Durante décadas, la figura del “macho alfa” —dominante, agresivo y líder indiscutido de la manada— ha permeado el imaginario colectivo, desde manuales de autoayuda hasta discursos políticos. Sin embargo, en los últimos meses, una convergencia de hallazgos científicos y análisis culturales ha puesto en jaque este arquetipo, revelándolo no como una verdad biológica, sino como un mito basado en ciencia obsoleta y sesgos culturales.
La idea se popularizó en la década de 1970 a partir de estudios sobre lobos en cautiverio. Como revela un reciente informe de WIRED, el propio investigador que acuñó el término, David Mech, se retractó tras observar a los lobos en su hábitat natural, donde las manadas no se estructuran en jerarquías de dominación, sino como unidades familiares. La extrapolación de este modelo erróneo a los primates, y por extensión a los humanos, ha sido desmentida sistemáticamente.
Investigaciones publicadas en Proceedings of the National Academy of Sciences demuestran que en el 70% de las especies de primates, las relaciones de poder entre sexos son compartidas o ambiguas. La dominancia masculina estricta es la excepción, no la regla. Este cambio de paradigma se debe en gran parte al “feminismo darwiniano”, una corriente de pensamiento impulsada por primatólogas como Sarah Blaffer Hrdy y Amy Parish. Como detalla un análisis en El País, sus trabajos demostraron que las hembras no son actores pasivos en la evolución, sino que despliegan complejas estrategias sexuales y sociales, formando alianzas y eligiendo activamente a sus parejas. En especies como los bonobos, son las hembras quienes, a través de la cooperación, mantienen la cohesión y el control del grupo.
El bioantropólogo Agustín Fuentes, en su libro El sexo es un espectro, va más allá y cuestiona la base misma del binarismo. En una entrevista con El País, Fuentes argumenta que la idea de que los humanos se dividen en dos categorías biológicas estancas —hombre y mujer— “es filosofía, no biología”. Explica que la combinación de genes, gónadas y genitales presenta una variabilidad que desafía cualquier clasificación simplista, afectando al menos al 1% de la población. La insistencia en un modelo binario, sostiene, es una construcción cultural con fines de control social.
Mientras la ciencia desmantela el mito desde sus cimientos, la cultura popular ha comenzado a reflejar y acelerar su caída. La exitosa serie de Netflix “Machos Alfa”, como analiza un reportaje de La Tercera, ha logrado masificar una conversación antes reservada a círculos académicos: la crisis de la masculinidad hegemónica. La serie expone, a través de la comedia, cómo los mandatos tradicionales —“el hombre provee”, “el hombre no llora”— son una trampa que también perjudica a los propios hombres.
En Chile, este debate no es nuevo. El investigador Francisco Aguayo señala que las masivas manifestaciones feministas de 2018 actuaron como un catalizador, interpelando directamente a los hombres sobre su rol en la violencia y la desigualdad. Este cuestionamiento ha permeado desde el activismo hasta las relaciones más íntimas, reconfigurando los pactos de pareja y las estructuras familiares.
Un testimonio anónimo publicado en La Tercera, bajo el título “Ya no soporto a la polola de mi señora: me divorcio”, ofrece una ventana cruda y elocuente a esta transformación. La narración en primera persona de un hombre de clase alta cuyo matrimonio se desmorona tras la aparición de una tercera persona en la vida de su esposa, revela la perplejidad y el dolor ante el colapso de un modelo de vida tradicional. Su relato, cargado de modismos chilenos, describe una resolución inesperada: una nueva “familia” que incluye a su exesposa, la polola de esta y a él mismo, en un arreglo que su hermana, una abogada pragmática, describe casi como un acto de “psicomagia”. Este caso ilustra cómo las discusiones sobre poliamor, diversidad sexual y deconstrucción masculina han aterrizado en la realidad cotidiana, forzando la creación de nuevos modelos de convivencia.
La caída del “macho alfa” no es un proceso pacífico. Su desmantelamiento ha provocado una fuerte resistencia desde sectores conservadores, que ven en este cambio una amenaza al orden social. Como apunta el sociólogo Mauro Basaure, discursos políticos como los de Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei a menudo apelan a una supuesta “naturaleza” biológica para justificar jerarquías de género y roles tradicionales. Esta reacción, más que un simple conservadurismo, refleja una ansiedad profunda ante la pérdida de privilegios y la disolución de identidades que se creían fijas.
La columna de opinión “¿Quién ataja el maldito infierno?” en La Tercera, aunque centrada en la política contingente chilena, toca una fibra relevante. Describe una tensión entre las fuerzas que buscan mantener un orden establecido (el katechon o “aquello que contiene”) y las fuerzas percibidas como caóticas o destructivas. La deconstrucción de la masculinidad tradicional puede ser interpretada por algunos como la liberación de ese “infierno” de incertidumbre social.
El debate se vuelve explícito en arenas como el deporte, donde se intenta definir científicamente qué es una mujer para regular la competencia, una búsqueda que, según Agustín Fuentes, está condenada al fracaso por la propia complejidad biológica humana. La ciencia, en lugar de ofrecer respuestas sencillas, revela un espectro de posibilidades. La elección de qué parte de ese espectro se considera “normal” o “aceptable” es, en última instancia, una decisión política.
El ocaso del macho alfa no significa la llegada de una utopía de igualdad, sino el comienzo de una etapa más compleja y honesta. La evidencia científica, desde la primatología hasta la biología evolutiva —que incluso documenta “divorcios” y dinámicas de pareja complejas en aves monógamas, según WIRED—, nos obliga a abandonar las simplificaciones. La naturaleza es diversa y flexible, y las culturas humanas también lo son.
El desafío actual no es reemplazar un arquetipo dominante por otro, sino aprender a navegar un mundo donde el poder, el género y las relaciones no responden a guiones fijos. Implica una tarea de “aprender a desaprender”, como sugiere el académico Fernando Herranz, reconociendo que la liberación de los corsés de la masculinidad tradicional no solo beneficia a las mujeres, sino que ofrece a los hombres la posibilidad de vivir con mayor libertad emocional y social. La conversación está abierta, y sus conclusiones se están escribiendo no solo en laboratorios y universidades, sino en las mesas de comedor y en las camas de todo Chile.
2025-06-14