En los últimos meses, una serie de eventos aparentemente inconexos sacudieron el ecosistema mediático chileno. El retiro de una voz radial histórica, la acusación judicial contra un emblemático periodista de investigación, el ascenso de un animador a un puesto ejecutivo clave y el éxito internacional de un comediante. Vistos de manera aislada, son titulares de un día. Analizados con la distancia de 60 a 90 días, componen una narrativa ineludible: el modelo del "rostro" televisivo, esa figura central que por décadas encarnó la confianza y el poder mediático, está en una crisis terminal. El poder está cambiando de manos, y la pantalla que una vez los ungió como íconos hoy refleja su paulatino ocaso.
El fin de una era a menudo se simboliza con despedidas. En abril, Sergio Campos, Premio Nacional de Periodismo, se retiró de la conducción de El Diario de Cooperativa tras casi cinco décadas. Su homenaje en el Congreso, con elogios transversales por su rol durante la dictadura, no fue solo un tributo a su persona, sino un réquiem por un tipo de periodismo que fungía como pilar de la esfera pública en una era de medios escasos. Campos era una voz que unificaba.
En contraste, la salida de otros es un síntoma de agotamiento. Jaime Davagnino, icónica voz de programas como Rojo, se alejó de la pantalla diagnosticando sin rodeos que “la TV está en crisis”. Hoy, alejado de los estudios, se dedica a talleres de comunicación para empresas. Su caso evidencia una percepción compartida por muchos veteranos: la industria televisiva tradicional ya no ofrece proyectos relevantes ni sostenibles.
Esta crisis de modelo se agudiza cuando la credibilidad, pilar fundamental del "rostro", se ve directamente atacada. La querella por maltrato presentada contra el periodista de TVN Santiago Pavlovic por su expareja —y su tajante negativa a las acusaciones— expone la mayor vulnerabilidad del sistema. El valor del "rostro" reside en su capital personal, en su biografía pública. Cuando esta es cuestionada, el andamiaje se tambalea de una forma que las marcas institucionales, más anónimas, pueden resistir mejor. El "rostro" ya no es infalible; es tan frágil como su reputación.
El declive del "rostro" no es solo una crisis interna; es el reflejo de un veredicto ciudadano. El “Informe nacional 2025 sobre consumo de noticias” (PUCV y Feedback) es lapidario: un 45,7% de los chilenos califica como "pobre" el desempeño de los medios, y un 57,4% los considera sesgados. La confianza se ha fugado de sus bastiones tradicionales.
El ranking de credibilidad mediática, publicado por CIPER, muestra que los canales de televisión abierta como Chilevisión, TVN y Mega han sido desplazados del top 10. En su lugar, emergen como los más confiables el medio de investigación digital CIPER y Radio Bío Bío. Este cambio no es una mera fluctuación de audiencias, sino un desplazamiento estructural del poder. La ciudadanía busca profundidad y fiscalización, atributos que la televisión, centrada en la figura del animador y la inmediatez, parece haber perdido.
El análisis de El País añade otra capa de complejidad: la segmentación ideológica. Las audiencias de derecha prefieren medios tradicionales, mientras que las de izquierda optan por digitales y alternativos. En este paisaje de "burbujas informativas", la idea de un "rostro" transversal, capaz de interpelar a todo el país, se vuelve una quimera. Cualquier figura es inmediatamente etiquetada y, por ende, rechazada por una parte significativa de la población, haciendo imposible la construcción de consensos o confianzas masivas.
Mientras el viejo modelo se desmorona, nuevos centros de poder emergen, reconfigurando el mapa de la influencia en Chile.
El "Rostro" al Mando: La designación de Julio César Rodríguez como Director de Programación de Chilevisión es, quizás, el movimiento más paradójico y revelador. El canal entrega el control de sus contenidos a su "rostro" más popular, disruptivo y, para algunos, polémico. ¿Es un intento desesperado por revitalizar la pantalla desde adentro, usando a la figura que mejor encarna el pulso de la calle? ¿O es la constatación de que las viejas estructuras ejecutivas ya no saben cómo conectar con la audiencia? Rodríguez, que seguirá en pantalla, se convierte en un experimento en vivo: el "rostro" como estratega, un híbrido que intentará salvar el formato que lo creó.
La Conquista Global sin Escala Local: El comediante Fabrizio Copano representa una ruta de poder completamente nueva. Con el anuncio de su primer especial de comedia en inglés, destacado por medios como Deadline y La Tercera, Copano consolida una carrera de talla mundial construida en gran parte fuera de la televisión chilena. Su influencia no nació en un matinal, sino en YouTube, podcasts y escenarios internacionales. Él demuestra que el talento chileno ya no necesita la bendición de los canales locales para alcanzar el éxito masivo. La influencia se construye ahora en plataformas globales, eludiendo a los antiguos guardianes de la fama.
Influencia sin Pantalla: Finalmente, el caso de la compra de Isla Guafo por la fundación de Leonardo DiCaprio ilustra una nueva forma de poder mediático. Un actor de Hollywood, a través de una publicación en Instagram, fijó la agenda nacional sobre un tema de conservación, movilizando a la opinión pública y a los medios locales. Su influencia, como reportó Diario Financiero, no depende de una presencia mediática en Chile, sino de su estatus global. Esto demuestra que la capacidad de construir narrativas ya no es exclusiva de los medios nacionales; puede ser ejercida por actores externos con una plataforma lo suficientemente grande.
El ocaso de los "rostros" no es el fin de los medios, sino el fin de un modelo centralizado de poder. La influencia, antes concentrada en un puñado de figuras televisivas, hoy está distribuida, fragmentada y en constante disputa. Reside en medios digitales de nicho, en creadores que cultivan sus propias audiencias, en ejecutivos que intentan reinventar un modelo moribundo y en celebridades globales que pueden moldear la conversación nacional con un solo clic.
La pregunta relevante ya no es quién será el próximo Don Francisco. La verdadera interrogante es si en este nuevo ecosistema mediático, fragmentado y desconfiado, existe todavía una pantalla lo suficientemente grande como para albergar a una figura de esa magnitud. El tema no está cerrado; apenas comienza una nueva etapa.