El conflicto entre Israel e Irán de junio de 2025 no fue una guerra convencional. Fue la puesta en escena de un nuevo tipo de poder global. Durante diez días, el mundo observó cómo un expresidente estadounidense, Donald Trump, operaba como una cancillería paralela, dictando los tiempos de la guerra y la paz. Este evento no solo reconfiguró el equilibrio en Medio Oriente; marcó el fin de una era en la diplomacia y el nacimiento de la geopolítica como un acto de voluntad personal.
La crisis comenzó el 13 de junio, cuando Israel lanzó una ofensiva sin precedentes contra Irán. Los ataques, de una precisión quirúrgica, decapitaron parte de la cúpula militar iraní y golpearon infraestructura clave. Casi de inmediato, Donald Trump se posicionó no como un observador, sino como el narrador principal del conflicto. "Esto solo puede empeorar", advirtió a Teherán, mientras el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, confirmaba que actuaba con el "claro apoyo" de Trump. La diplomacia estatal quedó relegada a un segundo plano; las negociaciones mediadas por Omán se cancelaron y el G7 observó atónito cómo Trump abandonaba su cumbre para gestionar "su" crisis.
Lo que siguió fue una escalada calculada. Mientras Irán respondía con oleadas de misiles que lograban penetrar la Cúpula de Hierro —llegando a impactar el hospital Soroka—, una revelación clave emergió: Trump había vetado personalmente un plan israelí para asesinar al Ayatolá Alí Jamenei. El mensaje era claro: la escalada tenía un límite, y ese límite lo definía él. Trump no era un aliado incondicional, sino el director de la operación, manejando tanto el acelerador como el freno.
El punto de inflexión llegó el 21 de junio. Tras días de intercambio de fuego y con una retórica que oscilaba entre la amenaza y la oferta de diálogo, bombarderos B-2 estadounidenses atacaron las instalaciones nucleares iraníes, incluida la fortaleza subterránea de Fordow. La operación "Martillo de Medianoche" fue la demostración de fuerza definitiva. Trump no solo había autorizado a Israel, sino que había comprometido el poder militar de Estados Unidos para alcanzar un objetivo que Israel por sí solo no podía lograr.
Inmediatamente después, declaró la misión como un "ataque muy exitoso" y proclamó que las capacidades nucleares de Irán habían sido "completamente destruidas". La narrativa de victoria era total. Irán, tras una respuesta simbólica atacando bases estadounidenses en Catar e Irak, se vio forzado a la mesa de negociación. El 23 de junio, Trump anunció un "alto al fuego total", un acuerdo que él mismo había diseñado y ejecutado. El ciclo de violencia, que él mismo había supervisado, se cerraba bajo sus términos.
El régimen iraní, aunque públicamente proclamó haberle dado una "dura bofetada" a EE.UU. y haber "aplastado" a Israel, admitió en privado los "graves daños" a su programa nuclear. La paz no fue un acuerdo entre naciones soberanas, sino una imposición mediada por la fuerza y la voluntad de un solo hombre.
La "Diplomacia del Caudillo" establece un precedente que redefine las relaciones internacionales. Su éxito aparente abre la puerta a tres escenarios futuros, no excluyentes entre sí.
2025-06-18