Han pasado más de 60 días desde las primarias presidenciales del 29 de junio, y el eco de sus resultados resuena más allá de la victoria de Jeannette Jara (PC) sobre Carolina Tohá (PPD). Lo que en un principio pareció una contienda interna del oficialismo, con el tiempo se ha revelado como el catalizador de una profunda reconfiguración del sistema de partidos chileno. El sismo electoral no solo definió a la abanderada de la izquierda, sino que derrumbó las frágiles estructuras del centro político, obligando a sus actores a tomar partido y dejando a un vasto electorado moderado en una incómoda orfandad.
La derrota de Tohá, la figura que encarnaba la herencia de la Concertación, no fue solo una derrota personal. Como analizó el investigador Pablo Ortúzar, su generación política, que en su momento criticó los “30 años” para desplazar a la vieja guardia, se encontró sin un relato propio que defender. Al intentar “sacar las castañas con la mano del gato” frenteamplista, terminaron vaciando su propia identidad política. Este vacío fue el terreno fértil para el realineamiento que hoy define el escenario presidencial.
El colapso del centro se materializó en dos movimientos simultáneos y opuestos, protagonizados por los partidos que aspiraban a representarlo.
Por un lado, Amarillos por Chile, nacido con la promesa de construir un “centro democrático que superara la polarización”, implosionó tras decidir apoyar a la candidata de Chile Vamos, Evelyn Matthei. La decisión, tomada a principios de junio, provocó una renuncia masiva de sus figuras más emblemáticas, incluyendo a sus fundadores y exmilitantes DC Soledad Alvear, Gutenberg Martínez y Jorge Burgos. En su carta de renuncia, Martínez fue categórico: “La opción de incorporarse a una coalición de derecha nos parece incompatible con el objetivo fundacional del partido”. Soledad Alvear fue aún más directa: “Yo no he sido nunca una persona de derecha. Y tampoco lo seré”. La crisis demostró la inviabilidad de un proyecto de centro que, presionado por los polos, terminó por fracturarse al intentar aliarse con uno de ellos.
Por otro lado, la Democracia Cristiana (DC), bajo la presidencia de Alberto Undurraga, tomó el camino inverso. Tras un coqueteo inicial con el Socialismo Democrático para apoyar a Tohá, el Consejo Nacional del partido decidió respaldar a Jeannette Jara, sellando una alianza con el Partido Comunista. Esta jugada, defendida por figuras como la senadora Yasna Provoste como una oportunidad para ser “socios fundadores de una nueva coalición”, generó una profunda crisis de identidad interna. La decisión fue criticada por la Democracia Cristiana de Cuba, que acusó que el apoyo a una candidata comunista “ofende la memoria de millones de víctimas”. A nivel local, el alcalde de Coyhaique, Carlos Gatica, expresó en una carta pública su descontento: “Nuestro electorado (...) no nos pide sumarnos a cualquier gobierno a cambio de cargos; nos pide consecuencia, valentía y capacidad de representar una visión distinta”.
Con el centro desmantelado, la disputa política se ha trasladado a la conquista de su electorado. Tanto Jeannette Jara como Evelyn Matthei han iniciado movimientos estratégicos para seducir a este votante moderado, preocupado principalmente por la seguridad, el crecimiento económico y la estabilidad.
Jeannette Jara ha buscado activamente ampliar su base de apoyo más allá del núcleo duro del PC. El respaldo público del exministro de Hacienda de Ricardo Lagos, Nicolás Eyzaguirre, es sintomático. Eyzaguirre, si bien confirmó su voto por Jara, advirtió que buscará influir para que su programa garantice “sostenibilidad y gobernabilidad”, especialmente en materia económica. “O exportamos o morimos”, sentenció, marcando una distancia con las tesis de crecimiento basadas en la demanda interna. Sorprendentemente, Jara también recibió elogios del excandidato presidencial de la UDI, Joaquín Lavín, quien la calificó como “tan buena o mejor candidata que Bachelet”, un gesto que descolocó al sector y que algunos interpretan como un reconocimiento a su capacidad para proyectar una imagen de liderazgo pragmático.
Evelyn Matthei, por su parte, enfrenta el desafío de atraer al centro sin alienar a su base y sin ceder terreno ante la derecha más dura de José Antonio Kast. El apoyo de la familia del expresidente Sebastián Piñera, materializado en un aporte económico de su hermano Pablo Piñera —exmilitante DC y exfuncionario de la Concertación—, busca proyectar una imagen de continuidad con un gobierno de derecha más tradicional y con experiencia de gestión. Sin embargo, la propia candidata ha marcado diferencias, afirmando que, a diferencia de Piñera, ella es “muy de delegar”. Su posición se ve tensionada por las críticas a las prioridades del gobierno actual, como la cumbre “Democracia Siempre”, que calificó como un evento con “invitados que no refuerzan la democracia”, en un intento por conectar con el malestar ciudadano frente a la agenda del Ejecutivo.
Dos meses después de las primarias, el panorama político chileno es el de un campo de batalla redefinido. El centro, como fuerza política organizada, ha desaparecido, absorbido por los polos en un proceso de realineamiento pragmático e ideológico. Las elecciones de noviembre ya no se perfilan como una competencia entre tres tercios, sino como un enfrentamiento entre dos grandes coaliciones lideradas por la izquierda y la derecha.
El tema sigue abierto. La gran incógnita es quién logrará convencer a esa mayoría silenciosa y moderada que hoy se siente sin representación. La respuesta a esa pregunta no solo definirá al próximo ocupante del Palacio de La Moneda, sino también la forma y el fondo del Chile que emergerá de esta nueva era de polarización.