La absolución de Jorge Escobar no fue un final. Fue la confirmación formal de un fracaso. El tribunal no dijo qué pasó; solo dijo lo que la fiscalía no pudo probar. Este veredicto deja un vacío donde debería estar la verdad. Ahora, más de cuatro años después de la desaparición de Tomás Bravo, la pregunta ya no es solo "¿quién fue?", sino "¿qué pasa cuando el sistema no da una respuesta?". El futuro de este caso definirá más que el destino de una familia; pondrá a prueba la confianza pública en la justicia. Tres escenarios probables emergen de los escombros de la investigación.
La absolución cambia el foco del crimen al proceso. La energía se dirige hacia adentro. La investigación de la Fiscalía de Los Ríos contra otros familiares, nacida de medidas intrusivas en el primer caso, se convierte en el nuevo centro de gravedad. Este camino no busca un culpable por la muerte de Tomás, sino navegar un laberinto de apelaciones, contraacusaciones y disputas legales. La dinámica clave aquí es la inercia burocrática. El sistema, habiendo fallado una vez, se vuelve demasiado cauteloso. Cada paso es analizado, el progreso se detiene y el objetivo es evitar otro error público en lugar de lograr una resolución.
A largo plazo, el caso se convierte en un expediente académico. Un ejemplo de "lo que no se debe hacer" en las escuelas de derecho. La verdad material queda sepultada bajo capas de papel y procedimientos. Para la sociedad, el caso se desvanece en un recuerdo de impotencia.
Sin un veredicto legal que ancle la narrativa, la opinión pública se fractura permanentemente. La absolución alimenta dos certezas opuestas. Por un lado, el grupo que ve a Jorge Escobar como la víctima de un sistema fallido, un chivo expiatorio cuya inocencia fue finalmente reconocida. Por otro, el que lo considera un culpable que se benefició de la incompetencia de la fiscalía. Esta división no es pasiva. Es alimentada por la cobertura mediática y las redes sociales, que simplifican la complejidad en bandos irreconciliables.
A mediano plazo, el nombre de Tomás Bravo se convierte en un arma en el debate político. Se usa para atacar al gobierno de turno, para exigir reformas populistas o para desacreditar a las instituciones. La comunidad de Arauco, epicentro de la tragedia, queda estigmatizada. La familia, en su duelo, es constantemente expuesta y utilizada por distintas facciones. La herida nunca cierra; se infecta.
Este es el escenario menos probable, pero no imposible. Nace de la vergüenza del fracaso. La presión pública y la evidencia de un descalabro investigativo podrían forzar una acción correctiva excepcional. Esto podría tomar la forma de un nuevo equipo fiscal con un mandato especial, o la intervención de expertos internacionales en casos sin resolver. El foco se movería hacia la "duda razonable" que absolvió a Escobar: la teoría del tercero. Se reanalizarían las pruebas, como los videos de la torre forestal, con tecnologías más avanzadas. Se buscarían nuevas pistas, lejos del ruido de las hipótesis iniciales.
El punto de inflexión sería una decisión política o judicial de alto nivel para reabrir el caso desde cero, asumiendo los costos y los errores pasados. El resultado no garantiza una condena —el tiempo y la contaminación de pruebas son enemigos poderosos—, pero podría construir una narrativa fáctica sólida sobre las últimas horas de Tomás. Esto no traería una justicia completa, pero sí un grado de verdad y cierre que hoy parece inalcanzable.
La trayectoria más plausible es una mezcla de los escenarios 1 y 2. El caso se estancará en un laberinto legal mientras la sociedad debate sobre culpas y conspiraciones. La incertidumbre se ha institucionalizado. Sin embargo, la posibilidad del escenario 3, la búsqueda obstinada, permanece como una oportunidad latente. Su activación no dependerá del sistema judicial por sí solo, sino de una voluntad política y social que se niegue a aceptar el silencio como respuesta final. El legado del caso Tomás Bravo será, en última instancia, un reflejo de la capacidad de Chile para confrontar sus fracasos institucionales o para resignarse a vivir con ellos.