Hace poco más de dos meses, los titulares celebraban las cifras del sistema financiero chileno. Con utilidades que alcanzaron los US$ 482 millones en el primer semestre de 2025 —un aumento del 9,07% respecto al año anterior, según la Comisión para el Mercado Financiero (CMF)—, la banca parecía un motor imparable. Gigantes como Santander reportaban su quinto trimestre consecutivo de beneficios récord a nivel global, con su filial chilena aportando un significativo 5,4% a las ganancias totales del grupo.
Sin embargo, pasadas las celebraciones iniciales, el análisis reposado de los datos revela una realidad inquietante: el éxito financiero de la banca no solo no se está traspasando a la economía real, sino que parece estar ocurriendo a costa de ella. Mientras los números de los bancos brillan, las pequeñas y medianas empresas enfrentan mayores dificultades para obtener créditos, el sueño de la casa propia se aleja para miles de familias y los puestos de trabajo en el sector se desvanecen. Chile parece operar en dos velocidades: una para el capital financiero y otra, muy distinta, para el ciudadano de a pie.
El auge de la banca no es casual. Se sustenta en una estrategia deliberada que combina varios factores. Por un lado, la mantención de una Tasa de Política Monetaria (TPM) elevada por parte del Banco Central ha permitido a las entidades financieras obtener un mayor margen de intereses. A esto se suma una gestión de cartera que prioriza la inversión en instrumentos de renta fija y una agresiva expansión internacional, como la que planea BTG Pactual con una nueva filial en Perú, buscando mercados con mayor potencial de crecimiento.
Internamente, la palabra clave ha sido “eficiencia”. Esta se ha traducido en una profunda transformación digital y en la automatización de procesos. El resultado es una estructura de costos más liviana, que impulsa la rentabilidad. Sin embargo, esta eficiencia tiene un costo social y económico directo.
La paradoja se hace evidente al mirar las cifras de crédito. Según la CMF, las colocaciones totales del sistema bancario mostraron una contracción del 0,49% en 12 meses, lastradas principalmente por una caída del 1,74% en los préstamos a empresas. Este es el sexto mes consecutivo de retroceso en la cartera comercial, un indicador clave de la salud y las expectativas de inversión del sector productivo.
Para las personas, el panorama no es más alentador. Las tasas de interés de los créditos hipotecarios retomaron las alzas, promediando un 4,39% en junio, muy lejos del mínimo histórico de 1,99% de 2019. Este encarecimiento del crédito para la vivienda se suma a la ineficacia de políticas como la Ley de Portabilidad Financiera que, a cinco años de su implementación, es vista por expertos como una regulación con bajo impacto práctico para el consumidor, cuyos costos terminaron siendo traspasados a los mismos clientes que pretendía beneficiar.
La eficiencia digital tiene un rostro humano: el del trabajador desplazado. Entre mayo de 2024 y mayo de 2025, la industria bancaria eliminó más de 1.600 puestos de trabajo y cerró 43 sucursales a nivel nacional. Bancos como el de Chile lideraron los ajustes con 645 desvinculaciones en un año. La Confederación de Sindicatos Bancarios ha manifestado su preocupación, señalando que la tendencia afecta desproporcionadamente a las mujeres y que los nuevos empleos se concentran en perfiles tecnológicos, dejando atrás los roles tradicionales.
La única excepción notable es BancoEstado, que en el mismo período aumentó su dotación en 220 personas y expandió su red de sucursales. Este contraste abre un debate sobre el rol y las prioridades de la banca pública frente a la privada en un contexto de contracción del servicio presencial.
Los datos de los últimos meses no describen una crisis pasajera, sino la consolidación de un nuevo modelo de negocio bancario en Chile. Es un modelo más globalizado, digitalizado y enfocado en la rentabilidad financiera, pero progresivamente desconectado de su función tradicional de intermediario para la economía productiva local.
El tema, por tanto, no está cerrado. Ha evolucionado hacia una pregunta estructural sobre el propósito de la banca en el proyecto de desarrollo del país. ¿Debe ser evaluada únicamente por sus balances trimestrales, o también por su capacidad para financiar el crecimiento de las pymes, facilitar el acceso a la vivienda y generar empleo estable? La respuesta a esta pregunta definirá cuál de las dos economías que hoy conviven en Chile prevalecerá en el futuro.