Hace apenas unos meses, Novo Nordisk era la envidia de Europa. La farmacéutica danesa, impulsada por la demanda estratosférica de sus fármacos para la diabetes y la obesidad, Ozempic y Wegovy, se había convertido en la empresa más valiosa del continente. Pero a fines de julio, el sueño se agrietó. En una jornada negra, sus acciones se desplomaron más de un 20%, borrando más de 60 mil millones de euros de su valor de mercado. No fue un accidente, sino la crónica de una corrección anunciada.
El detonante fue un drástico recorte en sus proyecciones de crecimiento para 2025. La compañía admitió que las ventas en Estados Unidos, su mercado más lucrativo, no crecerían al ritmo esperado. La razón es un cóctel de factores que el fervor inicial había ocultado: una competencia feroz de su rival Eli Lilly y, sobre todo, la persistencia de versiones genéricas "compuestas" que, autorizadas durante la escasez, ahora canibalizan su cuota de mercado. La crisis fue de tal magnitud que forzó un cambio de timón, con el nombramiento de un nuevo CEO, Maziar Mike Doustdar, para intentar enderezar el barco en plena tormenta.
Mientras Wall Street entraba en pánico, la comunidad científica observaba con una mezcla de validación y preocupación. La euforia del mercado nunca fue compartida del todo por quienes entienden la biología detrás del fármaco. Daniel Drucker, el investigador canadiense considerado uno de los "padres" de la molécula GLP-1 en la que se basa Ozempic, ha mantenido una postura conservadora. "Yo estudio los fármacos, no los vendo", ha repetido, advirtiendo sobre el uso excesivo y la falta de datos a largo plazo para ciertos usos.
La ciencia ha ido matizando la narrativa del "milagro". Dos realidades incómodas se han vuelto ineludibles:
Irónicamente, la investigación también ha demostrado que los beneficios de Ozempic van más allá de la pérdida de peso, con mejoras cardiovasculares y renales que son independientes de la reducción de kilos. Sin embargo, estos hallazgos complejos se pierden en el debate público, más centrado en la estética.
La historia de Ozempic es también la de un fenómeno cultural. Impulsado por su adopción en Hollywood y su viralización en redes sociales, pasó de ser una terapia para la diabetes tipo 2 a un símbolo de estatus y una herramienta de optimización corporal. Esta "banalización", como la han llamado sociedades médicas, generó una tensión fundamental: ¿se está utilizando para tratar una enfermedad compleja o como un atajo estético para quienes no tienen obesidad?
El propio Drucker señala esta disonancia. Mientras la ciencia busca entender por qué la epidemia de obesidad ha crecido de forma tan explosiva, la sociedad parece más interesada en la solución farmacológica inmediata. El fármaco ha demostrado tener efectos en la reducción de conductas adictivas, al atenuar las señales de recompensa en el cerebro, lo que sugiere su profundo impacto neurológico. Sin embargo, también se han reportado casos de apatía y desmotivación en algunos usuarios, un recordatorio de que alterar la química del placer no es un juego inocuo.
El desplome bursátil de Novo Nordisk no es el fin de Ozempic, pero sí el fin de su inocencia. La narrativa ha madurado a la fuerza. Ya no se habla de una solución mágica, sino de una herramienta potente con condiciones de uso estrictas, efectos secundarios y un compromiso a largo plazo.
El tema ha evolucionado de una celebración de la innovación científica a un debate complejo sobre la sostenibilidad financiera de un tratamiento costoso, la responsabilidad médica en su prescripción y la madurez de una sociedad que debe decidir si enfrenta las causas de la obesidad o se conforma con medicar sus consecuencias. La tormenta para Novo Nordisk apenas comienza, y su capacidad para navegarla dependerá de si logra alinear la promesa de su ciencia con las duras realidades del cuerpo humano y del mercado.