Se Cierra un Puente, Se Abre una Fractura: El nuevo viaducto del Biobío es un avance técnico que profundiza una desconexión estratégica

Se Cierra un Puente, Se Abre una Fractura: El nuevo viaducto del Biobío es un avance técnico que profundiza una desconexión estratégica
2025-08-02
  • El cierre del puente de 1889 no es un fin, es un diagnóstico de la fractura entre Santiago y las regiones.
  • El nuevo viaducto es un avance técnico que opera en un vacío estratégico, revelando un modelo de desarrollo centralista.
  • El futuro de Chile se debate entre la conectividad fragmentada o un reequilibrio territorial real, una decisión que el viejo puente nos obliga a enfrentar.

El Pasado: La Promesa del Acero

El último tren cruzó el viejo puente ferroviario del Biobío y con él se fue más que una estructura de 136 años. Se fue la materialización de una promesa: la de un Chile que, a fines del siglo XIX, usaba el acero para unir su territorio y proyectar un futuro compartido. Ese puente no solo conectaba Concepción y San Pedro de la Paz; conectaba las minas de carbón con los puertos, los centros productivos con la red nacional y a las personas con una idea de progreso que, se suponía, era para todos. Era una pieza clave de un Estado que planificaba a largo plazo, entendiendo que la infraestructura era la base de la soberanía y el desarrollo.

Esa visión parece hoy tan lejana como la época del vapor. El puente, testigo de terremotos, crisis y transformaciones, representaba un modelo de cohesión. Su retiro no es solo un acto de modernización, es el fin de un símbolo que nos obliga a preguntar qué promesa lo reemplaza.

El Presente: La Paradoja del Concreto

El nuevo puente es, en el papel, un éxito. Una obra de 1.9 kilómetros, con doble vía, diseñada para trenes a 100 km/h. Es una solución técnica necesaria y eficiente para los miles de pasajeros del Biotrén y para el transporte de carga. Sin embargo, este avance opera en un vacío. Es una pieza de alta tecnología en un rompecabezas nacional que nadie parece estar armando.

La paradoja es evidente. Mientras se celebra esta obra local, Chile sigue funcionando “de espaldas al mar”, como señala la Liga Marítima, sin una política portuaria o logística integrada. Se invierte en un puente en el Biobío, pero se posterga un tren rápido a Valparaíso, tildándolo de “elefante blanco” para priorizar una extensión del metro al aeropuerto de Santiago. Es la definición del “regionalismo de cartón”: gestos de descentralización que no alteran la lógica centralista del poder y la inversión. El nuevo puente es un avance aislado, no el resultado de una estrategia territorial. Resuelve un problema de flujo, pero acentúa una fractura de visión.

Esta desconexión se refleja en otros ámbitos. Un estudio de CIGIDEN revela que el 79% de las comunas del país no están preparadas para desastres naturales, una prueba de la incapacidad del Estado para planificar el territorio de forma coherente y resiliente. El puente del Biobío es otro síntoma de la misma enfermedad: una planificación fragmentada que responde a urgencias locales pero carece de un proyecto nacional.

El Futuro: Tres Caminos para un País Conectado

El fin del viejo puente y el nacimiento del nuevo abren tres escenarios posibles para el futuro de la cohesión territorial en Chile.

1. Escenario de la Conectividad Fragmentada: Es el camino de la inercia. Chile continúa invirtiendo en obras de infraestructura de forma aislada. Las regiones reciben puentes, carreteras y fibra óptica, pero siguen siendo receptoras pasivas de decisiones tomadas en Santiago. La modernización llega, pero no el poder ni la autonomía. En este futuro, el viejo puente se convierte en una ruina nostálgica o, en el mejor de los casos, en un paseo peatonal que simboliza un pasado de unidad que nunca regresó. La brecha entre la metrópolis y el resto del país se profundiza, cubierta por una capa de concreto y asfalto sin alma estratégica.

2. Escenario del Reequilibrio Territorial: El cierre del puente actúa como un catalizador. Las regiones, usando herramientas como la ley de “Regiones más Fuertes”, exigen una participación real en la planificación estratégica del país. Se abandona el enfoque de proyectos aislados y se comienza a pensar en corredores bioceánicos, en sistemas logísticos integrados y en una red ferroviaria que vertebre el territorio. El debate sobre el tren a Valparaíso se reabre, entendiéndolo no como un gasto, sino como una inversión en descentralización. En este escenario, el viejo puente es reconvertido en un espacio público vibrante, un símbolo de cómo el pasado puede inspirar un pacto territorial renovado.

3. Escenario de la Nostalgia Inerte: Chile queda atrapado en el debate simbólico. La discusión sobre qué hacer con el viejo puente consume energía y recursos, mientras los problemas de fondo persisten. Se legisla con una visión anacrónica, como la que critica el análisis sobre la negociación ramal, intentando aplicar soluciones del siglo XX a problemas del siglo XXI. Se habla mucho de descentralización, pero en la práctica se mantiene el modelo centralista. El resultado es la parálisis, el cinismo en las regiones y la consolidación de un país de dos velocidades.

Síntesis: El Acero, el Concreto y la Decisión Pendiente

La decisión sobre el futuro del viejo puente es secundaria. La verdadera pregunta es qué tipo de país queremos construir con el nuevo. La estructura de acero que se jubila representaba una promesa de unidad. La de concreto que la reemplaza es, por ahora, solo una promesa de eficiencia.

El camino más probable es una mezcla de fragmentación y nostalgia, donde el progreso técnico no logra cerrar las brechas políticas y sociales. El riesgo es evidente: un Chile cada vez más moderno en su superficie, pero más fracturado en su núcleo. La oportunidad latente es usar este momento para iniciar una conversación honesta sobre el modelo de desarrollo. El puente está roto, pero las fracturas que revela aún pueden ser reparadas.

El tema trasciende el evento noticioso para analizar una metáfora estructural del país: la tensión entre un pasado industrial glorioso y un presente de infraestructura precaria. Permite explorar las consecuencias a largo plazo de la desinversión, el centralismo y la pérdida de símbolos de cohesión territorial. La historia ha madurado lo suficiente para observar los debates sobre su reemplazo y el impacto económico y social en la región, ofreciendo un caso de estudio sobre las prioridades de desarrollo nacional para las próximas décadas.