Hace más de un mes que Dahud Hanid Ortiz, ciudadano estadounidense-venezolano, aterrizó en Texas. No era un disidente político ni un turista detenido injustamente. Era un asesino, condenado en Venezuela a 30 años de prisión por un triple homicidio cometido en Madrid en 2016. Su libertad, asegurada en un canje de prisioneros de alto nivel, fue celebrada como una victoria diplomática por la administración Trump. Sin embargo, para las familias de las víctimas en España, ese momento marcó la anulación de la justicia. Hoy, la noticia no es el canje en sí, sino sus consecuencias decantadas: un criminal en paradero desconocido, víctimas que se sienten ignoradas y tres gobiernos —Estados Unidos, Venezuela y España— envueltos en un calculado silencio que resuena con preguntas incómodas sobre el valor de la justicia en el ajedrez geopolítico.
El 18 de julio de 2025, la diplomacia se movió a tres bandas. Estados Unidos negoció la liberación de diez de sus ciudadanos presos en Venezuela. A cambio, 252 migrantes venezolanos, que habían sido deportados por Washington y encarcelados en la megacárcel de El Salvador, serían repatriados. La Casa Blanca lo presentó como un triunfo humanitario. "Todos los estadounidenses detenidos sin causa en Venezuela están ahora libres", declaró el secretario de Estado, Marco Rubio.
La narrativa se fracturó rápidamente. La ONG venezolana Foro Penal alertó que no todos los liberados eran presos políticos. Pronto, la prensa internacional puso nombre al caso anómalo: Dahud Hanid Ortiz. Lejos de ser un detenido "sin causa", Ortiz cumplía una sentencia firme por asesinar con un arma blanca a dos empleadas y un cliente en un despacho de abogados en el barrio de Usera, Madrid. Su objetivo real, el abogado Víctor Salas, se salvó por no encontrarse en el lugar. El móvil: celos por la relación de Salas con la exesposa de Ortiz. Tras el crimen, huyó a Venezuela, su país natal, donde fue detenido en 2018 y juzgado, ya que la ley venezolana prohíbe la extradición de sus nacionales.
La liberación de Ortiz desató un cruce de justificaciones y acusaciones que revela las prioridades de cada actor.
Dahud Hanid Ortiz no es un prisionero cualquiera. Es un exmarine condecorado en Irak pero también expulsado del cuerpo por fraude. Un hombre que, según la investigación, sufría de graves secuelas psicológicas de la guerra. Durante su fuga, envió mensajes a su exesposa firmando como "el ser humano horrible". Su liberación no solo representa una injusticia, sino también una amenaza latente. Su paradero actual en Estados Unidos es incierto, lo que agrava la angustia de quienes una vez estuvieron en su mira.
Para los gobiernos involucrados, el caso de Dahud Hanid Ortiz parece estar cerrado. Para las víctimas, la herida está más abierta que nunca. Más allá del crimen y su autor, la historia ha madurado hasta convertirse en un incómodo estudio sobre los límites del derecho internacional y la naturaleza transaccional de la diplomacia moderna. Deja una pregunta suspendida en el aire, una que resuena con especial fuerza en un mundo de alianzas frágiles y pragmatismo descarnado: cuando las naciones negocian a puerta cerrada, ¿la justicia de quién se sirve y la de quién se sacrifica? El silencio que sigue es, quizás, la respuesta más inquietante.