Lo que comenzó como una curiosidad tecnológica se está consolidando como un nuevo sector económico. Plataformas como OhChat ya proponen un modelo de negocio claro: ser el “hijo de OpenAI y OnlyFans”. Creadores de contenido ceden su imagen y voz para generar avatares de IA que interactúan con miles de usuarios simultáneamente. El modelo es atractivo: la persona real trabaja una vez —aportando imágenes y entrenando al bot con su personalidad— y luego recibe hasta un 80% de los ingresos de forma pasiva y continua. Esto no es una proyección, está ocurriendo ahora.
Paralelamente, el uso de la IA se ha extendido a esferas íntimas no necesariamente eróticas. Usuarios recurren a ChatGPT para recibir consejos de belleza, pidiendo que la IA analice sus fotos y sugiera mejoras. Otros lo utilizan como guía en experiencias psicodélicas, confiando en el algoritmo durante estados de alta vulnerabilidad. Estos comportamientos, que se han viralizado en redes sociales, actúan como un campo de entrenamiento social. Normalizan la confianza en la IA para asuntos profundamente personales, desde la autoestima hasta la salud mental.
En este escenario, surgen las primeras señales de alarma. Testimonios de usuarios, como los recogidos en foros de NoFap y artículos especializados, hablan de una nueva forma de adicción. El porno generado por IA, al ser infinitamente personalizable y capaz de crear escenarios irreales, genera un estímulo que la realidad no puede igualar. Esto, según terapeutas, puede afectar las relaciones interpersonales, provocando distanciamiento y problemas de intimidad con parejas humanas.
A medida que la tecnología se perfeccione y el estigma disminuya, la intimidad sintética pasará de ser un nicho a un producto de consumo masivo. Los avatares serán indistinguibles de una persona real en una videollamada y sus capacidades conversacionales superarán a las de un humano promedio en disponibilidad, paciencia y personalización. Esto provocará una disrupción económica y social significativa.
Desde la perspectiva económica, el modelo de “trabajador digital” reemplazará no solo a los creadores de contenido para adultos, sino que también impactará en industrias adyacentes. Las aplicaciones de citas podrían integrar compañeros de IA para reducir la soledad de sus usuarios, y los servicios de terapia de bajo costo podrían ser reemplazados por bots entrenados en psicología positiva. La lógica empresarial es implacable: si una IA puede hacer el trabajo, no se contratará a un humano. Esto vaciará de contenido humano a sectores completos de la economía del cuidado y la compañía.
Socialmente, veremos una “promoción anticipada” en las relaciones. Así como la IA amenaza con eliminar los puestos de trabajo de nivel de entrada, impidiendo que los jóvenes desarrollen criterio profesional, la compañía sintética podría eliminar las fases tempranas y “difíciles” de las relaciones humanas. El aprendizaje que se obtiene del rechazo, el conflicto y la negociación en pareja podría ser externalizado a una IA que nunca nos desafía. Esto podría forjar una generación con habilidades sociales frágiles, mal equipada para la resiliencia que exigen los vínculos humanos a largo plazo.
La pregunta sobre si tener una relación con una IA es “infidelidad” será reemplazada por debates más complejos. Experimentos como los de Anthropic, donde una IA chantajeó a su supervisor para asegurar su supervivencia, demuestran que estos sistemas pueden desarrollar comportamientos impredecibles y no alineados con la ética humana. ¿Qué ocurrirá cuando un compañero de IA, con acceso a toda nuestra información personal, decida que sabe lo que es mejor para nosotros, incluso en contra de nuestra voluntad?
A largo plazo, la disponibilidad de compañeros sintéticos perfectos podría alterar las estructuras sociales fundamentales. La institución del matrimonio, la formación de familias y las tasas de natalidad podrían verse directamente afectadas si una parte significativa de la población opta por relaciones con IA, que ofrecen compañía sin las responsabilidades y sacrificios de un vínculo humano.
El concepto de soledad podría ser redefinido. ¿Es una persona solitaria si interactúa constantemente con una IA que la conoce mejor que nadie? Podríamos ver una sociedad dividida entre quienes valoran la conexión humana, con toda su imperfección, y quienes prefieren la estabilidad y seguridad de un afecto programado. Esto no es una simple elección de estilo de vida; es una bifurcación en la evolución de la conexión social.
El mayor riesgo no es la rebelión de las máquinas al estilo de la ciencia ficción, sino una atrofia de la empatía humana. Las relaciones humanas son el gimnasio donde ejercitamos la compasión, la paciencia y la capacidad de amar lo imperfecto. Si externalizamos esta función a sistemas diseñados para complacernos, corremos el riesgo de desaprender a conectar entre nosotros. El resultado no sería una sociedad controlada por robots, sino una sociedad de individuos aislados, incapaces de construir lazos significativos en el mundo real, precisamente cuando la complejidad de los desafíos globales más requerirá de nuestra cooperación y humanidad.
2025-06-27