplomacia chilena adoptó una posición firme. Esta fue interpretada por el embajador como "particularmente hostil", no solo hacia Israel, sino también hacia la comunidad judía local, según declaró a medios chilenos.
Sin embargo, lo que hace 90 días podía parecer una postura radical o solitaria de Chile, hoy se revela como parte de una tendencia global. Países del G7 como Canadá y Francia han anunciado su intención de reconocer al Estado de Palestina en septiembre, sumándose a España, Irlanda y Eslovenia. Este movimiento, impensable hace unos años, responde a la creciente presión internacional y al "insoportable sufrimiento" en Gaza, como lo describió el primer ministro canadiense, Mark Carney.
Incluso Alemania, cuyo apoyo a Israel es considerado "razón de Estado" (Staatsräson) debido a su responsabilidad histórica, enfrenta una crisis de conciencia. Documentos internos y cartas de exembajadores revelan una profunda frustración con la política de Netanyahu. El debate en Berlín ya no es si criticar o no, sino cómo hacerlo sin abandonar su compromiso histórico, un dilema que resuena con la propia complejidad de la política exterior chilena, que busca equilibrar la defensa de los derechos humanos universales con sus relaciones diplomáticas.
El aspecto más revelador de este período no es solo la presión externa sobre Israel, sino la creciente disidencia interna. Mientras la diplomacia israelí en Chile defendía la legitimidad de sus acciones, en Tel Aviv y Jerusalén surgían voces potentes que decían lo contrario. A fines de julio, 31 destacadas personalidades israelíes, incluyendo un expresidente del Parlamento (Avraham Burg) y un exfiscal general (Michael Ben-Yair), firmaron una carta pidiendo "sanciones devastadoras" contra su propio gobierno.
"Nuestro país está matando de hambre a la población de Gaza", afirmaba la misiva, expresando "profunda vergüenza, rabia y agonía". Esta fractura interna, a menudo invisible en el debate público chileno, es fundamental para una comprensión completa. El cineasta israelí Yuval Abraham, codirector del documental ganador del Oscar "No Other Land", fue uno de los firmantes, demostrando que la crítica a las políticas del gobierno de Netanyahu no es monopolio de activistas extranjeros, sino un debate doloroso y activo dentro de la propia sociedad israelí.
Esta realidad genera una disonancia cognitiva constructiva: desafía la narrativa simplista de un conflicto entre "chilenos pro-palestinos" e "israelíes unidos". Expone que la defensa de los derechos humanos y la crítica a las acciones militares no tienen nacionalidad y que el gobierno de un país no representa necesariamente la totalidad de su pueblo.
La misión de Gil Artzyeli ha terminado, pero el tema que la definió sigue abierto y en plena evolución. La llegada del nuevo embajador, Peleg Lewi, se produce en un escenario transformado. La presión internacional sobre Israel es mayor, la solución de dos Estados gana adeptos en Occidente y la disidencia interna israelí es más visible que nunca.
Para Chile, la partida de Artzyeli no significa el fin de la tensión, sino la oportunidad de recalibrar una relación que fue puesta a prueba. El desafío para la diplomacia chilena será mantener su coherencia en la defensa de los derechos humanos, al tiempo que navega un panorama internacional fluido y reconoce la pluralidad de voces dentro de Israel. La pregunta ya no es si la postura de Chile es correcta o no, sino cómo se adaptará a un mundo que, lentamente, parece estar alcanzando conclusiones similares.