Pasó junio y con él, el Día del Padre. Una fecha que, más allá de los saludos y regalos, ha dejado de ser un mero rito comercial para convertirse en el termómetro de una profunda tensión cultural en Chile. La pregunta ya no es si los padres han cambiado, sino por qué, a pesar de un deseo creciente por una paternidad activa y emocional, las estructuras legales, económicas y sociales parecen conspirar para mantenerlos anclados al rol de proveedor silencioso. La figura del padre chileno está en el centro de un campo de batalla donde las buenas intenciones se enfrentan a una realidad obstinada.
En 2011, Chile celebró la promulgación de la ley que extendía el postnatal, incluyendo una novedad que parecía revolucionaria: la posibilidad de que el padre utilizara parte del permiso parental. Sin embargo, más de una década después, las cifras son elocuentes y demoledoras. Según datos de la Superintendencia de Seguridad Social, solo un 0,23% de los hombres ha hecho uso del beneficio. Un fracaso estadístico que esconde historias de frustración.
El caso de Branko Halat, un arquitecto que en 2019 quiso tomarse tres semanas para cuidar a su hijo, es un retrato de esta odisea. Se enfrentó a un laberinto burocrático donde ni su empleador en el sector público ni su Isapre sabían cómo tramitar el permiso. “Sentí mucha rabia por el poco tiempo que tenemos los hombres para involucrarnos con la crianza”, relató a La Tercera. La ley fue diseñada con una trampa fundamental: no es un derecho propio del padre, sino una cesión de la madre. Ella debe renunciar a parte de su tiempo, una decisión que, sumada a la brecha salarial que usualmente favorece al hombre, convierte la corresponsabilidad en un lujo económicamente inviable para muchas familias.
Si la ley es un obstáculo, la cultura es una muralla. Carla Rojas, académica de la Universidad de Chile, lo define sin rodeos: vivimos en una “sociedad patriarcal y machista”. En este contexto, un hombre que prioriza el cuidado de sus hijos arriesga la sanción social. “Me ha tocado conocer diferentes casos de hombres que inventan que tienen que ir al doctor en sus oficinas, cuando en realidad tienen que llevar a sus hijos, por miedo a que los tilden de ‘macabeos’”, afirma Rojas.
Esta presión se contrapone a un ideal emergente: el del padre presente, que practica el porteo, se involucra emocionalmente y busca un vínculo profundo. Sin embargo, como señala la filósofa Tamara Tenenbaum, hombres y mujeres a menudo habitan “mundos culturales muy separados”. Mientras la sociedad empuja a las mujeres a ser “una súper mamá que las hace todas”, a los hombres se les sigue midiendo por su éxito profesional y capacidad de proveer. La cultura laboral del “24/7” refuerza este arquetipo, castigando cualquier ausencia que no esté justificada por la producción.
Desde una perspectiva biológica, el análisis es aún más revelador. Como explica un estudio de la BBC, el cuidado paternal en los humanos no es un instinto tan arraigado como el maternal; es, en gran medida, una construcción cultural. Esto significa que sin estructuras sociales y políticas que lo fomenten activamente, el modelo del padre ausente o meramente proveedor tiende a perpetuarse por inercia.
Frente a este panorama, organismos como Unicef insisten en la necesidad de un “cambio cultural”. Glayson Dos Santos, su representante en Chile, subraya que la crianza “debe ser una tarea compartida” y no un mero “apoyo” a la madre. El rol del padre, afirma, es fundamental para el desarrollo cognitivo y emocional de los niños. Esta visión es compartida por una nueva generación de padres que, como Marcelo Sandoval —uno de los 220 hombres que usó el postnatal en 2015—, desean estar más presentes de lo que sus propios padres estuvieron.
Sin embargo, su temor era el mismo: “Me daba miedo desaparecer por un tiempo y sentir que podía estar en desventaja a la vuelta”. La paradoja es cruel: para que un padre pueda cuidar, a menudo la madre debe volver a trabajar antes por miedo a perder su propio espacio laboral, perpetuando un ciclo de precariedad y culpa.
La psicóloga Lilian Hitelman añade una capa de complejidad, advirtiendo que lo más beneficioso para un lactante es la constancia de un cuidador principal, pero enfatiza que el padre es crucial como “sostenedor de esa diada”. Su función no es reemplazar, sino contener y equilibrar, creando un ecosistema familiar más sano.
El tema ha dejado de ser una conversación privada. La figura del “nuevo padre” no es un mito, sino un proyecto en construcción que choca violentamente con las viejas estructuras de la sociedad chilena. La legislación ha demostrado ser insuficiente porque no abordó las raíces culturales y económicas del problema.
La batalla por una nueva paternidad es, en el fondo, la batalla por un nuevo modelo de sociedad: una que entienda que la corresponsabilidad no es un favor, sino una necesidad; que la productividad no puede medirse a costa del bienestar familiar; y que el valor de un hombre no reside únicamente en su cheque a fin de mes. El debate ya no es si los padres deben cambiar. La pregunta, dos meses después del Día del Padre, sigue abierta y es más urgente que nunca: ¿cómo vamos a cambiar como país para permitírselos?