Hace tres meses, eran noticias económicas aisladas: un cable submarino, la activación de un centro de datos, una nueva concesión de telecomunicaciones y un acuerdo de innovación minera. Hoy, con la perspectiva del tiempo, estos eventos dibujan un mapa claro y de alto voltaje geopolítico. Chile, en silencio, ha tomado decisiones estructurales que definen su futuro digital, anclando su infraestructura de conectividad fundamental a Estados Unidos, mientras, en paralelo, abre la puerta a la tecnología china en su sector económico más estratégico. La pugna global entre Washington y Beijing no se libra solo con aranceles; se materializa en la fibra óptica que cruza el Pacífico y en los algoritmos que optimizan la extracción de cobre.
Durante junio de 2025, una seguidilla de anuncios consolidó el dominio estadounidense sobre la columna vertebral de la conectividad chilena. El hito más significativo fue la firma del acuerdo entre el Estado de Chile, a través de la empresa pública Desarrollo País, y Google para la construcción del Cable Humboldt. Este proyecto, el primer cable submarino de fibra óptica que unirá Sudamérica con Oceanía, se convirtió en una apuesta estratégica que, en la práctica, integra a Chile en un ecosistema digital liderado por Occidente. La ruta, que conectará Valparaíso con Sídney, no solo promete una conexión más rápida y segura, sino que también alinea el flujo de datos del país con un gigante tecnológico estadounidense.
Casi simultáneamente, Microsoft activó su primera región de centros de datos en el país, una red de tres ubicaciones físicas que albergarán la nube de la compañía. Esta inversión masiva significa que una porción creciente de los datos de empresas y del sector público chileno será almacenada y gestionada en infraestructura de una de las corporaciones más importantes de EE.UU. A esto se sumó la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel), que otorgó una concesión por 30 años a Verizon, el mayor operador de Estados Unidos, para ofrecer servicios de Voz sobre IP (VoIP) a nivel nacional.
En conjunto, estos tres movimientos —cable, almacenamiento y servicios— crean un ecosistema tecnológico cohesionado y de bandera estadounidense. Chile se convierte así en un hub digital regional, pero uno cuya infraestructura crítica depende directamente de corporaciones que responden a la jurisdicción y a los intereses estratégicos de Washington, en un contexto de creciente hostilidad comercial con China, marcada por la imposición de aranceles y restricciones a la exportación de semiconductores por parte de la administración Trump.
Mientras Estados Unidos construía la "carretera", China se enfocaba en los "motores" de la economía chilena. A principios de julio, la estatal Codelco, la mayor productora de cobre del mundo y pilar de la economía nacional, firmó un memorándum de entendimiento con Huawei. El acuerdo busca explorar el uso de inteligencia artificial, automatización y conectividad 5G en las faenas mineras.
Este movimiento es de una sutileza estratégica notable. Huawei, una empresa en el centro de las tensiones tecnológicas y vetada en múltiples proyectos de infraestructura en países occidentales por razones de seguridad nacional, se asocia directamente con el activo más valioso del Estado chileno. La colaboración no es para construir infraestructura pública, sino para integrarse en el core business del país. La optimización de las operaciones de Codelco a través de tecnología china plantea una nueva dimensión en la relación bilateral, una que se adentra en la eficiencia productiva y la innovación industrial.
Esta dualidad define la encrucijada chilena: por un lado, una dependencia de la infraestructura de datos estadounidense; por otro, una creciente colaboración tecnológica con China en su principal industria de exportación.
La coexistencia de estos dos ejes tecnológicos no es necesariamente contradictoria, pero sí genera una tensión que obliga a plantear preguntas de fondo sobre la soberanía nacional en el siglo XXI.
El tema, lejos de estar cerrado, ha entrado en una nueva fase. Las decisiones tomadas en los últimos meses no fueron meras transacciones comerciales. Fueron actos de política internacional que han configurado el tablero digital de Chile para las próximas décadas. El país ha elegido sus autopistas, pero aún está por verse si podrá conducir por ellas sin tomar partido en la carrera global por la hegemonía tecnológica.