La guerra tiene un cronómetro: cómo el ultimátum de Trump a Putin reconfiguró el conflicto en Ucrania

La guerra tiene un cronómetro: cómo el ultimátum de Trump a Putin reconfiguró el conflicto en Ucrania
2025-08-01
  • El ultimátum de Donald Trump transformó la guerra de Ucrania de un conflicto de desgaste a una cuenta regresiva diplomática con plazos definidos.
  • La amenaza de aranceles secundarios del 100%, aunque recibida con escepticismo, forzó a Rusia a reanudar las negociaciones y alteró el cálculo de sus socios comerciales.
  • Más allá de su efectividad inmediata, la jugada de Trump ha instalado un debate global sobre la diplomacia coercitiva y el uso de la economía como principal arma geopolítica.

El tablero después del ultimátum

Hace más de dos meses, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, activó un cronómetro que sigue corriendo en el escenario geopolítico global. Lo que comenzó como una promesa de campaña de resolver la guerra en Ucrania “en un día”, mutó en un ultimátum concreto: el 14 de julio, Trump dio a Vladimir Putin un plazo de 50 días para alcanzar un acuerdo de paz, bajo la amenaza de imponer aranceles secundarios del 100% a Rusia. A las pocas semanas, impaciente, acortó el plazo a “10 o 12 días”. Hoy, con el tiempo cumplido, la guerra no ha terminado, pero su naturaleza ha cambiado drásticamente. El conflicto ya no se mide solo en avances territoriales, sino en el tictac de un reloj que ha obligado a todos los actores a recalibrar sus estrategias.

La situación actual es de una tensión redefinida. Las negociaciones entre Kiev y Moscú, que estaban estancadas, se reanudaron de forma casi inmediata en Estambul, como confirmó la presidencia de Turquía el 22 de julio. Aunque el Kremlin se apresuró a descartar “avances milagrosos”, el hecho es que la presión estadounidense los devolvió a la mesa. El conflicto pasó de ser una guerra de trincheras a una partida de ajedrez contra el tiempo, donde cada movimiento es observado no solo por su impacto militar, sino por su peso en la balanza diplomática que Trump impuso.

Anatomía de una amenaza: ¿Retórica o realidad?

La amenaza de Trump no fue un simple arancel. Al hablar de gravámenes “secundarios”, apuntó no solo a la ya mermada relación comercial entre EE.UU. y Rusia, sino a los países que sostienen la economía de guerra del Kremlin, principalmente China e India, grandes compradores de su petróleo. Como explicó un análisis de El País, un arancel secundario del 100% obligaría a estas naciones a elegir entre hacer negocios con Rusia o con Estados Unidos, una disyuntiva de consecuencias económicas monumentales.

Inicialmente, los mercados financieros reaccionaron con escepticismo. Los precios del petróleo no se dispararon, señal de que los inversores no creían que la amenaza se materializaría. Sin embargo, la jugada de Trump fue más allá de la pura economía. Fue una demostración de diplomacia coercitiva que, como reveló un audio obtenido por CNN, forma parte de su modus operandi: en conversaciones privadas, Trump ya había afirmado haber amenazado a Putin con “bombardear Moscú”. La amenaza pública, aunque económica, seguía el mismo patrón de presión extrema.

El giro: Del “genio” a la “decepción”

Este endurecimiento no surgió de la nada. Durante los primeros meses de su segundo mandato, Trump mantuvo un tono conciliador con Putin, llegando a culpar a Ucrania por la continuación del conflicto. Sin embargo, a principios de julio, la narrativa comenzó a cambiar. Medios como La Tercera reportaron la creciente “decepción” y “pérdida de paciencia” de Trump, frustrado por la falta de avances en sus intentos de mediación. El presidente estadounidense admitió que sus conversaciones con Putin eran “agradables”, pero que se contradecían con los bombardeos nocturnos sobre ciudades ucranianas, una contradicción que, según él, le hacía notar la primera dama, Melania Trump.

Analistas como Charles Kupchan, del Council on Foreign Relations, sugieren que Trump “subestimó el compromiso de Putin con sus objetivos bélicos”. Al darse cuenta de que su enfoque inicial de cortejo no funcionaba, y para no pasar a la historia como el presidente que “dejó caer a Ucrania”, Trump viró hacia una estrategia de presión máxima. Este cambio se materializó no solo en el ultimátum, sino en la decisión de reanudar el envío de armas a Kiev, incluyendo sistemas de misiles Patriot, con un matiz clave: serían los aliados europeos de la OTAN quienes pagarían la cuenta.

Perspectivas en colisión

El ultimátum generó un mosaico de reacciones que expone las fracturas y alianzas del orden global:

  • Perspectiva Europea: La alta representante de la UE, Kaja Kallas, calificó la presión como “muy positiva”, pero consideró que 50 días era “mucho tiempo” mientras “matan a civiles inocentes a diario”. Para Europa, el ultimátum fue una señal bienvenida de que Washington volvía a implicarse, pero también un recordatorio de la urgencia humanitaria que la diplomacia a veces pasa por alto.
  • Perspectiva Rusa: Públicamente, el Kremlin mantuvo la compostura. El portavoz Dimitri Peskov calificó la declaración de “muy seria”, pero el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, insinuó que Trump actuaba bajo “una enorme presión”. Sin embargo, la acción de volver a la mesa de negociación en Estambul demostró que la amenaza no fue ignorada.
  • Perspectiva Ucraniana: Para Kiev, el giro de Trump fue un balón de oxígeno. El presidente Volodímir Zelenski confirmó rápidamente a su delegación para las nuevas conversaciones. El anuncio del envío de armamento, financiado por la OTAN, supuso un respaldo tangible que fortaleció su posición negociadora y su capacidad de defensa.

Un debate abierto: ¿El fin de la diplomacia tradicional?

El plazo del ultimátum ha expirado y la guerra continúa. Sin embargo, el episodio ha dejado una huella indeleble. La diplomacia del cronómetro de Trump, aunque no ha traído la paz, ha demostrado ser una herramienta eficaz para forzar la acción y cambiar la dinámica de un conflicto enquistado. Ha redefinido la ayuda militar, trasladando la carga financiera a los aliados, y ha puesto sobre la mesa el poder de las sanciones secundarias como arma de disuasión económica masiva.

El tema ya no es si la guerra terminará, sino cómo. El tablero ha sido sacudido, y las reglas del juego, alteradas. La pregunta que queda abierta, y que definirá la geopolítica de los próximos años, es si este modelo de negociación al borde del abismo es una estrategia sostenible o una apuesta de alto riesgo que podría, en cualquier momento, salirse de control.

La historia permite analizar una forma de diplomacia coercitiva donde las amenazas económicas se utilizan como principal herramienta geopolítica. Ofrece una ventana para examinar la evolución de un conflicto internacional bajo la presión de un ultimátum, mostrando las reacciones en cadena de múltiples actores globales y las consecuencias a mediano plazo de una estrategia de negociación no convencional. El tema ha madurado lo suficiente para evaluar su efectividad y el cambio en la narrativa, desde la incredulidad inicial hasta la reconfiguración de las alianzas y estrategias militares.