La centroizquierda se quedó sin herederos: Cómo una primaria selló el fin del ciclo de 30 años y abrió una crisis de identidad

La centroizquierda se quedó sin herederos: Cómo una primaria selló el fin del ciclo de 30 años y abrió una crisis de identidad
2025-08-02
  • La derrota de Carolina Tohá no fue solo una pérdida electoral, sino el síntoma final del agotamiento del Socialismo Democrático.
  • Las críticas internas exponen una fractura ideológica profunda, con figuras como Óscar Landerretche cuestionando la viabilidad de una alianza con una izquierda que considera “infantil” e “irresponsable”.
  • El futuro es incierto: el sector enfrenta el riesgo de la irrelevancia política, la subordinación a la nueva hegemonía del Partido Comunista o una dolorosa reinvención.

El día después que dura dos meses

Han pasado más de 60 días desde la primaria presidencial del oficialismo, pero el resultado sigue resonando no como el fin de una contienda, sino como el inicio de un terremoto político. La contundente victoria de Jeannette Jara (PC) sobre Carolina Tohá (PPD) no fue una simple sorpresa electoral; fue la lápida de un ciclo de 30 años en que el Socialismo Democrático —heredero de la Concertación— condujo el destino de la centroizquierda chilena. Hoy, con las consecuencias a la vista, lo que queda es un espacio político fracturado, sumido en una profunda crisis de identidad y enfrentado a un futuro donde su supervivencia ya no está garantizada.

La reacción inmediata a la derrota fue un reflejo del desconcierto. Carolina Tohá, la figura que encarnaba la esperanza de una socialdemocracia moderna y con experiencia de gobierno, anunció su paso al costado de la primera línea. “Se abre un tiempo para estar fuera”, comunicó, dejando un vacío de liderazgo. En paralelo, el presidente del PPD, Jaime Quintana, admitió la necesidad de una autocrítica profunda, mientras que desde el Partido Socialista, figuras como la presidenta Paulina Vodanovic llamaban a “honrar los compromisos” y alinearse tras la ganadora. Sin embargo, bajo esta aparente disciplina partidaria, subyace una tensión irresoluble que amenaza con dinamitar la precaria unidad del oficialismo.

La rebelión de los “semileales”: el factor Landerretche

Si la derrota electoral fue el sismo, las declaraciones del economista Óscar Landerretche (PS) han sido la réplica más destructiva. Apoyando a Tohá, pero sin un cargo formal, Landerretche se convirtió en la voz de un sector del socialismo democrático que ve la alianza con el Frente Amplio y el Partido Comunista no como una estrategia, sino como un suicidio. Sus críticas no fueron veladas: calificó de “infantilismo” y “mitomanía maníaca” a parte de los liderazgos de la nueva izquierda y puso en duda su apoyo a Jara, afirmando que no firmaría un “cheque en blanco”.

Sus palabras más duras apuntaron al Frente Amplio: “Me gustaría que, si hay un gobierno de derecha, traten de no derribarlo (...) convertir el país en un maldito infierno”. Esta declaraciòn no solo tensionó la relación con sus socios, sino que expuso el núcleo del conflicto: la desconfianza total en la lealtad democrática de sus propios aliados. La historiadora Valentina Verbal lo conceptualiza como el problema de la “izquierda semileal”: fuerzas democráticas que, al pactar con actores que consideran la democracia de forma instrumental, terminan por horadarla ellas mismas.

Desde el otro lado, las reacciones fueron inmediatas. La presidenta del Frente Amplio, Constanza Martínez, emplazó directamente a Tohá: “¿Con estas personas en tu comando vamos a construir unidad? El silencio otorga”. Jeannette Jara, por su parte, fue tajante: “Complejo tener primarias con aliados que están solamente cuando ganan”. La pugna dejó en evidencia que la coalición de gobierno es, en realidad, un pacto de no agresión con fecha de vencimiento.

Crónica de un final anunciado: el autoengaño como estrategia

La derrota no fue un accidente. Analistas y editoriales coinciden en que es la consecuencia de un largo proceso de pérdida de identidad. Como se argumenta en una columna de La Tercera, el Socialismo Democrático se sumió en un “autoengaño”, creyendo participar en una alianza coherente cuando en realidad se subordinaba a un proyecto que renegaba de su propio legado: los 30 años de la Concertación.

El académico Cristóbal Osorio lo describe como un fracaso por aceptar un rol secundario en el gobierno de Gabriel Boric, donde en lugar de aportar su experiencia, terminaron absorbiendo los costos de la inexperiencia ajena. El senador Fidel Espinoza (PS) es aún más directo: “El Frente Amplio trató de matar al PS y al PPD, y no le resultó”. Su crítica apunta a una estrategia deliberada de sustitución, donde el FA buscaba eliminar a la ex Concertación del mapa político.

Este proceso de vaciamiento ideológico se vio reflejado en la campaña. Mientras Jara ofrecía un relato claro de cambio y firmeza, anclado en las bases del Partido Comunista, la candidatura de Tohá pareció atrapada entre la defensa de un pasado que sus propios aliados denostaban y la gestión de un presente impopular como ministra del Interior. El resultado fue que los costos del gobierno los pagó íntegramente el Socialismo Democrático, mientras el PC capitalizaba el descontento.

El futuro incierto: entre la irrelevancia y la sumisión

Con Jeannette Jara como candidata única del oficialismo, el Socialismo Democrático enfrenta una encrucijada existencial. La primera opción es la subordinación, aceptando un rol secundario en un eventual gobierno del PC, con el riesgo de diluirse por completo. La segunda es la ruptura, un camino que hoy parece inviable por el costo electoral que implicaría en las parlamentarias.

La crisis se extiende a sus socios históricos, como la Democracia Cristiana. Su decisión de apoyar a Jara, que provocó la renuncia de su presidente Alberto Undurraga, es vista por analistas como Alfredo Jocelyn-Holt como la culminación de un largo proceso de pérdida de rumbo, donde el pragmatismo por mantener cuotas de poder se impuso sobre cualquier principio doctrinal. “Los DC siempre han sido así”, sentencia el historiador, describiéndolos como “sobrevivientes anacrónicos”.

La pregunta que queda abierta es si el Socialismo Democrático tiene la capacidad de reinventarse. Figuras como Guido Girardi (PPD) advierten que Jara “tendrá que reacondicionar su proyecto al siglo XXI” para ser viable. Sin embargo, la derrota parece tan profunda que la capacidad de influir en ese reacondicionamiento es mínima. El ciclo de 30 años no terminó con una transición ordenada, sino con un colapso. La centroizquierda que gobernó Chile durante la mayor parte de su historia democrática reciente hoy no tiene herederos claros y su futuro es una página en blanco que sus adversarios, y ahora también sus aliados, están ansiosos por escribir.

El evento marca un punto de inflexión definitivo en la historia política reciente, cerrando un ciclo de 30 años dominado por una coalición específica. Sus consecuencias —crisis internas, debates de identidad y una reconfiguración del panorama político— son ahora plenamente visibles, lo que permite un análisis profundo de las causas de su declive y las proyecciones para el futuro de la centroizquierda. La narrativa posee un arco completo, desde un pasado hegemónico hasta un presente de fragmentación e incertidumbre, ofreciendo una oportunidad única para una crónica reflexiva sobre el poder, el desgaste y la renovación ideológica.

Fuentes