Ha pasado más de un mes desde que el último misil de la llamada “Guerra de los Doce Días” impactó su objetivo. Hoy, un silencio tenso reemplaza el estruendo de las explosiones en Medio Oriente. Sin embargo, la calma es precaria. Los doce días de enfrentamiento directo entre Irán e Israel, con una intervención militar decisiva de Estados Unidos, no restauraron un orden previo; lo demolieron. El saldo es de más de 600 muertos en Irán y cerca de 30 en Israel, una desconfianza global agudizada y un reordenamiento de poder cuyos efectos ya son visibles y medibles.
El conflicto, que se extendió del 13 al 24 de junio, ha dejado de ser una noticia de última hora para convertirse en un caso de estudio sobre la fragilidad de los equilibrios internacionales en el siglo XXI. La pregunta que resuena en las cancillerías del mundo ya no es si la paz durará, sino cuál será la forma del próximo enfrentamiento.
Todo comenzó el 21 de junio de 2025. Rompiendo con décadas de guerra subsidiaria, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció a través de su red social Truth Social un “ataque muy exitoso” contra tres instalaciones nucleares iraníes: Fordow, Natanz e Isfahán. La operación, que incluyó el uso de potentes bombas “antibúnker” GBU-57 sobre la fortificada planta subterránea de Fordow, marcó la entrada directa de Washington en el conflicto que Israel ya mantenía con Irán.
La reacción de Teherán fue inmediata. Medios estatales confirmaron los ataques y la Guardia Revolucionaria prometió una respuesta contundente, advirtiendo que las bases estadounidenses en la región eran “vulnerables”. Horas después, Irán cumplió su amenaza, lanzando oleadas de misiles contra Israel y atacando bases de EE.UU. en Qatar e Irak. La región, y el mundo, contuvieron la respiración.
La intervención estadounidense fracturó el escenario internacional, revelando lealtades y antagonismos con una claridad brutal.
El clímax de la crisis llegó con una serie de anuncios y desmentidos que expusieron el carácter caótico y personalista de la diplomacia del siglo XXI. El 23 de junio, Trump proclamó un “alto al fuego completo y total”, dando por terminada la “Guerra de los Doce Días”.
La respuesta de Irán fue un balde de agua fría: el ministro de Exteriores, Abás Araqchí, negó la existencia de tal acuerdo, aunque dejó la puerta abierta a un cese de hostilidades si Israel detenía su “agresión ilegal”. Lo que siguió fue una espiral de acusaciones mutuas de violación de la supuesta tregua. Irán lanzó nuevos misiles sobre Tel Aviv y el sur de Israel, e Israel respondió con más bombardeos.
La situación enfureció a Trump, quien, en un giro inesperado, criticó públicamente a su aliado: “No estoy contento con Israel”, declaró, acusándolo de lanzar una cantidad de bombas sin precedentes justo después de que se anunciara el acuerdo. “¡Necesitan calmarse ya!”, exclamó.
Tras una tensa llamada entre Trump y Netanyahu, y con el presidente iraní, Masud Pezeshkian, declarando el fin de la guerra “tras la heroica resistencia de nuestra gran nación”, las armas finalmente callaron el 24 de junio. El saldo, sin embargo, va más allá de las trágicas cifras de víctimas.
Para comprender la complejidad de este episodio, es ineludible mirar al pasado. Paradójicamente, el programa nuclear iraní que hoy obsesiona a Washington fue iniciado en la década de 1950 con ayuda estadounidense, bajo la iniciativa “Átomos para la Paz” del presidente Dwight Eisenhower. Lo que fue concebido como un gesto de cooperación en plena Guerra Fría, con el tiempo sembró las semillas de una de las mayores crisis de no proliferación de la era moderna.
La “Guerra de los Doce Días” ha terminado, pero el conflicto de fondo persiste. Las ambiciones nucleares de Irán, las preocupaciones de seguridad de Israel y la lucha por la hegemonía en Medio Oriente siguen intactas. Este enfrentamiento no fue un punto final, sino un capítulo violento que ha sentado las bases para una nueva etapa de negociaciones, amenazas y reacomodos. El mundo observa, sabiendo que la pregunta no es si habrá una nueva crisis, sino cómo y cuándo se desatará.