La derrota de Gonzalo Winter en las primarias oficialistas no fue solo un mal resultado. Fue la constatación de un fin de ciclo. Con apenas un 9% de los votos, el Frente Amplio (FA) perdió el 88% del capital electoral que Gabriel Boric consiguió en la primaria de 2021. Este desplome no es una anécdota, es una señal estructural: el relato fundacional del FA, basado en la impugnación generacional y la crítica a los "30 años", se agotó. La pregunta ya no es si el partido puede recuperarse, sino qué será de él ahora que su historia dejó de conectar con el presente.
La campaña de Gonzalo Winter nació de una dificultad. Fue un "plan B" después de que la carta más competitiva, el alcalde Tomás Vodanovic, decidiera no competir. Desde ese inicio, la estrategia se centró en lo que el FA mejor sabía hacer: construir una narrativa de identidad. El problema es que esa identidad ya no resonaba. Como señaló el analista Camilo Feres, la campaña convirtió "la subjetividad en programa". El spot de la franja electoral fue el ejemplo más claro: al poner en la misma secuencia a Augusto Pinochet y a figuras de la Concertación como Jorge Correa Sutil, el comando intentó revivir la épica de la ruptura.
El efecto fue el contrario. Correa Sutil calificó el mensaje de "maniqueo" y de revivir "un enfrentamiento más que una discusión de propuestas". La jugada no solo alienó a sus socios de coalición, sino que demostró una profunda desconexión con un electorado cuyas principales preocupaciones son la seguridad, la inflación y el empleo, no las batallas simbólicas del pasado. La campaña le habló a su propio nicho, mientras el resto del país miraba para otro lado.
El resultado inmediato de la derrota es un reordenamiento de fuerzas en la izquierda. El Frente Amplio, el partido del Presidente, perdió la hegemonía. El Partido Comunista, con la victoria de Jeannette Jara, la ocupó. Jara no solo ganó, sino que movilizó 15 veces su padrón de militantes, mientras que Winter apenas lo duplicó. En bastiones del FA como Ñuñoa, el candidato frenteamplista obtuvo solo 182 votos más que el total de sus militantes inscritos en la comuna. Esto sugiere que ni su propia base se movilizó con convicción.
Esta derrota debilita al FA en todos los frentes. Su capacidad de negociación para las elecciones parlamentarias disminuye drásticamente y su influencia en un eventual futuro gobierno de Jara queda supeditada a la voluntad del PC. Además, el resultado es un golpe directo al legado político del Presidente Boric. Aunque Winter intentó asumir la derrota como algo personal, es imposible disociar el fracaso del candidato con la evaluación del gobierno de su mismo partido.
La derrota obliga al Frente Amplio a enfrentar un cruce de caminos. Su futuro inmediato se puede proyectar en tres escenarios probables, cada uno con sus propios riesgos y oportunidades.
Escenario 1: La subordinación estratégica. En este futuro, el FA se convierte en un socio menor del Partido Comunista. Acepta su rol secundario, apoya lealmente a Jara y negocia cuotas de poder desde una posición de debilidad. El principal riesgo es la pérdida total de identidad. Sin un proyecto propio y diferenciador, el FA corre el peligro de ser absorbido por la estructura más sólida y disciplinada del PC, convirtiéndose en un satélite político.
Escenario 2: La reinvención pragmática. Este es el "modelo Vodanovic". La debacle electoral fuerza una autocrítica profunda y un giro hacia el pragmatismo. El partido abandona la retórica generacional y se enfoca en la gestión, las políticas públicas concretas y la construcción de alianzas amplias, incluso con el Socialismo Democrático al que tanto criticó. Este camino es doloroso, porque implica renunciar a su mito fundacional, pero es la única vía para volver a ser una fuerza política con vocación de mayoría. El punto de inflexión será si la actual dirigencia es capaz de liderar este cambio o si se necesitará una nueva generación de líderes.
Escenario 3: La fragmentación silenciosa. Si el partido no logra un acuerdo sobre el camino a seguir, el escenario más probable es una lenta desintegración. Sin la cohesión que otorgaba estar en el gobierno y sin un relato movilizador, las distintas facciones podrían empezar a buscar su propio futuro. Algunos podrían atrincherarse en una política testimonial, mientras que otros buscarían alianzas pragmáticas por fuera del partido. El FA no desaparecería de la noche a la mañana, pero se volvería políticamente irrelevante, una marca que recuerda un momento político que ya pasó.