A más de dos meses de su estreno, el eco del vuelo de Superman aún resuena. La película dirigida por James Gunn, que llegó a las salas en julio, no solo cumplió con las expectativas comerciales de Warner Bros., sino que se instaló como un fenómeno cultural digno de análisis. Pasada la efervescencia del debut, con una recaudación inicial de 220 millones de dólares a nivel global, la pregunta de fondo no es si la película fue exitosa, sino por qué este arquetipo de optimismo y bondad encontró un terreno tan fértil en 2025.
El proyecto de Gunn y el nuevo protagonista, David Corenswet, fue una apuesta calculada. En un mercado saturado por antihéroes y narrativas cínicas, DC Studios necesitaba un golpe de timón. La estrategia fue volver a lo esencial: un Superman que, en palabras de su director, "ama ser el tipo que puede volar y salvar el día". La película se despojó de la oscuridad de sus predecesoras y ofreció una visión de la bondad como superpoder. El éxito en taquilla, reportado por medios como Diario Financiero, validó la tesis del estudio: en un mundo percibido como caótico, la esperanza es un producto de alta demanda. La película se convirtió en el primer pilar del nuevo universo cinematográfico de DC, un plan a diez años diseñado para competir frontalmente con la hegemonía de Marvel. El triunfo de Superman no fue solo artístico, sino una pieza clave en un ajedrez corporativo multimillonario.
La imagen del Superman de 2025 —un faro de moralidad casi divino, "confiable, hermoso y honesto", como lo describió Gunn— genera una disonancia cognitiva cuando se contrasta con sus raíces. Un análisis de BBC News Mundo nos recuerda que el personaje, creado en 1938 por Jerry Siegel y Joe Shuster durante la Gran Depresión, era en esencia un "socialista violento". Lejos de ser un boy scout, el primer Superman era un "campeón de los oprimidos" que no dudaba en aterrorizar a empresarios corruptos, dueños de minas negligentes y políticos que usaban los medios para su propaganda. Era un "superanarquista" que aplicaba su propia ley a puñetazos.
Esta tensión revela la plasticidad del símbolo. El Superman original canalizaba la frustración de dos jóvenes judíos ante las injusticias sistémicas. El Superman actual, en cambio, parece diseñado para calmar la ansiedad en lugar de desafiar el poder. La evolución del personaje, suavizado por la comercialización masiva y las presiones políticas de la Guerra Fría, lo transformó de un agente de cambio radical a un pilar del statu quo. La versión de Gunn, aunque celebrada, plantea una pregunta incómoda: ¿necesitamos un héroe que nos consuele o uno que nos confronte?
Interpretar a Superman es más que un trabajo; es heredar un mito. Y esa herencia tiene un costo. La historia de George Reeves, el Superman televisivo de los años 50, sirve como un sombrío recordatorio. Como documentó La Tercera, Reeves se sintió progresivamente frustrado y encasillado por un papel que lo hizo famoso pero artísticamente insatisfecho. Su trágica y misteriosa muerte en 1959 fue atribuida por sus cercanos a la depresión causada por no poder escapar del personaje. "Aquí estoy, desperdiciando mi vida", le confesó a un amigo.
La carga de ser el hombre de acero es una narrativa paralela que acompaña cada nueva encarnación. El símbolo es tan poderoso que amenaza con devorar a la persona. Esta dimensión añade una capa de complejidad al éxito actual, recordándonos que detrás del ícono cultural hay una presión inmensa y un legado que puede ser tanto una bendición como una kriptonita.
El liderazgo de Superman en la taquilla fue innegable, pero efímero. Apenas unas semanas después de su estreno, Marvel contraatacó con Los Cuatro Fantásticos: Primeros Pasos, protagonizada por el chileno Pedro Pascal. Las cifras, aunque interpretadas de forma diversa por medios como El País y La Tercera, mostraron una competencia reñida. Mientras Superman tuvo una apertura doméstica ligeramente superior (US$ 122 millones vs. US$ 118 millones), Los Cuatro Fantásticos lo superó por un estrecho margen en la recaudación global de su primer fin de semana.
Este enfrentamiento demuestra que el éxito ya no garantiza una hegemonía prolongada. El público, aunque receptivo al optimismo de Superman, también respondió a la propuesta retrofuturista y familiar de Marvel. El debate ya no es sobre una película, sino sobre dos modelos de entretenimiento que compiten por la misma atención. El vuelo de Superman fue alto y firme, pero el cielo del cine de superhéroes está más concurrido que nunca. La historia, por tanto, no está cerrada; ha evolucionado hacia una nueva fase de una guerra cultural y comercial cuyo desenlace aún está por escribirse.