El poder político ya no se milita, se suscribe: Por qué la elección presidencial se disputa en audiencias y no en partidos

El poder político ya no se milita, se suscribe: Por qué la elección presidencial se disputa en audiencias y no en partidos
2025-08-03
  • La campaña política ha mutado de una batalla territorial a una guerra por audiencias digitales, donde las marcas personales son el principal activo.
  • Figuras como Franco Parisi y Pamela Jiles consolidan un nuevo modelo: partidos-franquicia construidos en torno a influencers que capitalizan la desafección ciudadana.
  • Esta transformación disuelve las fronteras entre entretenimiento, opinión y gobernanza, desafiando la naturaleza misma de la representación y el debate democrático.

La nueva arena política: del comité a la comunidad online

A meses de una elección presidencial, el panorama político chileno se asemeja menos a un tablero de ajedrez estratégico entre partidos y más a un agitado feed de redes sociales. La contienda ya no se define exclusivamente en sedes partidarias o en debates programáticos televisados, sino en la economía de la atención. El poder ha migrado desde las estructuras colectivas hacia las marcas personales, donde los candidatos son "creadores de contenido", los votantes son "seguidores" y la influencia se mide en likes, shares y capacidad de viralización. Este fenómeno, que venía gestándose por años, se ha consolidado como el nuevo paradigma, redefiniendo las reglas del juego democrático.

El caso de Franco Parisi y el Partido de la Gente (PDG) es el arquetipo de esta transformación. Su campaña, analizada en profundidad, revela una estrategia que prioriza la construcción de una comunidad digital por sobre la militancia territorial. A través de su programa por streaming "Bad Boys", Parisi cultiva una relación directa y sin intermediarios con un electorado específico: hombres, menores de 50 años, de clase media, meritocráticos y, crucialmente, desencantados con la política tradicional. Este segmento, potenciado por el voto obligatorio, encuentra en Parisi no a un político, sino a un influencer que habla su idioma y ataca al establishment.

La reciente incorporación de la diputada Pamela Jiles al PDG no es una simple alianza, sino la fusión de dos potentes marcas personales. La estrategia del partido, que incluye en sus listas parlamentarias a figuras mediáticas como el periodista Javier Olivares o el comunicador Cristián Contreras ("Doctor File"), confirma que el capital político hoy se construye con rostros reconocibles y con capacidad de generar contenido viral, transformando al partido en una suerte de franquicia para influencers.

Cuando la farándula y la política son indistinguibles

La disolución de las fronteras es cada vez más evidente. Hace unos meses, la confirmación de la relación entre la figura televisiva Pamela Díaz y el senador Felipe Kast no fue solo una nota de espectáculos, sino un evento que subrayó la simbiosis entre el mundo de la fama y el poder político. La vida personal de los políticos siempre ha sido de interés, pero ahora se gestiona con la misma lógica de una marca de celebridad, donde la exposición controlada busca generar afinidad y capitalizar la atención mediática.

En esta misma línea, el podcaster Karol Lucero generó un debate nacional sobre la paternidad que escaló hasta una respuesta oficial del Ministerio de la Mujer. Lucero, utilizando su plataforma, no solo opinó, sino que actuó como un agente político, interpelando al poder y movilizando a su audiencia. Su posterior confrontación con la cartera en redes sociales es un microcosmos del nuevo campo de batalla: un influencer contra una institución del Estado, disputando la narrativa en tiempo real.

Incluso la sátira se ha convertido en un actor político relevante. La parodia "Mochatto", del comediante Toto Acuña, no solo imita al periodista Tomás Mosciatti, sino que se ha erigido como un comentario crítico sobre el poder de los medios y los políticos. El personaje, que somete a versiones cómicas de los candidatos a interrogatorios implacables, se ha vuelto tan influyente que moldea la percepción pública de los actores reales, demostrando que el humor es hoy una de las herramientas más efectivas de la crítica política.

Las viejas estructuras frente al nuevo algoritmo

Los políticos de trayectoria observan este cambio con una mezcla de desconcierto y pragmatismo. El exalcalde y excandidato Joaquín Lavín reconoció en una entrevista la extrema volatilidad de las campañas en la era digital y el impacto del "votante obligado", ese ciudadano desafecto que toma decisiones a última hora, a menudo movido por impulsos emocionales más que por lealtades ideológicas. Su consejo a Evelyn Matthei —mostrar un equipo, presentar propuestas concretas y ampliar su coalición— es un intento de aplicar lógicas tradicionales para contrarrestar la narrativa personalista y emocional de sus adversarios.

Mientras tanto, otras figuras como Johannes Kaiser han construido su carrera precisamente en el nicho opuesto. Forjados en la controversia digital y el discurso sin filtros, apelan a una base de seguidores leales que desconfían de las instituciones tradicionales, incluyendo los medios de comunicación y las encuestadoras. La crítica de Kaiser a las encuestas no es solo una queja, sino una estrategia de fidelización: refuerza la idea de que su comunidad posee una verdad que el sistema intenta ocultar.

Este escenario es analizado por voces como la del rector Carlos Peña, quien advierte sobre la irracionalidad de ciertos discursos, como la campaña "anticomunista". Su análisis representa la perspectiva de la academia, que intenta inyectar racionalidad en un debate cada vez más dominado por la emoción y la polarización afectiva, características intrínsecas de la comunicación en redes sociales.

Un sistema en beta permanente

Este modelo político no es una anomalía pasajera, sino la consolidación de una tendencia. Figuras como Marco Enríquez-Ominami, quien por quinta vez busca la presidencia basándose en su marca personal, o "El Rumpy", quien desde su tribuna radial influye en el debate público, son precursores y actores de este ecosistema.

El resultado es un sistema político en un estado de "beta" permanente. La lealtad es efímera y la gobernabilidad, un desafío mayúsculo. Cuando el poder se "suscribe" en lugar de "militarse", la política se convierte en una campaña interminable por mantener la relevancia y el engagement de la audiencia. La pregunta que queda abierta es si un sistema optimizado para la viralidad y el personalismo puede construir los consensos necesarios para abordar los problemas estructurales de un país. La elección que viene no solo definirá un gobierno, sino que pondrá a prueba la resistencia de la propia democracia en la era del like.

El tema analiza un cambio estructural y consolidado en el ejercicio de la política, donde la lógica de la economía de creadores y las marcas personales ha superado a las estructuras partidistas tradicionales. La historia ha madurado lo suficiente para observar consecuencias visibles en el actual ciclo electoral, permitiendo un análisis profundo de cómo la influencia digital está redefiniendo la comunicación, la movilización y la naturaleza misma del poder político y la representación democrática. Ofrece una narrativa completa sobre la evolución de este fenómeno, desde sus inicios hasta su impacto actual.