A fines de julio de 2025, mientras el mercado chileno mostraba un crecimiento moderado, los reportes financieros de algunas de sus principales empresas revelaron una sorpresa. Coca-Cola Andina, la embotelladora controlada por las familias Chadwick, Garcés y Said, informó un aumento del 51,3% en sus ganancias trimestrales. La razón no estaba en Santiago ni en São Paulo, sino al otro lado de la cordillera. La operación en Argentina, que un año antes se desplomaba por una crisis galopante, experimentó un crecimiento en volumen de ventas del 23,7%, recuperando más del 75% de lo perdido.
Este fenómeno, lejos de ser un caso aislado, destapa una paradoja económica regional: el severo plan de ajuste implementado por el gobierno de Javier Milei, que sumió a millones de argentinos en una profunda recesión durante 2024, ha generado, meses después, un “efecto rebote” en el consumo que hoy infla los balances de corporaciones chilenas. La historia, sin embargo, es más compleja que una simple recuperación.
Para entender las ganancias de Coca-Cola Andina, es necesario retroceder al inicio del mandato de Milei. Su “plan de estabilización ortodoxo” incluyó una devaluación drástica, desregulación de precios y un ajuste fiscal sin precedentes. El impacto inicial fue brutal: la inflación se disparó y el poder adquisitivo se pulverizó. Sin embargo, para mediados de 2025, la estrategia mostró resultados en el frente macroeconómico. La inflación mensual, que había tocado picos del 25,5%, se desplomó a un 1,6% en junio, el nivel más bajo en cinco años.
El gobierno celebró estos números como una victoria. El presidente Milei lo festejaba en redes sociales, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) respondía con un nuevo acuerdo técnico para desembolsar US$ 2.000 millones, elogiando el “sólido ancla fiscal”. Desde esta perspectiva, Argentina estaba en la senda de la estabilización.
Sin embargo, la narrativa oficial choca con la realidad ciudadana. Medios como La Tercera ya advertían en junio que “la percepción de algunos argentinos va a contramano de lo que reflejan los indicadores”. La desinflación no se sentía en los bolsillos, con salarios estancados y un malhumor social creciente. El repunte en las ventas de bebidas no refleja necesariamente una mejora del bienestar general, sino más bien una normalización del consumo básico tras un colapso extremo. Es la diferencia entre volver a comprar una gaseosa y poder planificar a futuro.
La aparente bonanza que beneficia a las empresas chilenas se asienta sobre cimientos inestables. Mientras el gobierno controlaba la inflación, otras variables críticas comenzaron a mostrar signos de tensión.
La situación actual deja el debate abierto. Para las empresas chilenas, la crisis argentina se ha transformado en una oportunidad de negocio, capitalizando un mercado que, tras tocar fondo, solo podía rebotar. Sus estrategias de resiliencia y su capacidad para navegar en entornos volátiles han dado frutos financieros evidentes.
Sin embargo, para Argentina, la historia está lejos de concluir. El éxito del plan económico de Milei está en una fase de prueba crítica. La estabilidad macroeconómica aún debe traducirse en una mejora tangible para la mayoría de la población y demostrar que puede resistir las presiones cambiarias y los litigios internacionales.
Por ahora, la paradoja persiste: mientras un país lucha por salir de una de sus peores crisis, las corporaciones de su vecino celebran los resultados. Un recordatorio contundente de la compleja y, a veces, contraintuitiva interdependencia económica que define a América Latina.